Los orígenes del trabajo santafesino bajo la mirada de una historia social
Entrevistamos al historiador Ariel Viola, autor del premiado libro “El blanqueamiento de la fuerza de trabajo en Santa Fe”. En sus páginas, la cuestión racial fue el timón con el que navegó su investigación
Los orígenes del trabajo santafesino bajo la mirada de una historia social
Ariel Viola, nos invita a pensar el mundo del trabajo en nuestra ciudad a través del concepto de “blanqueamiento”. Es decir, una reflexión histórica sobre el privilegio, el reconocimiento que ciertos sectores sociales detentaron para pregonar una política productiva y de poblamiento que impuso la invisibilidad e inferioridad de habitantes afrodescendientes, indígenas o mestizos. A través de diferentes archivos, es posible rastrear este complejo proceso histórico de blanqueamiento, desde los tiempos coloniales, pasando por los años revolucionarios y la posterior construcción del Estado Nacional, hasta llegar a nuestros días. En esa senda, vale acotar que el concepto de “raza” tiene su propio horizonte temporal. Si bien fue cambiando su semántica, mantuvo la capacidad discursiva para imponer una distinción social entre aquellos más y menos privilegiados.
El historiador santafesino Ariel Viola
Ariel Viola presenta su libro en nuestra ciudad el viernes 23 de febrero a las 19.30 hs en la librería Del otro lado libros (25 de mayo 2867). Antes de su presentación formal, compartimos con ustedes la entrevista realizada con el autor, quien nos cuenta de su obra pero también nos comparte su metodología de trabajo.
-¿Cómo fue “la cocina” de tu investigación?
-Fue el equipo de investigación al que ingresé en 2016 bajo la dirección de Magdalena Candioti. Ella fue una verdadera maestra del quehacer histórico, del tratamiento de fuentes y de dónde ir a buscarlas. Con ella y con otros compañeros que hoy en día son colegas muy cercanos (Florencia Rittiner, Gonzalo Cáceres, Francisco Sosa y Eliana Monti), transcribimos una fuente primaria, el padrón urbano de Santa Fe de 1816-1817, esa experiencia fue fundacional en mi carrera de investigador.
En 2018 tuve la fortuna de hacer una estancia de estudio en la Università Ca’Foscari de Venecia, por medio del convenio de doble titulación entre esa institución y la Universidad Nacional del Litoral, donde me formé.
Desde el principio pensé en la época de la colonización agrícola, el modelo agroexportador y las inmigraciones masivas de europeos, pero sentía que era un asunto muy remanido en la historiografía santafesina. Al mismo tiempo, mi interés por contar la historia de los afrodescendientes de Santa Fe y del Río de la Plata puso en interpelación tales premisas históricas, ya que pensé que mientras que se hablaba de la abolición de la esclavitud en la Constitución de 1853 y la posterior desaparición de los negros de la sociedad argentina, ante el surgimiento de una nacionalidad moderna y europeizada, también se insistía en la industrialización rural de la segunda mitad del siglo XIX, desarrollada por el trabajo de miles de colonos agricultores recién llegados de Italia, España, Alemania o Suiza. Esos dos acontecimientos tenían que ponerse en conversación ya que, al mismo tiempo que declinaba la población afrodescendiente se celebraba la multiplicación de europeos en la llamada “pampa gringa”.
Empecé a trabajar, sin ninguna receta porque el tema no se había abordado aún para el caso argentino, pero invitado y bajo la dirección de Sonia Tedeschi, historiadora y profesora de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad del Litoral, quien me guió muy atentamente y supo transmitirme su larga experiencia dentro de la historiografía santafesina.
La mulata y el niño de Sor Josefa Diaz y Clucellas
-¿Cuál considerás que es el aporte principal de tu investigación para la historia del trabajo?
-Considero que la investigación otorga una clave para pensar el trasfondo racial que configura al mundo del trabajo hasta la actualidad. Aunque se crea que no hay racismo lo hay, y muy activo. Se piensa que los argentinos no fuimos ni somos negros, porque gran parte de la sociedad usa la identidad negra como una representación de “vagos que no quieren trabajar”, porque el sistema laboral adoptó una distinción que responde a la misma noción racista para diferenciar el trabajo en blanco y el trabajo en negro, que se relaciona con el reconocimiento o la ausencia de derechos, y no son más que resabios de la era colonial y de los tiempos de construcción del Estado Nacional.
A partir de la sanción de la Constitución de 1853 en nuestra ciudad, se buscó intensamente ingresar al sistema de producción e intercambio capitalista. Ese ingreso exigía una serie de cambios en los regímenes de trabajo y en la organización urbana y rural, pensados como un acto de modernización en un país tomado como un “desierto”, como símbolo del atraso y la improductividad, desde la mirada del capitalismo mundial. Así, durante toda la segunda mitad del siglo XIX se invisibilizó a las identidades no blancas, y se las caracterizó como poblaciones naturalmente atrasadas, siguiendo las premisas del racismo científico que estaba en boga en ese período, el cual construía una jerarquía de color que establecía unas razas aptas para alcanzar la civilización y otras no. Al mismo tiempo, esta corriente creía que aquellas poblaciones mestizas lograrían blanquearse atrayendo inmigración europea, ya que al mezclarse con los habitantes americanos, prevalecería la raza más fuerte y más pura, la blanca. De ahí en más el blanqueamiento y la discriminación social no hicieron más que profundizarse. Por lo tanto, cuando hablamos de trabajadores en negro y en blanco, debemos asumir que esa noción diferenciadora es una herencia de la ficción blanqueadora que viene imponiéndose con fuerza desde el siglo XIX.
-¿Podemos decir que “blanqueamiento” es un concepto que nos ayuda a entender la categoría raza como una construcción histórica, o sea una categoría móvil y variable en el tiempo?
-Si hacemos el ejercicio de ver al presente desde aquel pasado, más todavía hoy que se habla de una “casta” privilegiada cuando en América ese vocablo siempre fue utilizado por las elites dominantes para desmarcarse y convertir al racializado en un otro signado por las castas. Negros, mulatos, mestizos e indios siempre fueron categorías usadas para limitar el acceso, más que a privilegios, a los derechos como ciudadanos o como trabajadores.
Por otro lado, cada vez que repetimos la idea de que “los argentinos descendemos de los barcos” estamos invisibilizando la presencia originaria y afrodescendiente de nuestra historia que, además de ser injusta y muy triste, es totalmente una falacia.
Registro y asiento de esclavos en Santa Fe siglo XVIII. Crédito: Archivo General de la provincia
Quiero que todos los santafesinos sepamos que en nuestra ciudad, en 1817, la población de aproximadamente 7.000 habitantes estaba representada en un 32% por personas racializadas como “de color”, grupo al que hoy denominamos afrodescendiente, más un 20% de “indios” y “chinos” (una categoría de mestizaje que asumía la mezcla entre negros e indígenas), es decir, que los españoles “blancos” constituían menos de la mitad de los habitantes. Por más barcos, por más colonización agrícola, por más oleadas de inmigración masiva, los santafesinos tenemos una identidad diversa, y asumiendo esa pluralidad podemos decir, y es justo hacerlo, que somos negros, indígenas, mestizos y descendientes de esclavos, lo digo yo que tengo un relato familiar italiano y rumano que nunca se preguntó por la posibilidad de que en el medio hayan aparecido en el cuadro familiar descendientes de dichos orígenes “no blancos”. Así como Europa, también América y África forman parte de la composición nacional argentina, no lo vemos con claridad porque las fuerzas dominantes del pasado, y del presente, se han encargado de encubrirla.
En ese sentido, ¿qué sucede cuando en la primaria nos piden que construyamos nuestro árbol genealógico asegurando que todos contaremos una historia de inmigración? Muchos niños no encuentran esos apellidos italianos, suizos, alemanes o franceses, y sus familias no cuentan con todas las piezas para reconstruir los relatos de origen. Podemos inferir que esa dificultad deviene de que las descendencias indígenas o africanas siempre han tenido agujeros y silencios en sus historias, por contener violencias, ocultaciones, cambios de identidad y precariedad a la hora de resguardar un archivo familiar.
Estas identidades no siempre se manifiestan en un carácter negativo, afortunadamente para hacer justicia sobre nuestra historia, también son asumidas con orgullo y reivindicación. En Santa Fe, Lucía Molina y su compañero Mario Luis López fundaron en 1988 la Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana, y desde ese año, sostuvieron con diferentes acciones la identidad y la presencia negra e indígena de nuestro pueblo. Nuestro querido Club Atlético Colón ha sabido recoger el calificativo “negro”, que era recibido como insulto por clubes que creían pertenecer a barrios más decentes, y hacer del mismo una bandera, y vaya hinchada tienen los “negros sabaleros”. El Centro Cultural y Social “El Birri” en el barrio San Lorenzo, así como Alto Verde y otros barrios de la ciudad, mantienen vivo el carnaval, el paso y el toque del candombe, que siempre se dijo que es “cosa de negros”.
Padrón de la ciudad en 1816. Detalles de esclavos libres y pardos. Crédito: Archivo General de la provincia
-¿Cuáles son los nuevos temas que te interesa sumar y trabajar en el futuro?
-En el futuro me interesa, principalmente, ampliar el espacio de investigación y extender el campo de observación a otras provincias e incluso al continente americano. Dicho propósito requiere una tarea de investigación enorme, ya que implicaría relevar una gran cantidad de datos censales y su procesamiento. El costo económico de ese objetivo es altísimo, y sabemos que el sistema científico de nuestro país está pasando por un momento de desinversión agresiva y privatización, considerando que en palabras del presidente de la Nación, el CONICET debería cerrar o beneficiar sólo a las ciencias duras.
Por otro lado, sería necesario complejizar aún más la concepción del blanqueamiento y la posición de los inmigrantes como blancos privilegiados por los códigos raciales, ya que la racialización, más allá de las categorías de color como su instrumento de diferenciación principal, opera creando estatutos raciales más allá del color de las personas, que siempre es ambiguo, respondiendo más bien a un propósito segregador de toda persona, de todo trabajador, que no es el deseado por los órganos de poder, los regímenes laborales y los sistemas económicos que mantiene el orden social. En este sentido, quisiera reconstruir el tipo de relaciones que tejieron los inmigrantes recién llegados a nuestras tierras con los habitantes que ya estaban, esperando encontrar allí lazos de solidaridad e identificación que van más allá de la racialización hegemónica y que se construyeron como una fuerza colectiva capaz de contrarrestar la vulneración que imponían con la fuerza del poder las autoridades políticas, los propietarios de obrajes y empresas y los agentes blanqueadores de nuestra sociedad a finales del siglo XIX y principios del XX.
Aunque no hay constancia del uso de marcas en Santa Fe, existen registros del Siglo XVII de marcas impresas en la piel de esclavos negros. Publicado en el cuaderno N°2 de América por Agustín Zapata Gollán
Datos del autor
Ariel Viola es Licenciado en Historia. Participó de Congresos y publicó diferentes artículos en revistas especializadas. Obtuvo el primer puesto de la 1ra edición del Premio “Elida Sonzogni” de Investigación en Historia Regional y Local, otorgado por la Unidad Ejecutora Investigaciones Sociohistóricas Regionales (ISHIR) - CONICET de la Universidad Nacional de Rosario.