Lunes 13.12.2021
/Última actualización 16:28
El viernes por la noche, en el Anfiteatro “Juan de Garay”, se realizó el Gran Concierto Homenaje a Ariel Ramírez; se trató del punto cúlmine del programa “Ariel Ramírez: un año para celebrar cien años” llevado adelante por el municipio, que realizó la actividad como esfuerzo conjunto con el Ministerio de Cultura provincial (ambos aportaron además los organismos estables que participaron de la noche.
El protagonista central de la noche fue sin dudas Facundo Ramírez, hijo del compositor y heredero de la profesión. De esa herencia se trató la primera parte de la velada, dedicada al estreno mundial del “Concierto cuyano”: se trata de una obra para piano, guitarra y orquesta sinfónica que Ariel soñó componer, pero del que pudo elaborar una serie de melodías cuyanas, tal como lo comentó el director invitado, Ezequiel Silberstein. Melodías que le legó a su hijo para que complete ese encargo, trabajo que le tomó unos 12 años, según confirmó más tarde, pasado ya el nerviosismo del estreno.
De tal manera, la obra fue interpretada por la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe (que presentó un orgánico mediano en cuanto a lo numérico), con el citado maestro como director invitado, con el propio Facundo como solista de piano y Leandro Andersen en la guitarra.
La obra, de unos 20 minutos de duración, consta de tres movimientos. El primero, “En la tierra cuyana”, comenzó con una serie de patrones rítmicos en el piano, que se fue abriendo a la orquesta para volverse melódico. Facundo demostró que no solo comprende el modo compositivo de su padre, sino también su toque del instrumento, con algo de romanticismo en el segundo segmento, donde primero el piano y luego la guitarra tuvieron sus pasajes solistas sobre el continuo de las cuerdas que devolvieron el segmento a sus cimas de intensidad, con el legado del nacionalismo musical argentino.
El segundo movimiento, “Atardecer cuyano”, tuvo un comienzo casi cinematográfico, con protagonismo de las maderas, dibujando sobre los motivos principales de las cuerdas y el piano, que sobre el final desarrolla un cadenza romántica y sutil, antes de reunirse con la orquesta para el cierre.
El tercer movimiento, “La fiesta cuyana”, comienza como una tradicional obra de Ariel, con intensos motivos melódicos, vigorosos y sincopados, dialogado entre el piano, la guitarra y la orquesta. De allí los cellos salen a un pasaje de sabor barroco, que comienza a ser fugado por la formación, hasta que las maderas ofrecen el retorno al clima general y encarar el camino hacia el final, alegre y sin estridencias, con un particular “sabor Ramírez”.
Ante el aplauso general, y concretado el estreno mundial, se interpretó como bis este tercer movimiento en su integridad.
En el intervalo, mientras se retiraba la orquesta y se preparaba el escenario para lo que vendría, el intendente Emilio Jatón volvió a un rol donde se siente cómodo, que es el de entrevistador. Así, charló con Facundo sobre su padre, sobre sus recuerdos de la vida compartida y sobre las siguientes obras que se iban a interpretar a continuación: “Mujeres argentinas” y la “Misa criolla”.
Más tarde, el intendente junto a los otros funcionarios presentes (el secretario de Gestión Cultural provincial, Jorge Pavarín; el secretario de Educación y Cultura municipal, Paulo Ricci; y el director del Centro Cultural Provincial, Demian Sánchez) distinguieron al músico y a las otras visitantes ilustres, que no eran otras que las hijas del historiador Félix Luna (habitual colaborador de Ramírez desde las letras): Felicitas, Florencia y María.
Pablo Aguirre Un público variado concurrió al Anfiteatro para descubrir una obra nueva y deleitarse con parte de nuestro acervo musical.Un público variado concurrió al Anfiteatro para descubrir una obra nueva y deleitarse con parte de nuestro acervo musical.Foto: Pablo Aguirre
En la segunda parte, Ramírez hijo sumó a su grupo, integrado por el citado Leonardo Andersen en la guitarra, Julieta Lizzoli en los teclados (incluyendo los sonidos del Clavinet, el clave electrónico tan caro a Ariel Ramírez en las obras que se iban a interpretar), Lucas Rosen en el bajo y Ulises Lescano. También ganó el escenario "Rodolfo Ruiz, un maestro del charango: acompañó durante 30 años a mi viejo", como lo presentó el líder musical.
Pero la protagonista de “Mujeres argentinas” es sin dudas la voz femenina, que en su momento ejerciera Mercedes Sosa. Para la ocasión, la elegida fue la riojana María de los Ángeles Salguero, la “Bruja”, una de las voces notables de la música folclórica argentina de los últimos tiempos. El suyo es un decir que reúne colores tradicionales con una sonoridad actual, con frescura y profundidad.
Sobre un colchón de teclados y percusión autóctona arrancó “Gringa chaqueña”, en uno de los arreglos remozados que preparó el heredero de Ariel, conocedor de la esencia de cada canción pero capaz de encontrar nuevos timbres. Siguieron con la emblemática “Rosarito vera, maestra” y una intensa versión de "En casa de Mariquita", para entrar en otro clima para la trágica “Las cartas de Guadalupe”, y subir de nuevo con “Manuela, la tucumana”.
El segmento final estuvo dedicado a las canciones más esperadas. Sobre “Alfonsina y el mar” siempre hay expectativa, y la versión estuvo a la altura: la voz de Salguero sobrevoló sobre un sintetizador new age en las primeras estrofas, antes de que Facundo pase por la tradicional intro del piano, en tiempo de zamba, para seguir con tinte jazzístico en el bajo y la percusión, para dejar crecer el lamento de la voz en el estribillo. El piano impuso la gravedad a la segunda vuelta, para que la guitarra protagonice el acompañamiento a la cantante, sumar a la formación y despedirse con voz y piano.
“Dorotea, la cautiva” fue un tour de force interpretativo de Salguero, desde la gravedad del comienzo con las campanas de la percusión, la guitarra arpegiada y el color de una zampoña soplada por Ruiz: la profundidad expresiva creció allí donde dice “yo no soy huinca, india soy, por amor, capitán”, y en el estribillo, en el desgarro de “Me falta el aire pampa y el olor de los ranqueles campamentos, el cobre oscuro de la piel de mi señor, en ese imperio de gramilla, cuero y sol”.
La Bruja ya dijo “Juana Azurduy” y el grupo ganó clima con el charango hacia ese "aire de cueca del norte", para dispararse en el piano, la percusión y el Clavinet y convertirse en ese himno de independencia con olor de pólvora altoperuana. La ovación fue de pie, y por un buen rato.
El tercer tramo del concierto estuvo centrado en la “Misa Criolla”, para la cual se retiró Lizzari y se sumaron el Coro Municipal (dirigido por Juan Barbero), el aerofonista Tukuta Gordillo (otro músico “heredado” de don Ariel) y el Dúo Andariego (Emiliano Barón y Jesús Galiussi, dos de esas voces masculinas prístinas y canoras que se estilan en el folclore actual) compartiendo de forma alterna y conjunta el rol solista.
Comenzaron con el piadoso “Kyrie” (vidala-baguala), para estallar en la fuerza altiplanar del "Gloria" (carnavalito-yaraví), el más celebrado movimiento de la obra. El coro tuvo un pasaje destacado en el "Credo", una chacarera trunca fidelísima que sigue siendo exótica en la combinación con el texto litúrgico que lleva, y creció en el diálogo de coros y solistas hasta el “Amén” final.
El “Sanctus” (carnaval cochabambino) ganó en el recurso del “solista doble”, en el juego de las voces de Barón y Galiussi. El cierre fue con el “Agnus Dei” (estilo pampeano), que retoma al clima de recogimiento del principio, con las voces solistas escoltadas por el piano surero, el coro etéreo y el repique del charango.
Ya fuera de programa, el grupo instrumental y los solista vocales sumaron al acordeonista Benjamín Roskopf para "Santafesino de veras", en la que Facundo canalizó el toque pianístico de su padre y el dúo vocal mostró su pasta festivalera, en un momento festivo que "aflojó la corbata" luego de los tres integrales.
El pianista invitó al público a cantar junto con el Coro Municipal, en una lograda versión de “La tristecita” (una zamba que merece estar en ese Olimpo del género donde reina Gustavo “Cuchi” Leguizamón), con el piano pintando el clima para los solistas, acompañado por el ensamble vocal en las repeticiones.
Pero como el final no podía ser “tristecito”, el último bis fue el tramo final "Gloria", para terminar con palmas con una invocación americana para que finalmente haya paz para los hombres.