Sábado 9.7.2022
/Última actualización 11:53
En su nueva novela, que editó Tusquets, la escritora Paula Puebla no se amilana ante la complejidad de lo que plantea. Todo lo contrario, se compromete a fondo con todos los puntos de vista posibles que admiten la maternidad, la subrogación de vientres y el proceso de construcción de la identidad. En efecto, las tres mujeres que comparten el protagonismo de “El cuerpo es quien recuerda” están atravesadas por estas temáticas pero no se quedan, ni mucho menos, en la superficie. La joven Rita quiere saber su origen aunque eso le cueste la soledad. Nadiya se dedica a parir bebés en Ucrania para otras familias del mundo y establece un vínculo con sus pares. Y Victoria, exmodelo, teme el paso del tiempo y descarga su frustración en quienes la rodean. Cómo señala la sinopsis del libro, los personajes “exploran miserias propias y meten el dedo en llagas ajenas”. La propia escritora lo sintetizó en una entrevista concedida a este medio: “esas tres voces conforman un prisma de la misma historia. Si bien cada una tiene su parte en la novela, están contando la misma historia cada una desde su lugar, su país, su identidad y su posición. Aún en la diferencia, ellas tres son parte de lo mismo”.
-Si bien el libro aborda muchos temas, lo que unifica las historias reflejadas allí es la búsqueda de identidad.
-La identidad atraviesa la novela y las tres historias de los personajes de maneras muy distintas. En el caso de Rita hay una búsqueda de una identidad de origen, que para los argentinos no es un detalle. En realidad, para ninguna persona, pero en el contexto de la historia argentina tiene otro vigor. En el caso de Nadiya, la ucraniana que alquila su vientre, hay una cuestión más colectiva, de ella con las madres hermanas, con sus compañeras de guerrilla. Y en Victoria, se puede decir que hay una identidad que es una expresión que viene de los años 90, de lo que significaba ser una supermodelo en esa época, cuando era como estar en la cima. Eso deviene en un perfil de mujer individualista, atravesada por el consumo, la imagen, el aspecto y el posicionamiento como influenciadora de las buenas conciencias.
Gentileza Alejandro Guyot-La novela conecta con algo que planteaste en una entrevista respecto a que “la literatura es el lugar para decir lo que no podemos hacer en otro contexto”. En “El cuerpo es quien recuerda” se abordan temas difíciles, que en otros ámbitos podrían disparar problemas o debates.
-Debates, con suerte. Lo que pasa es que la sociedad de hoy, de la inmediatez, las certezas y las opiniones taxativas no deja mucho lugar para el debate. Solo hay lugar para posicionarse de manera urgente y terminante. Todo tiene que ser certeza, no hay lugar para la duda, para la pregunta. Entonces, me parece que la literatura plantea el debate desde otra sensibilidad. Mi intención en esta novela no era hacer una bajada de línea sobre lo que hay que pensar sobre determinados temas, sino abrir interrogantes. Jugar con la zanahoria, con la identificación. Pero, en el momento en que te empezás a identificar con determinado personaje, hace algo que no te gusta y te expulsa. El intento fue que esa zanahoria sea la contradicción que todos llevamos dentro y que muchas veces la época obliga a reprimir, porque hay cancelación, disciplinamiento y desprestigio, consecuencias que son propias de una sociedad totalitaria.
Gentileza de la autora-Hay muchos tramos del libro que generan incomodidad. Y es ahí donde se abren las preguntas.
-Tengo como lema personal que la incomodidad hay que habitarla, no evitarla. Evitar la incomodidad te hace anquilosar en una serie de certezas y afirmaciones. Y te vuelve poco inteligente. Si advierto una incomodidad, una diferencia, una desigualdad, me animo a mirarla y a preguntarme qué me pasa con ese tema. ¿Estoy de acuerdo con el alquiler de vientres? ¿Estoy en contra? ¿Lo haría, no lo haría? ¿Qué pasa si viene mi hermana y me dice que va a alquilar un vientre? ¿Qué le diría? Hay que mirar a los ojos esas incomodidades. Muchas veces por negarlas o reprimirlas, cuando queremos acordarnos es demasiado tarde. Y sobre ese “demasiado tarde”, todo se vuelve cuesta arriba. Tenés al Estado en contra, al mercado en contra y a los fascismos en contra. Superemos la incomodidad, salgamos de esa zona medio infantilizada del confort.
-Hablamos de los personajes femeninos, pero también los masculinos tienen peso en la historia.
-No gravitan tanto pero están ahí y sostienen a Rita. Bien o mal. Podemos ver quién es Rita gracias a la existencia de su pareja y a la existencia de su padre. Podemos ver que tipo de chica es gracias a ellos. El papá representa al “círculo rojo”, que una vez que entra ahí nunca se baja. Un empresario exitoso que expresa la masculinidad en términos de guita. Y Héctor representa el universo masculino en términos intelectuales. Me gusta que orbiten la historia y sean testigos. Es lo que pasa con los hombres y la maternidad. El hombre hace un trabajo muy acotado y se sienta a esperar. Tiene un rol de partícipe, pero sobre todo de testigo. Eso está en la novela.
-Otra cosa que abre muchas líneas posibles de reflexión es el telón de fondo que elegiste, esa Argentina en crisis del año 2001, que también es un país en busca de su identidad.
-Somos hijos de nuestras épocas. A mí el 2001 me servía como universo, como imaginario, para hacer nacer la historia de Rita en un momento de crisis social. En la novela también aparece la década de los 90. El 2001 es la expresión crítica de esos diez años de neoliberalismo que terminan con esa explosión y ese helicóptero yéndose de la Casa Rosada. Ese vuelo, en ese momento, con esa tragedia, dio inicio a otro proceso político. Vino otra cosa. Ahora no sabemos que viene y que nos está pasando como sociedad, porque en Argentina los problemas se renuevan a un nivel estrepitoso. Ya no se sabe cuando empieza y termina una crisis. Nacimos y crecimos en eso. Todas esas crisis nos atraviesan.