Carolina Bravi
Carolina Bravi
Arquitecta. Dra. en Ciencias Sociales (Uner). Docente de Fadu -UNL
Por su ubicación geográfica, la ciudad de Santa Fe está marcada por el ritmo cíclico de las inundaciones. Estos hechos conocidos y reiterados, han dejado una huella significativa en la memoria individual de quienes los vivieron y en la memoria colectiva de toda la comunidad. Pero no todas las crecientes son recordadas de igual modo, y no todas ellas han provocado cambios en las maneras de relacionarnos con el ambiente natural.
Los eventos que hoy tenemos más presentes, por su magnitud y por el impacto que tuvieron, son el de 1983 que provocó la caída del Puente Colgante; y el de 2003 que dejó un tercio de la ciudad bajo agua. Lo extraordinario de ambos fenómenos obligó a proponer otras miradas sobre las habituales crecientes de los ríos. Se dejaron de lado las visiones tradicionales de la inundación que la consideraba como un hecho natural y naturalizado (porque siempre sucedió, siempre hubo inundados y siempre se enfrentó del mismo modo; nos acostumbramos al problema y pasa a ser parte de lo cotidiano) y se elaboraron nuevas formas de representarlo y definirlo que, una vez superada la emergencia, generaron acciones concretas destinadas a solucionar o mitigar sus efectos.
En 1983, el río llegó a 7,35 metros y la totalidad de las poblaciones costeras -Alto Verde, La Guardia, Colastiné- fue evacuada. Las comunicaciones por la Ruta Provincial 1 y Nacional 168, estuvieron cortadas por anegamientos y caída de puentes, la costanera sufrió varios socavones, incluso varias calles del centro estuvieron con agua.
Emergencia gravísima, situación dramática, desastre natural, fueron algunos de los términos empleados para definir lo sucedido y para diferenciarlo del resto de las inundaciones precedentes.
Estas experiencias, sumadas al por entonces incipiente desarrollo urbano de la zona de la costa, instalaron una preocupación social por asegurar la protección de estas áreas costeras. El sistema defensas construido en la década del noventa, dio respuestas a estas demandas evitando que las crecientes de 1992 y 1998 se convirtieran en desastres de similares consecuencias.
En 2003, el río Salado avanzó sobre el oeste de la ciudad en una de las mayores tragedias de nuestra historia. Más de 130.000 personas evacuadas, el nuevo Hospital de Niños inundado, colapso en las redes de servicio, suspensión de las clases en los establecimientos educativos; toda la ciudad envuelta en una catástrofe.
Este caso, a diferencia de los anteriores, no pudo ser presentado como hecho natural.
El gran caudal de agua se sumó a una obra de defensa inconclusa y a la falta de previsión. Las agrupaciones de personas afectadas -y su lucha por la justicia- llevaron a la caracterización del fenómeno como “catástrofe política” y al reconocimiento de que los efectos de la inundación podían ser evitados y eran responsabilidad del Estado.
Tras lo sucedido en 2003, se replantearon los modos de enfrentar las crecientes. A la construcción de obras de defensa y desagües, se sumó un abordaje integral del problema que llevó a trabajar en medidas no estructurales como planes de contingencia, de gestión del riesgo, sistemas de alerta, etc.
En los últimos treinta años, se construyeron obras, se elaboraron planes, se tomaron medidas preventivas, y aun así la inundación hoy sigue afectando a muchos. Quizás el nuevo (y viejo) desafío que nos plantea esta creciente sea congeniar el modo de vida de los habitantes de la costa, (la pesca, el uso de los espacios abiertos, la cría de animales, etc.) con prácticas que reduzcan los riegos y minimicen los daños, pensando en construcciones capaces de dar respuesta a las variables condiciones de este medio. Un camino para lograrlo puede ser comenzar a cambiar el modo que concebimos todas las inundaciones, entendiendo que sin importar la altura alcanzada por el río, vivir en la costa siempre es un riesgo, que el ciclo de evacuación, traslado, espera de la bajante y regreso, no es normal ni común ni natural. Que las cosas no son así, están así, por lo tanto podemos cambiarlas.