Viernes 24.4.2020
/Última actualización 15:41
Cuando se refiere al teatro, Marina Vázquez lo hace con pasión. Eso se nota aún cuando la charla con ella es telefónica. Cada vez que desarrolla una reflexión sobre la disciplina a la que dedicó gran parte de sus 67 años, se toma el tiempo necesario, busca el término más preciso (a veces, también el más bello) y disfruta la posibilidad de compartir sus puntos de vista. Sus palabras, como sus puestas escénicas, son un desafío constante a buscar nuevos sentidos.
La cuarentena, en el caso de la actriz y directora, no es sinónimo de inactividad. “Me estoy cuidando, estoy en cuarentena, pero no me siento ni estoy inactiva. Estoy apoyando el trabajo de un tesista de la Licenciatura en teatro de la UNL. Y estoy haciendo lecturas virtuales con Melisa Medina y Vanesa Haupt, estamos indagando alrededor de un texto narrativo que es ‘Bella, le viste la cara a Dios’ de Gabriela Cabezón Cámara. Por otro lado tengo dos montajes que están ‘amorosamente’ replegados que son ‘Finlandia’ de Ricardo Monti y ‘La Biunda’ de Carlos Carlino”, cuenta.
De todas maneras, tiene claro que todo lo que se está haciendo implica sostener lo ya hecho hasta acá, o prepararse para el momento central del teatro, que para Vázquez es el ensayo. “Es el momento donde el deseo de significar, de construir la erótica de los cuerpos se pone en acción y produce significados que van generando un entramado, un enlazamiento. Un producir, elegir y descartar por parte de la dirección a lo largo de los encuentros. Fijate las palabras que solemos asociar al ensayo, hoy están puestas en suspenso”.
—¿Viviste alguna situación parecida, donde hayan tenido que replegarse tanto sin poder reunirse, que es la base del teatro?
—Hicimos teatro con Jorge Conti, Jorge Ricci y otra gente muy valiosa en la época de la dictadura militar. Ahí la plaga, la pandemia, era de otro orden. Guardábamos algunos recaudos, pero a diferencia de los actores de cine que fueron muy perseguidos, hubo una cierta tolerancia, una mirada condescendiente, ciertamente despectiva por parte de los militares con respecto al teatro, como una experiencia muy puntual y pequeña. Con ciertos cuidados, podíamos encontrarnos y trabajar. Desde el punto de vista sanitario, solamente tomamos algunos cuidados en el 2009 cuando fue lo de la gripe A. Estábamos preparando “Stéfano” de Discépolo con (Carlos) Falco y Raúl Kreig. Pero fue una cosa circunstancial y enseguida apareció la vacuna. Esto es otra cosa, algo planetario, de otro orden. Casi una crisis civilizatoria, en algún punto. La pandemia, para mí, es el neoliberalismo. El capitalismo financiero, el empobrecimiento de miles de millones de personas. Y el estrujamiento de la naturaleza hasta límites insospechados, que producen estos cercamientos y estas respuestas así como energizantes de la naturaleza. Así percibo yo esto. Pero creo que al mismo tiempo que al ser humano le cuesta tanto ser equitativo, distribuir la riqueza, ha generado procesos de investigación que van a terminar otorgándonos la vacuna para controlar esto, como pasó en la década del ‘50 con la poliomelitis. Yo era muy chiquita entonces pero lo se por relatos familiares y por las huellas que ha dejado en los cuerpos de personas que hoy tienen 70 años.
Aprovechar la virtualidad
—Esto va a derivar en modificaciones que, en el caso del teatro, va a tener un impacto.
—Espero que el teatro pueda volver a ser, porque es cuando es con otros. Cuando hay convivio. Todas las palabras que usamos para el teatro tienen que ver con esto de la convivencia, del estar en el mismo espacio espectadores y actores. Esto de que nunca se sabe cuando se va a romper la barrera. Hay un límite estipulado entre la escena y el espectador, pero en esa presencia de los cuerpos, en ese lanzamiento de las energías, en ese motivarse y motivar que tiene la acción misma, el despliegue de los actores, nunca se sabe cuando se va a saltar al otro lado. Cuando el espectador va a dejar de serlo para ser actor. Y lo es de hecho, en esa experiencia de transferencia, proyección y recogimiento de sentidos. Entonces creo que, por ahora, nos quedan algunas cosas interesantes, como la virtualidad, que hace por ejemplo que Sebastián Roulet, que está dirigiendo por primera vez una obra suya, que es un homenaje a la radio en sus 100 años, esté trabajando a través de Zoom, con el sistema de videoconferencias. Esto le servirá para avanzar en el delineamiento de personajes, en caracterizaciones, en sonoridades textuales, que después podrá cotejar cuando nos podamos volver a encontrar en el ensayo.
—Una especie de pre-producción.
—De pre-ensayo. Es lo que estamos haciendo con estas lecturas con Melisa y Vanesa. Lo que yo tengo, como eventual directora de esa experiencia, son imágenes mentales. Es algún momento, esas imágenes se verificarán en el ensayo y se modificarán. Será el bagaje con el que iremos, más rico que si no hiciéramos todo este trayecto de lecturas convergentes y múltiples, porque hasta estamos asociando con muchas otras lecturas sobre mujeres.
—Es como encontrarle un aspecto positivo a esta situación, para aprovechar ese mayor tiempo.
—Se trata de no morir en el intento de conservar los cuerpos sanos. No solo de cuerpo vivimos, sino también de todas estas emocionalidades, subjetividades, que en general en el caso del teatro canalizan el deseo de la acción dramática, puesta en juego en el ensayo. Mientras tanto, vamos alimentándonos.