En 1919 comenzó a funcionar la mítica Rambla López en las playas de Guadalupe, en el extremo noreste de la ciudad de Santa Fe. Unos años más tarde, en 1942, con la sequía y la bajante del río Paraná, se construye el balneario municipal en el Parque del Sur. Verdaderos iconos del verano que nos permiten reflexionar sobre la mirada que la sociedad santafesina tenía al respecto del turismo y el tiempo libre.
A través del archivo del diario El Litoral, se puede recordar algunas postales y anecdotario de estos dos lugares.
Denuncia del diario en 1944 por la no habilitación del balneario
Las ramblas y las playas de Guadalupe
En 1919, Juan y Juana López dieron inicio a la concreción de un sueño: la construcción de un rambla en la costa de la laguna Setúbal, bajo la sombra de un antiguo timbó, al final de la calle Javier de la Rosa y en medio de las quintas de Santiago Cantarutti y José Mazzaro. Eran tiempos en que las damas entraban al agua cubiertas de pies a cabeza, a pesar de las reiteradas quejas del Obispo, Agustín Boneo, ante sus fieles señalando la alarma que había causado la práctica de los bañistas en las playas de Guadalupe.
El tranvía inaugurado cuatro años antes llegaba hasta la basílica de Guadalupe cada cuarenta minutos. Llegar a Guadalupe era un viaje encantador, en medio de campos, bordeando las quintas, gozando de la primavera con el perfume de las flores silvestres que entraban por la ventanilla. En muchas cuadras a la redonda, el único negocio que había era el de Don Carlos Tacca, en donde se podía comprar de todo. Tacca proveía a la Rambla López de lo que fuera necesario. Durante aquellos veranos, las playas de Guadalupe constituían un refugio obligado para las damas y caballeros de los círculos sociales en nuestra ciudad. Organizaban famosas tertulias y reuniones danzantes hasta entrada la madrugada.
1949. primeros bañistas en el Parque del Sur.
Con el pasar de los años, se fueron sumando otras ramblas, como por ejemplo la concurrida rambla Rodríguez, y las playas se volvieron un destino para mayor cantidad de personas y sectores sociales, haciendo del turismo una recreación masiva.
Bañistas en Guadalupe, en una imagen del '35.
Para la década del ‘30, numerosas familias, deseosas de verse libres por unas horas de los rigores del verano, concurren en horas de la mañana, tarde y también por la noche, a las playas de la Laguna Setúbal y sus aguas mansas. Entre los años ‘40, se organizan grandes bailes en donde la gente llegaba desde la ciudad en las famosas “bañaderas”, colectivos sin techo adaptados para transportar a los bañistas. Una vez que la gente llegaba a la playa, se comentaba que a veces no alcanzaban las 700 sillas que había en las ramblas.
1949. Primeros bañistas en el Parque del Sur
El balneario en el Parque del Sur
En diciembre de 1942, la crónica del diario El Litoral compartía con sus lectores: “Los fuertes calores de estos días encuentran a los santafesinos sin lugar de espaciamiento adecuados a la estación debido al bajo nivel de las aguas en la laguna Setúbal”.
En 1942, la municipalidad de Santa Fe colocó unas serie de bombas para que el lago del Parque del Sur, inaugurado dos años antes, mantenga un nivel constante de agua. El lugar fue pensado como un balneario, una alternativa a las playas de Guadalupe, con sus instalaciones destinadas a los veraneantes santafesinos. El lago recibía vertientes naturales, pero además mantenía su nivel gracias aquellas bombas que traían el agua desde el canal de acceso a nuestro puerto contribuyendo a su permanente renovación. Sin embargo, no recibió a sus primeros bañistas hasta 1949.
El diario El Litoral, en 1944, realizó una fuerte denuncia debido a que el balneario no podía utilizarse a pesar de que se encontraba habilitado. Decía el editorial del diario: “La obra del balneario en el Parque no ha sido aprovechada por los usuarios que están deseosos de sumergirse en sus aguas. Se sabe lo costoso que ha sido para el erario público (…) no se explica como todavía no se puede utilizar”.
Finalmente, en el verano de 1949, el diario publicaba: “El lago del parque está en un hermoso paraje que ahora sí ha sabido ser aprovechado para el descanso y disfrute de todos los bañistas santafesinos”.
La playa tenía una extensión de 300 metros de ancho y los bañistas podían internarse en el lago, sin ningún peligro, a más de 150 metros. Detrás de esto se encontraba una especie de pileta con 75 metros de largo por 25 de ancho en la que demostraban sus habilidades los ya familiarizados con el agua. Contaba con 25 empleados, abocados a la limpieza y seguridad del balneario. Además de docentes que impartían clases de natación para adolescentes.
Con los años, el balneario se convirtió en uno de los más populares y concurridos por los santafesinos. Se pueden encontrar y apreciar fotografías pertenecientes a las décadas del cincuenta, sesenta, setenta, ochenta y noventa.
Para la historiadora Melina Piglia, el turismo en nuestro país comienza a desarrollarse en las últimas décadas del S. XIX como una práctica social llevada a cabo por una élite en el contexto de una sociedad atravesada por la inmigración masiva y un proceso de integración nacional. En aquellos años el ferrocarril tuvo un papel destacado, por haberse extendido en el territorio nacional permitiendo la accesibilidad a los lugares turísticos. Sin embargo, la playa o las sierras, eran una escenografía, es decir, un ámbito de reunión social en los parques o en las ramblas.
Durante la década del ´20, la consolidación de sectores medios urbanos, la difusión del automóvil y la divulgación por los medios de comunicación, hacen del turismo una recreación “masiva”. El Automóvil Club Argentino (ACA) y el Touring Club Argentino (TCA) se ocuparon de destacar las ventajas del uso de los automóviles y de publicar planos camineros del país, brindando la información necesaria al público en general en materia de turismo.
Más tarde, aparece la acción decidida del Estado como una consecuencia de la crisis socio-económica de 1930. En este contexto, se diseñaron políticas nuevas para la integración del territorio nacional y se promovieron obras públicas para combatir los efectos negativos de la desocupación. Por otro lado, las costumbres fueron cambiando y las vacaciones en la playa o en la sierra dejaron de ser una aspiración o un sueño anhelado por muchos grupos, para convertirse en una posibilidad concreta. Las clases acomodadas y los sectores medios (empleados y pequeños comerciantes), comienzan a veranear en las mismas regiones, aunque en barrios y hoteles diferentes.
De esta manera, se produce no sólo un aumento del volumen de turistas sino, fundamentalmente, la vinculación del turismo con el mundo del trabajo y su reconocimiento como un derecho asociado al mismo. Comienza una paulatina consolidación de los derechos laborales tales como la limitación de la jornada de trabajo diaria y semanal, los días de descanso y el descanso anual pago: las vacaciones. El derecho al descanso se va asociando cada vez más con el turismo, al ser conceptualizado como una instancia de recuperación física y psíquica necesaria para el mundo laboral. A mediados del siglo XX, la democratización del bienestar bajo los gobiernos peronistas (1946-1955) constituye un momento crucial en donde el turismo se sitúa como una necesidad y, también, como un derecho social.
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