Sábado 4.9.2021
/Última actualización 11:02
Por Mili López
Atardece en Buenos Aires. Por el ventanal de una casa del barrio Belgrano R. se filtran las últimas luces del día. Como en una nebulosa de ensueño, el humo de las pipas y el tintineo de las copas, dejan entrever las siluetas que merodean por la sala. El maestro Ariel Ramírez improvisa una cadencia armónica en el piano, como un llamador para que una joven Mercedes Sosa haga que su voz engalane Alfonsina y el mar.
Junto a la chimenea, Félix Luna escribe en su libreta mientras charla con Domingo Cura, Jaime Torres, Horacio Guaraní, Jorge Cafrune, Zamba Quipildor y Hugo Díaz. Entre whiskies y puros se gestan las canciones y melodías que luego recorrerían el mundo y marcarán a varias generaciones.
Esta escena se repetía día a día en aquella casa de los Ramírez, sobre la todavía adoquinada calle Sucre. Después del ritual del asado, se imponía el piano jazzístico de Enroll Garner o Atahualpa Yupanqui desenfundaba la guitarra, o se escuchaban las voces de los hermanos Farías Gómez, o resonaba la música y poesía de María Elena Walsh. Los más diversos artistas, desde los integrantes del sello alemán Deutsche Grammophon hasta Vinicius de Moraes, el pianista Antonio de Raco o la excelsa Ana Gelberg eran recurrentes invitados de un Ramírez que abría las puertas de su hogar a los amigos.
El almanaque fechaba el año 1969. Pero pudo haber sido cualquier año de toda una década (fines de los 50 hasta la dictadura militar) de despertares artísticos. Buenos Aires era el epicentro cultural del mundo detrás de Nueva York. Dizzy Gillespie y Duke Ellington llegaban a la capital. El jazz como lenguaje era un campo que todo músico popular quería transitar: así nace el famoso "Folkloreishon", de la mano del pianista Eduardo Lagos. En paralelo, el auge del Instituto Di Tella con Alberto Ginastera a la cabeza. En Mendoza, el Nuevo Cancionero. A lo que se suma el nuevo tango de Astor Piazzolla.
"La casa de calle Sucre era una embajada cultural", dice hoy su hijo, Facundo Ramírez, y hay tapas de discos que lo atestiguan. "Todavía veo el sol entrando por ese ventanal en el atardecer, en una atmósfera de humo, bohemia y sabores", recuerda de su niñez. Como una usina de arte, esas tertulias albergaban a poetas, intelectuales, bailarines, artistas plásticos y músicos. En esos cruces artísticos, se debatían y construían ideas sobre composición, miradas estéticas, posicionamientos políticos y el nacimiento de las vanguardias.
Ahí estaba la cocina, ahí se gestaban no sólo canciones, sino nuevos lenguajes musicales. Estos hombres y mujeres estaban creando músicas que se convirtieron en sellos de identidad. Estaban haciendo historia. Quizás esta escena elegida sea la mejor síntesis descriptiva del espacio, la vida y obra de Ariel Ramírez. Ese era el universo Ramírez. Y -aunque suene a cliché- su vida era la música y la música era su vida.
D.R.Ariel Ramírez marcó un antes y un después en la música argentina. Tendió puentes entre la música folklórica y la música clásica. Tomó principalmente del barroco formas musicales como las misas o las cantatas con una orquestación de estilo eclesiástico. Esta idea de generar obras de gran porte, de gran duración, con varias partes, con un libretista -aquí se consolida la alianza con Félix Luna- para contar con una idea conceptual que tan bien se ven plasmadas en Misa Criolla (1964), Los Caudillos (1966), Mujeres Argentinas (1969), Cantata Sudamericana (1972) Misa por la Paz y la Justicia (1980).
El maestro contaba con su formación clásica y su ductilidad en el piano, pero quería mostrar la riqueza musical de los estilos folklóricos de su país. En palabras de la cantante Charo Bogarín "Si bien fue muy nutrido por lo europeo, Ariel Ramírez tuvo ese eje troncal en su obra: no olvidarse de su terruño". Por eso eligió vivirlo, se impregnó de esos paisajes y los transformó en lenguaje musical. Por eso se adentró en los Valles Calchaquíes para conocer la zamba, la baguala, la chaya riojana y luego nos regaló La tristecita, Los Pastores, el Kyrie y tantas obras maravillosas. También se internó en el monte Chaqueño y conoció el lenguaje qom y le dio vida a obras como Antiguo Dueños de Flechas o el Tríptico Mocoví. Fue al campo en Santiago del Estero para aprender ese contratiempo de la chacarera que se vivencia en el Credo.
En sus canciones y en sus obras integrales, estos puentes de lo clásico y lo folklórico y a su vez, del folklore con otras músicas se plasman no sólo en sus armonizaciones, formas y estilos sino también en sus instrumentaciones. Como cuando el charango dialoga con el clavicordio en la Misa Criolla o el set tímbrico propio del jazz o el güiro de la salsa intervienen sus composiciones litoraleñas.
No estaba solo en este camino, casi como un espejo, pero en el tango, su contemporáneo Astor Piazzolla también experimentaba estos cruces que se plasmaban en relación a las formas y lenguajes como en la "Opereta María de Buenos Aires" (con su épica "Fuga y Misterio") o en la "Suite Troileana", evocando a su faro Aníbal Troilo y que en el caso de Ramírez el referente era Atahualpa Yupanqui.
Archivo El Litoral Hogar. Los grandes músicos de la época visitaban a Ramírez a diario y las tertulias se prolongaban hasta el día siguiente. Aquí, junto a Erroll Garner y Blackie.Hogar. Los grandes músicos de la época visitaban a Ramírez a diario y las tertulias se prolongaban hasta el día siguiente. Aquí, junto a Erroll Garner y Blackie.Foto: Archivo El Litoral
Era un artista inquieto que corría riesgos. Su espíritu innovador hizo que se sentara frente a un clavicordio, instrumento europeo del siglo XVI, para interpretar una guarania como Gringa Chaqueña en Mujeres Argentinas. Esa fusión de instrumentos de origen europeo con las vibraciones de nuestra América eran propuestas arriesgadas y modernas, algo impensado para la época. O proponer subir al escenario Próspero Molina del Festival Cosquín un piano eléctrico cp70 para ofrecer su repertorio y que le costase que ese Enero quede afuera, rechazado por los tradicionalistas que lo consideraban impropio para el folklore.
En su camino artístico, Ramírez no solo demostró su talento sino también su perseverancia para llevar adelante su música, incluso cuando muchas veces las puertas se cerraban. Pero muchas otras se abrían, porque estas obras traspasaron las fronteras geográficas llegando a los cinco continentes.
A orillas de estas riberas
El repertorio de Ramírez de música del Litoral no fue muy prolífico, pero cada una de estas canciones se han convertido en íconos identitarios. El Río Paraná, sus costas, las personas que las habitan. Ese paisaje lo interpela y esas canciones van dejando huellas. El maestro santafesino supo pintar postales con sonoridades de aromas isleñas y sabores de sus pagos.
Sus melodías son extremadamente descriptivas, incluso desde antes que comience la voz, ya en la introducción da la sensación que es la representación misma del río. En el recorrido, Ramírez navega esa melodía a veces deteniéndose en los remansos y otras acelerando el tempo en las correntadas.
Por eso en la escucha de esta melodía tan fluida del paisaje, sentimos el bramar de la crecida del Paraná en ¨Los Inundados¨, nos transportamos a donde mojan los aguaceros y cortan las pajas bravas con "Santafesino de Veras" o sentimos el vaivén de la canoa en esa tarde de verano en "Agua y sol del Paraná".
Su rasgo compositivo ha marcado diferencias en las músicas del Litoral. ¿Se podrá hablar de un chamamé santafesino? Eso no lo podemos aseverar en este escrito pero sí decir que en Ramírez el sonido del litoral es una imagen bien definida.
Archivo El Litoral (Museo Ramírez) Creación. El maestro, junto a Mercedes Sosa y Domingo Cura, en oportunidad de la grabación de Mujeres argentinas, en 1969.Creación. El maestro, junto a Mercedes Sosa y Domingo Cura, en oportunidad de la grabación de Mujeres argentinas, en 1969.Foto: Archivo El Litoral (Museo Ramírez)
Ariel Ramírez tenía un don: el de crear hermosas melodías para formas folklóricas argentinas. Don que compartía con otros artistas que se destacaban en otros campos musicales: Mariano Mores y Gardel en el tango, Charly García en el rock y Atahualpa Yupanqui en el folklore, entre otros, fueron los grandes melodistas de nuestro país. Estamos hablando de su capacidad de componer melodías simples, bellas y pregnantes. En el caso de Ramírez, muchas veces fusionadas con lo clásico y otras con lo jazzístico. Es decir, pasa el tiempo y esa melodía queda en el inconsciente colectivo del pueblo para siempre.
¿Quién no canta A la huella/ A la huella/ José y María?, ¿Cuántos reconocemos desde sus primeros acordes la canción Es Sudamérica mi voz?, ¿Cuántos tarareamos la melodía de Santafesino de Veras? ¿Quién no se deja balancear por la cadencia de Zamba de Usted?
Es así, con estas melodías cantables y la capacidad de Ramírez de transformar en lenguaje musical las historias y los rasgos culturales de cada rincón del país, que estas canciones se convierten en clásicos. Son obras tan vívidas y con temáticas tan contundentes que engrosan el repertorio de los artistas más diversos y son bien recibidas por el público que se apropia de ellas.
Tal es así que su trascendencia no sólo fue geográfica, como el caso de Misa Criolla o Alfonsina y el mar, que se interpretan en todos los rincones del globo, sino también de generación en generación. Hoy la revolución de las pibas entonan los versos de Juana Azurduy y los convierten en el himno de los movimientos feministas. A 50 años de esa magnífica obra que fue Mujeres Argentinas, una obra adelantada a su tiempo, que hoy se resignifica. Y es en esa relectura actual donde radica la cualidad de los clásicos.
Dicho todo esto desde su costado de prodigio compositor, hay que decir que también ha sido un intérprete destacado en su instrumento en nuestra música popular argentina. Entonces, la pregunta es ¿existe un sonido Ramírez?
Dice Marián Farias Gómez que "cuando escuchás el primer acorde en el piano, decís ahí está Ariel Ramírez". Él propuso un sonido pianístico inconfundible dentro del folklore argentino: con una digitación precisa, usaba los extremos del registro, es decir, fue un enamorado de los graves para la armonía y un dibujante de melodías para los agudos. Con la acentuación precisa de cada danza folklórica, su sonido fluido y refinado del mundo clásico se funde con el corazón de la música popular.
"Mi padre abrió caminos de muchos artistas, de casi todos. Fue un hombre muy generoso y creo que eso es algo muy valeroso para el ambiente artístico". Esa generosidad no sólo se veía en la convocatoria a ser parte de sus proyectos y la proyección internacional, sino también sobre el escenario, donde su equilibrio compositivo permitía que cada instrumento se destaque y de ahí el éxito de sus puestas.
Como un director de orquesta, fue un buen estratega al elegir a sus cómplices de esta aventura musical. Formó duplas exitosas con poetas y letristas como Miguel Brascó, Mateo Booz, Jaime Dávalos, Chiche Aizemberg y el maridaje perfecto con Félix Luna. Acudió al Padre Osvaldo Catena para la estructura litúrgica de las Misas. Optó por las prodigiosas voces de Los Fronterizos para la primera grabación de la Misa Criolla. Lo convocó al Chango Farías Gómez para sus arreglos vocales y al charanguista Jaime Torres como coequiper. Prefirió a solistas populares que enaltezcan sus melodías como Zamba Quipildor y Mercedes Sosa, y años más tarde Lolita Torres y Patricia Sosa.
Dice Raúl González Tuñón en el poema Juancito Caminador "que todo en broma se toma/todo, menos la canción". Ariel Ramírez perteneció a una generación de hombres y mujeres que tenía plena conciencia de lo que implicaba la responsabilidad de forjar y transmitir una herencia cultural. "Mi padre era muy comprometido con la profundidad de nuestra música popular, nunca se lo tomo a la ligera. No era de hablar mucho, pero sus acciones dan muestra de sus ideas en torno a la música de nuestro país", reflexiona Facundo Ramírez.
Su objetivo era mostrar entre las músicas del mundo las de su propia tierra. Y lo logró y cómo! El mundo conoció instrumentos y ritmos propios de nuestra tierra. La Misa Criolla se presentó en el Vaticano y en los mejores escenarios de Europa, se tradujo a nueve idiomas y se presentó en los cinco continentes. La Misa por la Paz y la Justicia se escuchó en el Carnegie Hall de Nueva York. Alfonsina y el mar fue versionada por cantantes de todo el mundo, desde José Carreras hasta Natalia Lafourcade, pasando por Chabuca Granda, Paloma San Basilio y Miguel Bosé.
Su música es muy inspirada desde lo melódico, lo conceptual y lo interpretativo. Fue un innovador para su época y concibió sus obras dejando mensajes contundentes y saliendo a la luz en momentos históricos-políticos-sociales precisos.
Hoy el legado de Ariel Ramírez también deja huellas en compositores contemporáneos como es el caso del argentino Osvaldo Golijov, que brilla en el mundo con su renombrada obra publicada en el año 2000 "La Pasión según San Marcos", obra que no sólo es de gran porte como lo fue Misa Criolla, sino que también establece los cruces de lenguajes entre lo sacro y lo mundano, lo clásico y lo popular. Esto último también presente antes en la obra de Carlos Guastavino o el maestro Gerardo Gandini.
El maestro cuenta con más de 400 obras, con un nivel compositivo muy parejo casi sin altibajos. Además de sus obras consagradas, ha compuesto estudios para piano, arreglos de valses criollos y tangos, bandas sonoras de películas memorables como "Martín Fierro" y en el campo pedagógico impulsó el programa "La música va a la escuela". Y, además, dejó un legado escrito en sus partituras de música argentina para piano (haciendo énfasis en las acentuaciones rítmicas) recorriendo los distintos estilos folklóricos del país.
A 100 años de su natalicio, Ariel Ramírez es el presente porque su obra está viva en las voces de miles que las reviven y resignifican en distintos rincones del país y del mundo.