Lunes 22.4.2024
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En el predio de la Liga Santafesina de Fútbol, un 22 de abril de 2019, fue encontrado muerto Julio César Toresani. El Huevo, Cuando se anotició, Diego Maradona, su rival épico en el inolvidable Boca 1 - Colón 0 del Apertura ‘95, lamentó haber-llegado-tarde. El tiempo, tremendo invento sabandija, quiso que al año nomás Pelusa acompañara al Huevo en su viaje a la eternidad.
Mientras tanto, el lustro que corrió desde aquel Lunes de Pascua pre-pandémico hasta hoy fue testigo de su evocación en la literatura argentina. Ese irreverente volante central -cuando no carrilero por derecha- sigue siendo contado como lo atestiguan las plumas de Diego Geddes, María Inés Bedia y Ariel Aguirre.
El Pozo
7 de octubre de 1995. Todavía recuerdo la calentura en el 4° A de la Torre 14 de “El Pozo”. Papá y mis hermanos a las puteadas. Un delantero ignoto hacía un gol a un minuto del final. En esa época, no era tan común el tiempo suplementario. No había VAR. La Bombonera era más picante. Darío Oscar Scotto, recién ingresado del banco de suplentes, marcaba un gol de cabeza con la nariz llena de sangre. Siga siga, Lamolina. Yo tenía 9 años y medio. Aprendía el dolor de la injusticia de ser de “un equipo del interior” contra “un grande”. El rigor de la trampa.
Ese partido por la novena fecha del Apertura ‘95 ya venía peludo. Cerca del cierre de la primera mitad, Claudio Paul Caniggia ponía combustible a la conflictividad del match con una plancha sobre “El pastor” Dante Unali. “Pensé que lo había quebrado”, supo reconocer a El Litoral Quito Chávez, por entonces preparador físico del conjunto santafesino. Enfurecido, Toresani protestó fervientemente ante la inacción de la terna arbitral. Toresani, quien con la camiseta de Unión le había hecho un gol a Civarelli en un clásico, recibía la tarjeta roja, protagonizando un cruce épico con Maradona. Maradona sería compañero suyo en el club xeneize años más tarde.
Diego, fiel a su estirpe, dejaría unas palabras para la historia: “Segurola y Habana 4310 - 7° piso”. Hoy, la esquina ubicada en Villa Devoto se llama como el creador de la frase y hay desde barberías hasta programas de radio con ese nombre. Segurola y Habana: Maradona y Toresani. Una forma extraña de cariño, que los años modularon con sus bemoles.
El 25 de octubre de 1997, en el último partido oficial de Diego, el Huevo marcaba un gol contra River en el Monumental. Foto: Archivo El LitoralEse reconocimiento
Diego Geddes es un periodista bahiense, editor de A24.com y columnista de libros en La Once Diez y en Radio con Vos. En 2018, se embarcó en el Diario de la Procrastinación, newsletter que devino en su última publicación literaria, “Esto lo puedo estar inventando” (La Crujía, 2023).
Allí, antes del capítulo “Un segundo de soledad”, el autor articula procrastinación, muerte y depresión. “Hoy 30 de abril de 2020 cumplo cuarenta años y como excusa miro un River-Boca de un 30 de abril, pero de 1994. El partido fue un sábado y Ortega jugó en un nivel superlativo, como casi siempre contra Boca; Crespo erró una cantidad notable de goles, aunque todas sus definiciones fueron al arco, salvadas por Navarro Montoya, una muralla. Para mí sorpresa, Toresani también jugó un buen partido, y al verlo recordé que se suicidó hace poco, hundido en el vacío del retiro” (2023:100).
La narración de Geddes continúa hilando tragedias: el asesinato de dos hinchas de River (Ángel Delgado y Walter Vallejos) ocurrido en ese mismo derby. Veinticuatro horas después, el domingo 1° de mayo, murió Ayrton Senna Da Silva. “... digo ‘se mató’ y no ‘se accidentó’ porque así salió en la tapa de Clarín del otro día”. En la página 124, el periodista explica, a través de una remembranza: “María Gabriela Epumer le decía ‘El Niño’ a Charly García (...) Este diario también es un rescate de figuras olvidadas, de los que pasaron por el costado del flash”.
Cruzando mensajes de WhatsApp, Diego pondera a Toresani como “un jugador más que correcto, útil y voluntarioso, con criterio y buen pase; también con agallas, algo que nunca estuvo en discusión”. Y añade: “Hay una pulsión un tanto extraña en ese derrotero por los equipos rivales, una ambición de progreso, y una actitud desafiante, propia de alguien que no le tenía miedo al qué dirán. Ahora parece poca cosa, pero no está de más remarcarlo. El Huevo merece ese reconocimiento”.
De izq. a der.: Diego Geddes, María Inés Bedia y Ariel Aguirre. Fotos: Archivo El LitoralMuy querido
Domingo 25 de octubre de 1997. Otra vez octubre. Maradona jugaba su último partido oficial. (Recién cuatro años después, al filo de los fatídicos 19 y 20 de diciembre de 2021, hizo su partido despedida). Aquel Superclásico en el Monumental con victoria xeneize, tuvo muchos condimentos que lo harían recordable. Antes del pitazo de Elizondo, los veintidós jugadores se congregaron en el centro de la cancha: minuto de silencio. Se cumplían nueve meses del asesinato del fotoperiodista José Luis Cabezas.
Esa fue la primera vez que María Inés Bedia vio a Boca “en vivo y en directo”. Según cuenta en la página 29 de su libro “No destruya las señales” (La Crujía, 2023), aclamó a Julio César Toresani. El ex River en las temporadas 1991-1995 convirtió el segundo gol del equipo que por entonces conducía técnicamente otro ex millonario, Héctor Veira. De este modo lo recuerda la abogada que trabajó durante diez años en Abuelas de Plaza de Mayo: “El empate de Boca, a los dos minutos del segundo tiempo me lo perdí por estar enojada con mi papá. Mientras le decía que me estaba haciendo pasar vergüenza, que nadie leía en la cancha y mucho menos a Hegel, Latorre armaba una jugada en la que se la pasaba cruzada al Huevo Toresani, quien, ganándole la espalda a Berti, la clavaba con la cara interna del pie: tres dedos, en el palo derecho de Burgos”.
Prosigue el relato: “Se vino abajo la tribuna. Terminé abrazada a una señora que gritaba desaforada: ¡Huevo, Huevo, Huevo! El marido la abrazaba y le decía: Te dije que tenías que venir, vieja. Hubiese querido que mi papá se reivindicara haciendo papel picado con el libro de Hegel, pero me conformaba con que no estuvieran a la vista ni el libro ni el resaltador. Además, el empate fue una inyección de alegría, ahora sí lo podíamos dar vuelta”. La remontada se sellaría con una anotación indeleble de Martín Palermo.
Requerida por El Litoral, Mari sumó estas líneas al relato previo: “No hay manera que te hablen de Toresani y no recuerdes el gol a las gallinas. Ya no estaba Maradona en cancha. El Huevo empata el partido y se lo grita a los hinchas de River, esa imagen fue hermosa. Obviamente, también lo recuerdo por el histórico y épico ‘Te espero en Segurola y Habana’. Después se amigaron Toresani y Maradona: ídolos, gente muy querida del fútbol”.
Extraño ser
“Gayo & Wada” es la primera novela del escritor santafesino Ariel Aguirre. El personaje central de esta historia es Doble G (Gordo Gustavo), un defensor aguerrido que atraviesa desventuras de todo tipo en pos de cumplir su sueño: triunfar en Colón. Su debut, relata la obra, fue contra Godoy Cruz en Mendoza.
Doble G es el líbero de un equipo integrado por jugadores de fantasía que resuenan en el imaginario sabalero, como Laucha Bergoglio y el Vicho [sic] Vigor. Pasando revista por el Huevo-entrenador -una odisea por todo el país, Colón mediante, con escalas por Uruguay, Ecuador y Bolivia-, el DT del plantel imaginado por Aguirre es el Huevo Toreso. Una de sus apariciones se materializa en un consejo que le da a Doble G, simbolizando el temperamento del mediocampista que también supo vestir las camisetas de Independiente, Audax Italiano, Instituto y Patronato:
“-Vos te quedas en el fondo. No quiero que pases dos metros delante de la línea del área. Ponete libre, marcamos con tres, vos sobrás. Vos ponete donde te parezca, donde veas que viene la jugada. Cuando la agarres, si tenés espacio, pegale para arriba. Apuntale al Vicho, si es la cabeza mejor, él baja todos los ladrillazos. Si tenés espacio y no te presionan, vos pasala al medio, a la izquierda. Ahí va a estar el Laucha para la contra. No subas. Por nada del mundo te muevas del área” (2020:85-86).
Ante la consulta de este medio, Aguirre abrió las puertas del proceso creativo que derivó en la construcción de Toreso: “Me lo imaginaba como el personaje real, en otro plano de realidad. Lo que todos conocen y esa cosa poco estética pero efectiva. El anti Prediger, en su forma de moverse y de jugar. Por su calidad de ser extraño y ese carácter irreverente comparte algunas cosas del universo medio bizarro de la novela”. Cuando Ariel estaba en la etapa final de corrección de la novela, en Buenos Aires, le llegó la noticia de la muerte del Huevo. “Como era un personaje medio irónico, yo sentía que le faltaba el respeto en algunas partes, pensé en poner otro. ‘Esto es un homenaje. Un homenaje es algo real. Nadie le da bola a los homenajes lindos’, le respondió el editor”.