Jueves 31.12.2020
/Última actualización 16:08
Marzo marcó un antes y un después en la Argentina. El mes en que tradicionalmente las miradas se posan sobre el comienzo de un nuevo ciclo lectivo, terminó provocando gran conmoción en el general de la sociedad y en la comunidad educativa en particular.
El calendario 2020 fijaba para el lunes 2 de marzo el inicio de clases para unos 6 millones de alumnos y alumnas de los niveles inicial y primario. El ciclo lectivo comenzaba a término en buena parte del país, luego del acuerdo alcanzado en la recuperada paritaria nacional entre gremios docentes y el ministerio de Educación, encabezado por Nicolás Trotta, en el electo gobierno de Alberto Fernández. Pero el marco no era homogéneo, en algunas provincias el escenario era más complejo.
En Santa Fe, al igual que otras cinco jurisdicciones, los reclamos salariales retrasaron el comienzo de la actividad escolar. Por entonces, el gobierno recientemente asumido de Omar Perotti, con Adriana Cantero designada nuevamente al frente de la cartera educativa provincial, proponía al sector docente un incremento del 3% con sumas complementarias y suprimía la célebre "cláusula gatillo", mecanismo implementada en la gestión socialista para hacerle frente a la inflación más alta de las últimas tres décadas hacia el final del gobierno de Mauricio Macri. En los días previos al comienzo del nuevo ciclo lectivo, el ofrecimiento era rechazado por "insuficiente", retrasando el normal comienzo de clases en la provincia y formalizando los primeros de varios cruces que los gremios tendrían con el gobierno santafesino entrante.
Hasta ese momento, poco se escuchaba sobre el coronavirus. Días después, el 7 de marzo, se conocía la primera muerte de una persona con Covid-19 en el país. Ante el inminente arribo de la pandemia, el presidente Fernández anunciaba el 15 de marzo la suspensión de las actividades presenciales, entre ellas, las clases. En ese marco, las escuelas se prepararon para estar lejos de las aulas por catorce días, luego caerían en la cuenta que sería todo un año. Marzo marcó un antes y un después en la educación argentina, tirando por la borda la planificación sobre lo conocido y saliendo a flote con una escuela de emergencia.
Las estrategias para educar lejos del aula
Este contexto de crisis hizo que, por primera vez en la historia, las instituciones educativas se encontraran cerradas al unísono en casi todo el mundo. Según estimaciones de la Unesco, unos 850 millones de jóvenes dejaron de ir a sus escuelas debido a la pandemia.
Frente a la emergencia sanitaria, el gobierno nacional puso en marcha el programa de emergencia educativa "Seguimos educando", que articuló contenidos para radio y TV, una serie de cuadernillos y una plataforma online con materiales digitales para dar continuidad a las actividades de enseñanza hasta tanto se retomara el funcionamiento de clases. La búsqueda de consensos para obtener cierto marco de normalidad conformó una de las prioridades de la agenda ministerial. En coordinación con el Consejo Federal de Educación se elaboraron protocolos e indicadores de riesgo epidemiológico, que dejarían poco margen para el regreso a la presencialidad durante el transcurso del año.
En Santa Fe, el abordaje de la pandemia tuvo antes que poner un freno al programa anunciado con entusiasmo en el inicio de gestión del nuevo gobierno. Para garantizar el derecho a la educación, "Todos los chicos y las chicas en la escuela" tuvo que convertirse de manera imprevista y forzada en "Seguimos estudiando en casa". Esto significó también la elaboración de cuadernillos, contenido audiovisual y digital para continuar el vínculo a distancia a través de distintos medios. En la ruralidad, la pandemia no alteró tanto las rutinas habituales, muchos docentes de esa modalidad sostuvieron los trayectos lectivos con lo mejor que pudieron, incluso acercando a sus alumnos las actividades escolares dejándolas colgadas en las tranqueras de entradas de las casas.
Retos y desafíos frente al Covid-19
No sería justo decir que durante el 2020 no hubo clases. El esfuerzo de directivos, docentes, estudiantes y familias permitió sobrellevar esta situación inédita e inaudita. Pero sí es cierto que la educación virtual no es la escuela. La falta de conectividad, de recursos y hasta de espacio físico puso en evidencia el retraso tecnológico de vastos sectores del país, resaltando la desigualdad socioeconómica que viven millones de familias. Como contracara, el servicio alimentario de los comedores escolares del que dependen una enorme cantidad de alumnos supo adecuarse al aislamiento. Sin embargo, los históricos problemas de infraestructura terminaron condicionando un regreso seguro a las aulas, imposibilitando el armado de "burbujas" que permitan mantener la higiene y el distanciamiento social.
En simultáneo, desde las entrañas del sistema educativo surgieron una serie de experiencias novedosas que será necesario considerar para pensar la escuela de la post pandemia. Quedó en claro, por ejemplo, que el horario escolar tradicional se vuelve imposible en la educación a distancia, ya que el ritmo de enseñanza-aprendizaje es diferente. Además, el rol de la familia volvió a ser preponderante, acompañando en los nuevos retos que implicó aprender desde casa, los problemas de conectividad y de comprensión de las tareas escritas.
Sería ingenuo pensar que los problemas con los que cargaba el sistema educativo antes de la pandemia se resuelvan en un profundo contexto de crisis. Para ello, será responsabilidad de los Estados desplegar políticas públicas que pongan a la institución escolar en el centro de la escena, donde la prioridad sea garantizar el derecho de millones de jóvenes a tener una adecuada educación, evitando perpetuar la desigualdad económica, social y cultural a lo largo y ancho del país.