Viernes 10.6.2022
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Insert coin - Credits 0, reza un mensaje en la pantalla. Un joven se acerca e introduce una especie de moneda con ranuras. Comienza la aventura. Un pequeño monstruo se mueve por un laberinto azul y devora su alimento preferido; mientras tanto cuatro fantasmas están al acecho. ¿Quién se come a quién? Ese, en definitiva, es el objetivo de Pac-Man, uno de los videojuegos más populares de la década del ‘80.
Precisamente, en ese decenio y el siguiente (1990) fue el auge de las salas de arcade o como se los denominó popularmente “flippers”, en alusión a la predominancia de los pinballs de la época. Amplios locales se consolidaron en las principales ciudades como centros de entretenimiento que fueron “hogar” de miles de jóvenes que buscaban diversión.
Para recordar cómo fue la época dorada de los flippers en la ciudad de Santa Fe, El Litoral dialogó con Daniel Reiderman que, junto a sus hermanos, supieron tener varios emprendimientos de este tipo, los más conocidos fueron “Laser”.
Imagen ilustrativa. Crédito: GentilezaPush start
Los viajes en familia fueron la inspiración para años más tarde iniciar el negocio, reconoció el entrevistado. “Con mis hermanos concurríamos a este tipo de centros de entretenimiento y pese a la diferencia de edad que tenemos pasábamos buenos momentos. Luego de la facultad, se nos dio la posibilidad de alquilar las máquinas a porcentajes y así empezamos. Después pudimos comprarlas; comenzamos un poco antes del Mundial 78 y los locales estuvieron por más de 30 años abiertos en la peatonal. Todo comenzó en uno que estaba por calle Primera Junta, entre San Martín y San Jerónimo; después abrimos en Catamarca y San Martín y al poco tiempo en la esquina de Lisandro y San Martín. Este fue el último que cerramos”, aseguró.
Al ser consultado sobre cómo eran esas salas de juegos, Reiderman recordó que los locales contaban con “iluminación de lo que se llamaba ‘luz día’ y buscábamos esquinas, totalmente vidriadas. Desde afuera se veía el 100 por 100 de la actividad que había adentro. Los padres podían ver de afuera qué estaban haciendo sus hijos, sin que los jóvenes se sientan ‘vigilados’. Nos comentaban mucho esa cuestión. Teníamos dos empleados, uno en la caja y otro que cumplía la función de técnico, que además hacía las veces de control de lo que sucedía allí, pero tampoco se registraban inconvenientes”.
En ese sentido, agregó: “Los niños concurrían generalmente los fines de semana cuando los padres iban de compras o a pasear. Era costumbre ir a la peatonal, ‘la gente iba al centro’, como se decía. Mientras que los adolescentes nos visitaban cuando no estaban en sus actividades como la escuela, inglés o música. Ellos iban entre dos o tres veces por semana”.
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Ante la consulta de este diario sobre la destrezas de quienes asistían a los flippers, el entrevistado no dudó: “Había expertos, chicos que hacían cosas increíbles. Malos no había ninguno, todos eran de siete puntos para arriba. Jugaban dos veces y ya le tomaban la mano. No sólo los flippers, sino también los videos, inclusive en los simuladores de manejo que también tienen sus ‘trucos’ como las curvas, donde acelerar, frenar. Era muy divertido ver cómo lo descubrían. Después aparecieron las revistas que contaban los ‘atajos’, en esa época no había Google, hoy sería mucho más rápido”.
“En un principio había cosas que nos llamaban la atención. Por ejemplo, cuando los padres buscaban a sus hijos y se quedaban a jugar con los chicos, pese a que se tenían que ir. Competían con ellos y terminaban tratando de ganarle. Era muy divertido ver esas escenas”, aportó el protagonista.
Pac-Man, Arkanoid, Space Invaders, Galaga, Donkey Kong, son sólo algunos de los clásicos de los arcades que conquistaron a los jóvenes de finales de los ‘70 y la década de 1980. Después aparecieron los simuladores de manejo, de vuelo, los de peleas y los de deportes. Al respecto, Reiderman rememoró: “En los locales pasaba algo increíble. En el salón había unas 50 máquinas y eran 10 las que atrapaban por excelencia. Había 30 desocupadas y había cinco o seis jóvenes esperando por una. Viajábamos con mis hermanos a las exposiciones para ver los juegos nuevos y probábamos las novedades. Pese a nuestros gustos, siempre seguíamos a los chicos que estaban en las expo: ‘ese es el que sirve’, nos decíamos. Había cosas sofisticadas para el momento y otras que no tenían diferencias y los adolescentes las detectaban.
Cuando se le preguntó al entrevistado por una anécdota que sobresaliera del común, recordó los alborotos que se armaban en las salas cuando llegaba alguien conocido. “Me acuerdo del caso de Carlos ‘Lole’ Reutemann. El ex piloto ingresaba a nuestro local y se ponía a jugar a un simulador de manejo muy conocido, el ‘Daytona’. Se pasaba un buen rato y llamaba la atención, por lo que representaba su presencia. Era un alboroto porque los chicos se ponían todos alrededor para ver. Una situación muy simpática”.
Imagen ilustrativa. Crédito: GentilezaInnovación en el mercado
Si hubo algo que marcó un verdadero salto de calidad en la oferta de videojuegos en la ciudad de Santa Fe fue la aparición de la tarjeta magnética.
El empresario local destacó esa innovación al decir que “les dio comodidad a los jóvenes. Fue algo de avanzada. Por primera vez en la ciudad se usaba algo así. Ni hoteles, ni colectivos, ni otro lado. Realmente fue algo muy interesante, no existían las tarjetas bancarias como se usan ahora. Tuvimos la suerte de ser de los primeros”.
Otro salto tecnológico se dio en la sala de juegos del ahora abandonado Plaza Ritz. “Ese local era de tres pisos. Teníamos un trencito que era la locomotora con tres vagones, con capacidad para 12 o 14 niños. Ahí sí había más juegos infantiles, carruseles, etc. Trabajamos muy bien ahí. Fuimos también pioneros en el tema de los tickets con premio, que teníamos una vitrina con regalos. Yo me inclinaba por el videojuego convencional”, apuntó.
Imagen ilustrativa. Crédito: Gentileza¿Por qué cerraron?
La pregunta se impone y el protagonista no la esquiva. Es más, redobla la apuesta y considera que, como se piensa, la popularidad de las consolas hogareñas haya sido el principio del fin para los “flippers”.
“Los locales fueron cerrando porque iban cambiando las formas de vida de las ciudades como Santa Fe y más grandes. Los centros comerciales fueron brindando cosas que el centro de la ciudad no le podía dar. Las familias se sienten más cobijadas en un shopping por seguridad, estacionamiento, etc. Creo que eso fue haciendo que la gente dejara de concurrir en el sentido que lo hacía antes a la zona céntrica, ahora van hacen sus compras y se vuelven no buscan otra cosa”, reflexionó Reiderman. Y agregó: “Dejó de ser tan sencillo para los jóvenes ir al casco céntrico de la ciudad. Creció la inseguridad en la zona, si bien no tenían problemas dentro del local, sí había problemas para llegar”.
Y continuó: “Antes era normal ver a las familias, además de recorrer los negocios, comer algo y los chicos en los entretenimientos como el nuestro. Hay quienes aducen el cierre de los flippers al crecimiento de la venta de consolas hogareñas, sin embargo yo creo que el ser humano es un ser social que por más que tenga un aparato parecido en la casa, necesita contactarse con otro y esto es un entretenimiento que podés ir solo y hacerte de conocidos en el propio lugar”.
“Los flippers fueron la pasión de varias generaciones. Realmente, fue algo que marcó una época, no sé si nosotros tuvimos algo qué ver, pero el juego en sí, si lo hizo. Aún persisten en algunos lugares muy puntuales. Existen clubes y centros que se reúnen y juegan”, cerró.
Los arcades estaban construidos sobre un mueble el que contaba con un monitor, tableros de circuitos (los usuarios no lo veían), un panel de control donde se ubican las palancas y botones (podía ser dos, cuatro y hasta seis) y la mítica caja de fichas. Precisamente, hasta el traspaso al sistema magnético, las monedas eran la única manera de hacer funcionar los videojuegos.
Además de los arcades, las salas contaban con pool, pinballs, grúas y “cascadas” de fichas.
Además de Laser, en Santa Fe hubo otros centros de entretenimiento. Los memoriosos recordarán a “Rojo” ubicada en calle Mendoza, entre San Martín y San Jerónimo; Sacoa (cadena que tuvo su sucursal en San Martín 1900) y Crunchi (sobre peatonal en planta baja del Centro Español). También en los shoppings Recoleta y el desaparecido Paseo del Sol.