Agustina Mai / Luciano Andreychuk
Los insultos y maniobras prepotentes entre conductores son moneda corriente en la ciudad.
Agustina Mai / Luciano Andreychuk
area@ellitoral.com
I
Esquivó el filo como pudo. Se echó para atrás y se encerró en el auto. La punta metálica arremetía una y otra vez contra los vidrios, que resistían a duras penas los violentos embates. Ventanillas, parabrisas y capó, surcados por la hoja de acero. Adentro, una joven aterrada. En la vereda, la cólera hecha persona, cuchilla en mano. El desencadenante: un auto mal estacionado, bloqueando una cochera.
II
“Dale, bajate, dale, vení, a ver si te animás. ¿O sos cagón?”. José escuchaba incrédulo los insultos del otro conductor que lo había pasado por la derecha encerrándolo, y ahora lo arengaba a “irse a las manos”.
Era sábado a la mañana. Mientras José estaba trabajando, el otro tipo posiblemente no había terminado la noche de parranda. “Estaba dado vuelta (por el alcohol) y lo único que quería era cagarme a piñas, cuando yo no había hecho nada”, recuerda el laburante. El temple lo salvó de una pelea o algo más. Decepcionado, el otro se fue, pero antes le profirió un fuerte “¡cagón!”, a ver si finalmente picaba.
Ambos “relatos salvajes” descriptos son reales. Y son apenas dos episodios de los cientos que suceden a diario en las calles y esquinas de la ciudad. Es que hoy se asiste a un desbordado estado de alienación y violencia en ese intrincado sistema que es el tránsito vehicular.
“El tránsito es una buena vidriera que muestra el nivel de agresividad en el que vivimos”, puso en contexto el secretario de control de la Municipalidad, Ramiro Dall’Aglio.
Los protagonistas principales son los conductores particulares, pero también están involucrados peatones, ciclistas, taxistas, colectiveros e inspectores municipales.
El problema
Cifras sobre casos puntuales de violencia entre conductores no hay. Pero sí existen algunas estimaciones que desnudan este problema cultural. Por ejemplo, hay en promedio una agresión física contra un inspector cada dos meses en la ciudad. La semana pasada, a un inspector lo chocó una moto para evadir el operativo. “Y las agresiones verbales son permanentes, todo el tiempo”, dijo el funcionario a El Litoral.
Otro dato muestra a las claras el problema. Antes, los agentes salían a hacer los operativos solos. Hoy, de 230 inspectores municipales que trabajan en las calles, “más de la mitad va acompañado por personal policial”, agregó Dall’Aglio.
Taxistas, los más presionados
“La violencia en el tránsito es un tema cotidiano que sufrís continuamente. La gente está muy nerviosa y mal predispuesta, te agrede, te frena de golpe, te gira en U donde está prohibido, ¡te pegan cada encerrona!”, contó Francisco Aiello, presidente de la Sociedad de Taxis de Santa Fe, con más de 40 años de experiencia al volante.
En promedio, un tachero pasa 9 horas por día en su móvil y transita unos 50 km, sólo en el centro. “Es una de las zonas más complicadas y de mayor gresión. El poco espacio para circular y estar detenidos bastante tiempo cuando el tránsito se traba, sumado a los nervios de la gente, hacen que el centro sea un problema”, describió Aiello.
Por eso, hace tiempo que los taxistas reclaman que se restrinja la circulación de vehículos particulares en el microcentro, tal como sucede en las grandes ciudades. “Tendrían que sacar los autos particulares, los colectivos o el estacionamiento. De alguna manera hay que alivianar el tránsito en el centro”, planteó.
Las maniobras agresivas y las infracciones de tránsito se acentúan en las grandes avenidas y en el norte de la ciudad. “Las motos y bicicletas son un capítulo aparte: te aparecen y te pasan por cualquier lado, te encierran, te insultan, te gritan cualquier cosa y hasta se van a las manos”.
Pero además de la violencia en el tránsito, los taxistas tienen una presión extra: el pasajero, que también está nervioso, exige rapidez y a veces insulta. “Nosotros sufrimos las agresiones de los dos lados: del resto de los conductores, pero también del que va en el taxi. Por eso, el taxista profesional no reacciona; su oficio es controlarse, porque si no no podríamos vivir de esto. Si no manejás el estrés, sería un desastre: te volvés loco o terminás preso”.
Video Campaña Y si bajamos un cambio (Gobierno de Santa Fe)
Inspectores, otro blanco vulnerable
Hoy las jerarquías entre los actores del circuito vehicular están invertidas: “Los más importantes son el peatón y el ciclista, que tienen prioridad. En segundo orden vienen motos, autos, camiones y colectivos. Mientras no se entienda eso, no habrá convivencia. Hoy, eso está patas para arriba, al revés”, opinó Dall’Aglio.
Y los inspectores, que están haciendo su trabajo y marcando pautas de convivencia, reciben quizás la peor parte: “Vemos una agresividad constante hacia los inspectores. Una alcoholemia hoy se traslada a un maltrato, hasta con una multa por un ticket de estacionamiento”.
Es preocupante que de 230 inspectores que trabajan en toda la ciudad, más de la mitad realice los operativos de control con custodia policial. Estos trabajadores que reciben agresiones están cubiertos: “Se hace la denuncia a la ART, los asesoran abogados, con el gremio Asoem se les brinda contención de ser necesario. Pero el problema es más amplio y afecta las normas de convivencia de los santafesinos”, cerró el funcionario.
Realidad, ficción y viceversa
Una de las historias adentro de la gran historia de la película “Relatos salvajes” (Damián Szifron, 2014) es la protagonizada por Leonardo Sbaraglia. El personaje principal maneja un auto lujoso a toda velocidad por una solitaria ruta; pero otro auto -muy venido a menos- le impide el paso.
Todo comienza casi como un juego, pero de a poco el relato se va volviendo salvaje. Cuando finalmente el vehículo último modelo puede pasar al otro, vienen los gritos racistas, los agravios, las señas insultantes y provocadoras. Ése es el principio de todo el conflicto. El final: una violenta confrontación entre ambos conductores, que termina en una fatalidad tragicómica.
A veces -o mejor, muy a menudo- la realidad se mezcla con la ficción cinematográfica, en una suerte de anverso y reverso. Los límites se difuminan. El cine, por caso, resulta ser un espejo donde podemos mirarnos.
Video de la película Relatos Salvajes
Sin sanción
En el Régimen de Infracciones y Penalidades (Ordenanza Nº 7.882), una gresca entre conductores no se tipifica como falta. Pero muchas veces se da la situación de que dos conductores se bajan de sus vehículos para discutir. En este caso, la ordenanza sí sanciona dejar el auto estacionado en lugar prohibido o antirreglamentario, como por ejemplo en medio de la calle (Artículos 80 y 81, Capítulo III, Del Estacionamiento).
Mejor convivencia
Desde el Concejo local se impulsa el Programa de Convivencia y Participación. Consiste en actividades institucionales y campañas de concientización sobre no violencia, no discriminación y solidaridad; seguridad vial; participación ciudadana; higiene urbana y medio ambiente, y espacio público y turismo.
Un catalizador
Por Luciano Andreychuk
landreychuk@ellitoral.com
Twitter: @landreychuk
La ira y las manifestaciones violentas son inherentes a la condición humana. Y el tránsito se ha convertido en un catalizador de la violencia: en el complejo circuito de relaciones que se entretejen en las calles entre los conductores de los vehículos, discurren y se liberan por impulso catártico lo peor de nosotros.
La calle es algo parecido a la cancha: muchos van a ver un partido de fútbol no para disfrutar de un espectáculo deportivo, no para alentar a su equipo, sino para descargar, desde las tribunas, los más furibundos insultos hacia los jugadores y los árbitros. Es un mecanismo de catarsis contraproducente: puteando se liberan tensiones y frustraciones personales.
La violencia es propia de la condición humana y no se puede negar, pero sí autocontrolar. Ése es el desafío: controlar las emociones negativas, ser más paciente y tolerante ante el prójimo. Sólo desde la educación y la concientización se podrá revertir esta encrucijada cultural en la que estamos atrapados.