“Los cuentos están atravesados por una temática donde hay algún tipo de abuso, no sólo sexual”, reconoce la autora. Foto: Gentileza Planeta
Sin perder el tono ni el suspenso, la escritora y traductora explora distintas formas del abuso en una decena de cuentos atravesados por la maternidad, la salud y los secretos.
“Los cuentos están atravesados por una temática donde hay algún tipo de abuso, no sólo sexual”, reconoce la autora. Foto: Gentileza Planeta
Feinmann describe “Para que estés más cómoda” como “un libro un poquito fuera de época”. Foto: Gentileza Planeta
“Estas infancias de los ‘70 son un respiro”, apunta sobre los personajes y la trabajada ausencia del batallón tecnológico actual. Foto: Gentileza Planeta
Virginia Feinmann es una escritora y traductora argentina. “Fui periodista”, dice en diálogo con El Litoral para resumir sus publicaciones en Verano/12, Letras Libres, La Gaceta, El Coloquio de los Perros (España) y Socompa.
En 2016 editó su primer libro de ficción, “Toda clase de cosas posibles” (Colección Mulita) y en 2018, “Personas que quizás conozcas” (Emecé). Coordinó el sitio “Diarios de Cuarentena”, del que participaron más de 3.000 personas de distintos países. Dicta el taller “Narrar lo imperdonable. Ocho cuentos sobre abuso sexual infantil” en la Universidad Nacional de Rosario. Su última obra, “Para que estés más cómoda” (2024), fue publicada por Planeta.
Nunca es fácil enumerar el proceso al detalle. Por su cualidad proteica, siempre acecha la posible pérdida, el goteo de información valiosa. Desde este lado del mostrador y de la historia, prestando ojos como lector intuyo: algún fueguito de la pandemia coadyuvó a la cocción de “Para que estés más cómoda”. A ver, pensemos...
Virginia Feinmann se sentía sola y lo primero que le salió fue escribir. Quería registrar los actos diarios. documentar, dejar una última huella. Publicó en Página/12, fue leída y comentada. Ella lo compara con una imagen digna de la intensidad de aquellos tiempos: “recibir vida del otro lado de la pared”. Para alcanzar la franca trama, arma mantra. “La palabra pudo atravesar la distancia”.
Creó un grupo de Facebook. Al día siguiente, más de 3.000 personas adentro. Lo recuerda como una experiencia vital. El rouge se volvía a guardar en el cajón del baño. La Sube, perdida en algún rincón de la casa. “Los objetos cobraban cualidad narrativa. Es difícil narrar así, que un objeto pueda decir tanto”.
Mayormente, las historias suceden en una casa. En las escenas construidas por Feinmann, siempre hay alguien haciendo algo. Mientras los obreros de la trama se dan a la charla, una persona cocina o limpia. Leer cada pieza es asomarse, “orejear” algo empezado. Pero esto no quiere decir que uno llegue a sentirse afuera. Todo lo contrario.
Virginia trata naturalmente las raíces invisibles de la cotidianeidad. Con un sabio respeto. Ella sabe que esos resortes de afecto y familiaridad a veces saltan hacia afuera. Un resorte salido de lugar basta para que el sofá deje de ser un sofá... y emule un instrumento de tortura.
Al narrar, cuenta la escritora, “la acción o los detalles visibles son herramientas para mostrar estados de ánimo, para generar tensión o trama. Me gusta hacerlo velado (que suceda en la escena), más que adjetivar o dar explicaciones de motivaciones psicológicas o enunciar”, amplía. “El diálogo es un recurso que uso para ir pasando información al lector e ir haciendo avanzar la trama. Ocultando y develando”.
“Para que estés más cómoda” opera en la realidad a partir de la punción de un arco de tópicos adyacentes. Maternidad, salud, vejez, secreto y misterio colaboran en el diseño narrativo.
“Los cuentos están atravesados por una temática donde hay algún tipo de abuso, no sólo sexual”, reconoce la autora. “En general, esos pequeños abusos o avances sobre el cuerpo del otro o sobre cuerpos indefensos no se verbalizan. Es un tabú total, pero de algún modo los sostiene el entorno de aparente comodidad con la familia comiendo”.
Virginia ideó y ejecutó una estrategia. Una “operación de lenguaje donde palabras como abuso, sexo o incesto nunca están del todo dichas”. La contundencia de lo silenciado o insinuado con “pequeños indicios lingüísticos” cobra una mayor fuerza. “Quería reflejar eso que todos sabemos que pasa pero nadie lo está diciendo. A la vez, algo no cierra. Hay una escena que parece liviana y de pronto se enrareció”.
Feinmann tiene un vasto recorrido alrededor de la materia. El taller de extensión “Narrar lo imperdonable”, que coordina desde 2021, “da cuenta de cierta necesidad de hablar desde otro lugar para mujeres, varones y diversidades”, completa luego en un audio de WhatsApp. Desde esta perspectiva, reflexiona la traductora bonaerense: “Cuando se habla de abuso de la sexualidad sobre un niño o niña (sexualidad anticipada o impuesta) hay mucho eje desde la literatura infantil-juvenil en la condena y en la prevención. Está muy bien, pero nadie se ocupa de qué sucede una vez que eso ya pasó”.
En esta nebulosa del después se sitúa el tono de la obra. “Es un estado mental que va mutando en el alma y en el cuerpo de la persona a lo largo de toda la vida. Se va transformando en otras dificultades, que a lo mejor no son estrictamente sexuales. En un cuento hay desórdenes alimentarios, en otro hay una sexualidad muy insatisfactoria. Todas podrían ser huellas o desenlaces posibles de abuso infantil en la infancia. Después de escribirlos pensé: podría ser el mismo personaje atravesando distintas situaciones vitales. No está marcado así en el libro, pero en casi todos los cuentos hay una mujer. También podrían ser estas madres porque no sabemos mucho de su historia: hay un punto ciego, una vulnerabilidad”.
El niño que detecta un pene en la pintura de Franz Marc “revela que por ahí pasó un adulto”. Otro pasaje, “Mädchen”. La mujer que va a un kinesiólogo que la toca de más. “Alguien a quien no le hubiera pasado alguna situación de abuso se da vuelta y le dice: ‘Señor, lo que está haciendo está mal’. Esa fortaleza, esa serenidad no la tenés nunca. Entrás en un lugar donde volvés a ser una nena. Es muy difícil defenderse”.
Virginia asume que “Para que estés más cómoda” termina siendo un libro sobre madres e hijas. “No hay mucho padre. A lo mejor está un poco cargada la mirada en cuanto a la madre que no pudo ver, que no pudo estar”.
En los dos extremos de la antología, maternidades seniles arropan a madres del presente, in situ. Le comparto mi lectura: pareciera que las primeras fueran un acto simbólico de reparación de las últimas. “Se lo voy a decir a mi mamá; ella estaba un poco dolida porque se veían madres muy terribles”, anota Virginia. “El bebé de mamá”, primer cuento del libro, “es como si amparara a las demás. Ella se anticipa y pone un manto de piedad sobre las próximas. Pero, en algún momento, aunque sea tardísimo, se puede reparar”.
“Aprovecho para decirte que es un libro un poquito fuera de época”, avisa la autora de “Toda clase de cosas posibles”. No hay celulares ni redes sociales. Está la tele con la telenovela.
“Estas infancias de los ‘70 son un respiro”, explica. “Una marca del libro es que no hay nada de esta tecnología ni de la cuestión de la divergencia sexual o de las diversidades. Era una cosa más blanco y negro, más binaria. De todas maneras, se desliza”.
Virginia cuenta que está abrumada por el flujo de información y la imposición de los vínculos en esta época. “A veces supera mis posibilidades mentales”, titula. En ese mood, recordó la prosa de una autora que admira mucho y también trata el abuso, Claire Keegan. “Con cuentos que suceden en las granjas de Irlanda, con esos padres y patriarcas, te lleva un rato a otro mundo”.
Hablando de lecturas, recuerda algo sobre la amplitud de la comunidad lectora, el pacto y sus derivas. Que andaba leyendo de nuevo “Bartleby, el escribiente” de Melville. Ese personaje dice: “Preferiría no hacerlo”. “En torno de esa frase teorizaron Agamben, Deleuze, Byung-Chul Han. Sobre qué significa oponerse al capitalismo, mostrar una resistencia pasiva frente a los totalitarismos sin tener que ejercer violencia. Melville no estaba pensando nada de eso, está buenísimo ese trabajo posterior de lectura”.
“La baba sobre la camilla” era el nombre del libro de Virginia hasta que Mercedes Güiraldes sugirió el definitivo. “Se lo agradezco”, retribuye a su editora. El fragmento referido al inicio de este apartado respondía al mencionado relato de la mujer de nombre alemán (“Mädchen”).
“Ese roce de vaivén me interesaba. Entregar algo de la propia sexualidad en un lugar donde no querés. Cuando sufrís abuso, sabés que no está bien pero, a la vez, algo se estimuló. Un enemigo, un agresor, alguien-en-quien-no-confiás te está generando placer. Saber que el otro no es bueno genera una excitación, porque así se configura el deseo. Y eso es un sello de por vida. Perdón, es un poco incómodo el tema. El libro es eso: incómodo. Además, sino lo desnaturalizamos, no es real”.
Con la anuencia de Feinmann, Güiraldes recomendó cortar el cuento. “Frenarlo un poquito antes hace que el final suceda en la cabeza del lector. Como ‘El sur’ de Borges. El tipo sale a la llanura con el cuchillo que acaso no sabrá manejar. Que lo matan te pasa a vos. No lo contó Borges”.
¿Y del título elegido, qué decir? “Viene funcionando. Este juego comodidad-incomodidad tiene otras resonancias. Propicia un poco lo sexual. Es una de las frases usadas para pasar a ese plano... sobre todo con el remate de que es incómodo”.