Por Marina Sepúlveda / Télam
La arquitecta Ana Rascovsky, desde el imaginario infantil y la búsqueda de futuro, propone en la exposición “Acrilia”, recientemente inaugurada en el Centro Cultural Borges, un espacio de juego a partir de medio centenar de piezas y maquetas realizadas con retazos y sobrantes de acrílico que resignifican las cosmovisiones de cuentos de hadas y la disputa entre naturaleza, hombre y tecnología.
Por Marina Sepúlveda / Télam
Desde el imaginario infantil y la búsqueda de futuro, la arquitecta Ana Rascovsky propone en la muestra “Acrilia”, recientemente inaugurada en el Centro Cultural Borges, un espacio de juego a partir de medio centenar de piezas y maquetas realizadas con retazos y sobrantes de acrílico que resignifican las cosmovisiones de cuentos de hadas y la disputa entre naturaleza, hombre y tecnología.
Inserto dentro del Proyecto Ballena, el Centro Cultural Borges invita a detener el tiempo para experimentar la dimensión lúdica propuesta por Rascovsky, como un abordaje a la imaginación creado a partir de un cuento de su autoría que explora el descubrimiento arqueológico de una civilización ignota y perdida: los acrili.
La aparición de estos especímenes extraños es el inicio de una secuencia narrativa que encadena en distintos escenarios una historia que comienza desde un mundo ideal y equilibrado y se enfrenta a la aparición de fuerzas hostiles que lo modifican, como la naturaleza y los robots, estos últimos producto de la tecnología rebelada de sus hacedores, ante una enfermedad contagiosa que llevó a sus habitantes a recluirse en sus hogares, dejando libre la tierra de su presencia.
A partir de allí, la artista representa lo que sucede: los robots marchando, las llamas, los espíritus y entidades del bosque, así como las procesiones circenses de las personas, los soldados y las mutaciones de plantas y animales, adaptaciones a un nuevo orden del mundo ajeno al inicial. Un cuento cuyo desenlace es un último encuentro entre las "fuerzas en pugna" ya transmutadas -porque nada ha quedado indemne-, en la fiesta de los hongos, como describe Rascovsky, sobre los paisajes que proyectan luces y sombras en el espacio de luminosidad atenuada.
La composición en acrílico de pequeños personajes y objetos es dispuesta minuciosa y amorosamente sobre blancas mesas que habitan el espacio de la sala separada del gran hall del segundo piso del Borges por un cortinado negro, en un pasaje necesario para detener lo cotidiano y contemplar e imaginar mundos.
"La mitad de la obra es la iluminación", sostiene la artista en diálogo con Télam, mientras acompaña el recorrido desde el cartel de "Bienvenida" al Bosque encantado pasando por las geografías maquetadas en acrílico de Bruma, Migraciones, Inundación, Circo, Zoológico, el Parque de diversiones, Trampa y la fantástica Fiesta de Hongos, cada una con sus sucesos y personajes.
Los seres y especies que dibuja la imaginación de la artista aparecen presentados como los hallazgos descubiertos durante la expedición Ataraxia, un proyecto dirigido por una científica llamada Lina Schultz, que tuvo lugar en las remotas cuevas de Kavac, ubicadas en el norte de Venezuela. Los especímenes de Acrilii expuestos en la muestra vendrían a representar la última descendencia de una civilización extinta que se desarrolló en la región entre los años 2000 y 2020, Acrilia, de la cual se rescataron más de 200 ejemplares.
"Monona, Totono y Aleca vivían muy felices en el ecosistema del bosque encantado junto con el espíritu del bosque y la Dama de la Noche y el alce de la bruma y el señor tronco y la diosa tronca", comienza el relato. Y en esas reconstrucciones aparecen carteles, una suerte de propaganda, que simboliza la música que escuchaban estos personajes como "Todos saben","Corre, corre, corre" ("Run Run Run") la canción de Velvet Underground escrita por Lou Reed, o "Remember my name" ("Recuerda mi nombre", el tema central de la serie "Fama" de la década de 1980, todas canciones pertenecientes a un soundtrack que pretende ilustrar que cada civilización tiene sus códigos, sus leyes y sus valores. "De eso se trata, de desarmar un sistema de creencias, un mundo, un universo", manifiesta Rascovsky.
La artista explica la secuencia que tensa el paisaje inicialmente idílico del mundo ficcional que se despliega en esta muestra: "Vivían con estas creencias, todo eso estaba en su mundo, hasta que un día vino un silencio muy particular que hizo que todo cambie y emergieron fuerzas diferentes, la tecnología constituida en los robots y al mismo tiempo la naturaleza desatada que cobró más fuerza y empezó un caos generalizado entre las tres fuerzas que gobernaban esa civilización".
"Entonces se genera una época de desazón y se tergiversan todas las relaciones de orden, la humanidad migra y se producen procesiones y movimientos con la gente marchando y desfilando, las protestas y circos que se mueven de lugar y personajes se desplazan de un lado a otro", describe.
Dentro de esa narrativa en la que una civilización se ve trastocada ante la irrupción de fuerzas que buscan desconfigurar lo establecido, los hongos ocupan un rol central para Rascovsky: "Hay muchas razones. Por un lado los hongos emergen de cualquier cosa, son como el ave fénix que renace de sus cenizas, son como el futuro de la de la ecología porque es lo que renueva, genera la base para que luego puedan existir los biomas que reproducen el sistema natural. Si hay hongos es que vuelve la vida", explica.
"Cuando estudiás los hongos, todas estas raíces son como un solo ecosistema que se reproduce, conecta con otro, y es realmente mágico lo que sucede en la naturaleza, todo ese proceso", dice. Y acota: "Se trata de eso, es crear un mundo".
Desde ese universo ficcional tan meticulosamente diseñado, la artista impulsa lecturas que conecten con un futuro en el que algunos anticipan la huella del cataclismo: "Por un lado es aceptar que la transformación va a existir, vamos a mutar como seres humanos pero lo que viene -hace una pausa- va a ser otra cosa y esto puede ser bueno", dice, antes de agregar: "Seguro será algo bueno, siempre, no tiene porque ser malo".
"No hay que tenerle miedo a las máquinas, ya nos transformamos, tenemos nuestro bypass puestos, tenemos todas las cosas electrónicas, nos transformaremos en eso, terminaremos subiendo nuestro cerebro a la nube, va a ser parte de eso, y como los hongos nos regeneraremos -plantea Rascovsky-. Mientras mantengamos algún tipo de valor no es necesario el cuerpo", vislumbra como posibilidad.
La muestra implica "transformar en arte este juego y habilitar el juego y la existencia de otros mundos internos", según la artista. "Es mezclar", afirma, porque "es re denso lo que está pasando", al tiempo que señala el componente personal de esta historia, porque los tres personajes centrales son sus hijos, "es lo que les va a pasar a ellos y lo que nos pasa a la humanidad", dice.
Y aquí sobrevuela esa dimensión que atesoran las infancias expandidas, el jugar como acto creativo, algo que lleva a la arquitecta a dedicar parte de su tiempo a esos personajes que crea en la intimidad de su taller en acrílico y luego comparte, porque ¿cómo se puede aprender o posibilitar otras cosas si no se experimenta el juego?
"Querer vivir en esa otra realidad, generarla, se trata de poder habitar estos lugares. Vengo de la arquitectura, o sea hago esto pero con un nivel de realidad muchísimo más alto, pero cuando trabajo en el estudio propongo formas de vida al mismo tiempo", explica sobre lasmaquetas de proyectos edilicios que trabaja.
Este proyecto surgió en 2019 de un reencuentro con el curador, Maxi Jacoby, pero es algo que ya viene gestándose desde el 2006, con los personajes que la artista creaba en cera. "Y así arrancamos, tenía hechas varias maquetas de acrílico, todo un mundo, pero eran pedacitos, maquetas aisladas", explica.
"Así como los alquimistas buscan el oro que brilla nada más, el acrílico tanto como el vidrio, de un sólido, algo opaco se vuelve transparente, es mágico, desaparece y al ser plástico, se dobla y tiene color, parece una joya", dice sobre el acrílico, material que es reutilizable y siempre le pareció atractivo.
Demiurga en esta historia, Rascovsky pone en clave de juego preocupaciones tan actuales como el cambio climático que parece estar a punto de borrar la humanidad de un plumazo y el largo proceso de adaptabilidad de los seres vivos a su hábitat en millones de años de "evolución".
La inauguración de "Acrilia" se suma al Festival "Democracia e Imaginación Política en América Latina" que se realiza hasta al 28 de mayo en el marco del Proyecto Ballena, que en esta edición conmemora los cuarenta años ininterrumpidos de democracia argentina con el interrogante de cómo ensanchar y actualizar sus valores fundantes en un contexto “inquietante para las democracias”. Como respuesta está esta invocación a la imaginación política como una agenda urgente. Pero qué sería la imaginación sin el juego, lo lúdico, lo que permite sumergirse en mundos cercanos extrañados, en esa ambigüedad que otorga lo extraño. El desafío parece imponerse en soñar, imaginar, un futuro sin destrucción ni aniquilación donde los girasoles y el arcoiris den un marco de esperanza a todos los acrilis.
Curada por Máximo Jacoby, musicalizada por Gonzalo Córdoba y con la iluminación de Arturo Peruzzotti y Freddy Gotlib, "Acrilia" podrá visitarse con entrada libre y gratuita en Viamonte 525, Ciudad de Buenos Aires, de miércoles a domingos de 14 a 20 hasta el 13 de agosto.