Les cantó las 40 el presidente. Los trató de improvisados a los dirigentes, de no respetar leyes, de cambiar por cambiar sin una razón válida para cambiar, sólo la del rosqueo o la conveniencia propia.
Los trató, a los dirigentes, de improvisados, de que hacen las cosas mal, que viven cambiando por cambiar y que no entiende lo que están haciendo con el fútbol. Tal fue su planteo, que la vuelta o no a las canchas quedó en un segundo plano.
Les cantó las 40 el presidente. Los trató de improvisados a los dirigentes, de no respetar leyes, de cambiar por cambiar sin una razón válida para cambiar, sólo la del rosqueo o la conveniencia propia.
“El Estado no tiene nada que ver con la organización del fútbol, no se mete, pero como hincha sé que es muy importante para millones de argentinos. Y lo que veo es que no está funcionando bien. No le echo la culpa a nadie, pero algo está mal. Si somos exportadores de jugadores, debemos proteger las divisiones inferiores. Me da la impresión de que el fútbol argentino vive como la coyuntura argentina, viendo “cómo paso el día de hoy”. Todo tiene una cuota de improvisación. Un día suben la cantidad de equipos, en otro suprimen los descensos. Habían creado la Superliga, ahora no existe más. Uno no entiende nada de lo que están haciendo con el fútbol”, dijo Alberto Fernández.
Es el presidente de la Nación, pero no es un hombre del fútbol. Quizás conozca su problemática, quizás sepa que los dirigentes firman lo que luego no pueden pagar, que se aterrorizan cuando su club está por descender o desciende, que no es posible hablar de proyecto a largo plazo o que, en definitiva —y allí sí, él, como máximo mandatario tiene que tomar nota— el fútbol es ni más ni menos que un espejo de la realidad argentina.
Pero pocos han elaborado con tanta puntillosidad y claridad la realidad del fútbol argentino como el mismo presidente de la Nación. Y no lo digo por la vuelta a la actividad, de la cuál él, como presidente, tendrá responsabilidad directa en la decisión y será el que abrirá el grifo, el que tocará la tecla para que se empiece a activar algo que forma parte de las cosas menos importantes, es cierto, pero que modifica humores, entretiene, distrae y para muchos es su elemento de vida.
1) Si somos exportadores, debemos proteger las divisiones inferiores, dice el presidente. Menciona casos, pero en ninguno o salvo honrosas excepciones, el proyecto de inferiores, de generación de jugadores, de apostar al crecimiento del jugador propio que requiere tiempo y paciencia, no existe. Y si existe en alguna, reitero, honrosa excepción, corre el peligro de desvanecerse porque ni siquiera en los clubes más defensores de esa clase de proyectos, los cimientos están bien sustentados. La derrota del domingo, el descenso, el malhumor de los hinchas, la falta de convicción de los dirigentes, el cuidado de su propia espalda, el “sálvese quién pueda” es lo que atenta contra la convicción, algo que a muchos les falta y a nadie le sobra.
2) Me da la impresión de que el fútbol argentino vive como la coyuntura argentina, dice el presidente. Es así. Es el día a día. Es cambiar de rumbo, nada se sostiene, todo es inestable. Quizás, en eso, él mismo deba entender que existe una responsabilidad que parte desde las mismas políticas de Estado. En definitiva, los clubes están dentro de un país, subsisten en él y están atados a lo que en él ocurra.
3) Todo tiene una cuota de improvisación, dice el presidente. Y luego da dos claros ejemplos: hace cuatro años, la Superliga era la panacea que iba a salvar al fútbol y cuatro años después, los mismos dirigentes que decían aquéllo, la pulverizaron. Hace cuatro años, el torneo de 30 equipos era la herencia salvaje, imbancable, inescrupulosa, perdedora y negativa que le había dejado Julio Grondona. Propusieron en asamblea y levantaron la mano para volver, en 2020, a 22 equipos para después analizar si se quedaban en esa cantidad o se retornaba a los 20 tradicionales. Llegó el 2020 y no sólo que hay 24, sino que ahora el proyecto es llegar a 30 otra vez. ¿En qué cabeza cabe?, en la de los dirigentes.
4) Uno no entiende nada de lo que están haciendo con el fútbol, termina el presidente. No comprender la realidad, no significa evadirla o mirar para otro lado. Se hace necesario saber por qué, es imprescindible que haya racionalidad, urge comprender cuál es el horizonte, hacia dónde se va. Porque así, aumentando ascensos en medio de un torneo como pasó con la B Metropolitana; tomando decisiones en uno y otro sentido con la A y la B como si hubieran dos Afa, entre contemplativa y discriminatoria o modificando reglas de manera abusiva, intempestiva, con informalidad y no exenta de presiones externas y ese rosqueo histórico para beneficiar a alguno en detrimento de otro, el fútbol argentino no irá a ningún lado.
El dirigente tiene que ser creíble, defender sus intereses pero sin dañar el de los demás. Pero la entidad madre carga sobre sus espaldas una responsabilidad mayor. No hay credibilidad posible si se alteran normas y reglas. Es imposible. Y a eso apunta al presidente de la Nación.
Alberto Fernández es futbolero, hincha de Argentinos Juniors, gozó con aquéllos equipos de Saporiti y Yudica que lo llevaron a ser un ejemplo nacional, ama a Maradona. Alberto Fernández tiene que detener a un tsunami con lo que está afrontando como presidente. No le debe sobrar un minuto de su tiempo ni para pasear a su perro o tocar la guitarra, algo que le encanta hacer. Pero Alberto Fernández se da cuenta de lo que es el fútbol argentino, les canta las 40 y los advierte para que no sigan en este camino.
Nada de lo que acabo de decir, tiene color político. No me interesa hacer política. Me interesa que al presidente le vaya bien y me interesa que desde su investidura, haya reconocido y elaborado un diagnóstico del fútbol argentino que pocos analistas lo hubiesen señalado con tanta veracidad y claridad.
Lo vé él, que tiene un tsunami que detener. Muchachos, véanlo ustedes, que tienen la obligación de hacer un fútbol argentino del que no tengamos que ruborizarnos ni arrepentirnos.