Martes 27.4.2021
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El jueves 29 de abril desembarca en Netflix “La apariencia de las cosas” (Things Heard & Seen), un film dirigido por Shari Springer Berman y Robert Pulcini, que se inscribe dentro del género del terror. Amanda Seyfried, James Norton, Karen Allen, F. Murray Abraham son los protagonistas de este film sobre una pareja que se muda a una aldea histórica en el valle del Hudson y acaba descubriendo que su matrimonio oculta una siniestra oscuridad que rivaliza con la historia de su nuevo hogar. De esta forma, la plataforma de streaming amplía su catálogo con un film que se inscribe dentro de un tipo de films que tiene diversas vertientes y millones de adeptos en todas las latitudes. Y por eso, en las líneas que siguen, repasamos una decena de films que marcaron nuevos rumbos dentro de la historia del género.
“Nosferatu” (1922): Dirigida por F.W. Murnau en la Alemania de entreguerras, se la considera como un ícono del expresionismo alemán, movimiento en el cual predominaba la visión interior del artista por sobre la impresión de la realidad. Murnau aportó diversas innovaciones en esta versión libre de la novela de Bram Stoker: utiliza escenarios naturales en lugar de estudios y película negativa para marcar el paso del mundo real al fantástico. Además, gracias al actor protagonista, Max Schreck, logró construir uno de los vampiros más terroríficos de toda la historia del cine. Un siglo después, todavía asusta.
“M, el vampiro” (1931): No es, en rigor, una película de terror pero introdujo recursos que luego incidirían con fuerza en diversos géneros, inclusive el cine negro. Básicamente es la crónica de la búsqueda frenética de un asesino de niños y mantiene atemorizada a toda la ciudad. Hasta ahí el componente que la torna una película de horror con un psicópata como protagonista, como antecedente lejanísimo de “El silencio de los inocentes”. Pero el director Fritz Lang va más allá y no elude la sátira social, cuando muestra al mundo del hampa buscando al criminal con tanto ahínco como la policía, al ver afectados sus negocios por las numerosas redadas.
“Freaks” (1932): Tras rodar “Drácula” de 1931 con Bela Lugosi, Tod Browning dirigió una de las películas más inquietantes de la historia del cine. Básicamente, narra la venganza perpetrada por el enano de un circo hacia la trapecista que se quiere quedar con su dinero tras seducirlo. Pero el valor casi documental está dado en que fue interpretada por personas con deformidades físicas reales. El mensaje es que la monstruosidad no se encuentra en la apariencia física, sino en el interior y se define por las decisiones y acciones. Cómo señala el crítico Tom Huddleston, es “una de las películas más poderosas que se hayan hecho nunca sobre el anhelo de humanidad y solidaridad frente a la crueldad y la opresión”.
“Psicosis” (1960): Alfred Hitchcock era un adelantado a su tiempo. Al punto que con este film estrenado en los albores de la década del '60 no solamente propuso un nuevo vínculo con el público (que llenó las salas de todo el mundo) sino que rompió esquemas narrativos (la protagonista muere asesinada mucho antes de lo habitual) y anticipó lo que más tarde sería el género slasher dentro del terror (derivado del término “cuchillada” en inglés). La escena de la ducha y el personaje de Norman Bates, uno de los grandes villanos del cine, son parte de la leyenda de este film, junto al lúgubre Motel Bates, que dio origen a una serie televisiva.
“El Exorcista” (1973): El crítico Leonardo D’Espósito la describe como “una obra maestra total y, probablemente, la mejor película de terror de la historia”. Lo cierto es que el cine, no sólo el género, volvió a ser el mismo tras la irrupción de la obra maestra de William Friedkin. La crudeza y el realismo de las escenas en que los curas luchan contra el demonio que ha poseído a Regan son todavía impresionantes, a pesar de que han sido parodiadas hasta el cansancio. El enfrentamiento entre el bien y el mal es cristalino y los personajes están bien desarrollados en sus propios infiernos particulares. Y, lo mejor de todo, el entretenimiento y el avance hacia temas profundos como la fe están balanceados.
“Tiburón” (1975): Steven Spielberg cambia vampiros, hombres lobo, zombis y brujas por un escualo de enormes proporciones que aterra a una pequeña ciudad marítima de Nueva Inglaterra. A partir de su estreno, es posible que ningún bañista del mundo haya nadado en aguas saladas sin pensar, al menos por un segundo, en este film. Con una confianza en los recursos visuales digna de Hitchcock, Spielberg manipula al espectador con una cámara subjetiva y una efectiva utilización de la banda sonora de John Williams, desde entonces sinónimo de suspenso. Pocas veces se ve a la criatura, pero es tal el pavor que genera que cuesta olvidarla. El éxito de taquilla fue enorme.
“El resplandor” (1980): Junto al Motel Bates, el Hotel Overlook debe ser el lugar más aterrador para quedarse a dormir. Es que allí se desarrolla esta historia perturbadora, nacida en forma de novela de la mente de Stephen King, sobre un escritor bloqueado que se hunde progresivamente en la locura. Kubrick, sin utilizar más que un triciclo que recorre los pasillos, logra generar un clima de tensión pocas veces visto en la pantalla. A la vez, es capaz de extraer por parte de Jack Nicholson una de sus actuaciones más icónicas, con secuencias que han dado pie a decenas imitaciones y parodias. “Los peores demonios están dentro de nuestra mente”, parece indicar King. Kubrick suscribe esta premisa y la traduce en una serie de imágenes sobrecogedoras.
“Posesión infernal” (1981): La ópera prima de Sam Raimi marcó un quiebre en la dirección que tomaría buena parte del género en la década del ‘80: una mezcla entre sustos, clima pesadillesco, humor negro y algo de sátira social. En este caso, cinco jóvenes van a pasar el fin de semana a una cabaña del bosque. Allí, en un sótano, hallan un magnetófono, un cuchillo ritual y un libro antiguo. A partir de ahí, el mal se cuela en la trama a través de una serie de recursos imaginativos por parte de Raimi, que aprovecha el exiguo presupuesto con enorme habilidad. La trama flaquea algunas veces, pero es tal la confianza de los realizadores en el potencial del material, que todo fluye. Fue tal el éxito comercial que dio pie a varias secuelas.
“Scream” (1996): Wes Craven, el creador del sádico Freddie Kruger, filmó al promediar los ‘90 este film plagado de guiños cinéfilos, bromas internas y personajes autoconscientes. Fue abrumador el éxito que cosechó en los adolescentes y marcó las pautas para el arribo de sagas como “Saw” o “Hostel”. Craven, quien ya en los ‘70 había sido precursor con films como “Pánico a medianoche” o “Las colinas tienen ojos”, centrados tanto en el terror como en una serie de referencias sociopolíticas a su tiempo, captó el clima de época de los ‘90 y marcó la aparición de un subgénero que llenó las pantallas del mundo entero. Hubo tres secuelas de “Scream”, la última en 2011.
“Sexto sentido” (1999): Pocas veces un cineasta obtuvo tal repercusión comercial siendo prácticamente un desconocido como M. Night Shyamalan con este film estrenado a finales del siglo XX. Es una historia de fantasmas bastante clásica, pero con una atmósfera que mantiene en vilo todo el tiempo. Propuso, a su vez, un relevo necesario a los tanques de terror de los grandes estudios. Sin grandilocuencias y con un guión perfecto, el director construye una tensión creciente que se desarrolla gracias a los excelentes trabajos de Haley Joel Osment, Bruce Willis, Toni Collette y Olivia Williams. Alcanzó seis nominaciones al Oscar, incluyendo película, director, montaje, guión original, algo poco frecuente para un film de terror y de moderado presupuesto.