El viejo carro que se ve detenido en la plaza San Martín de la ciudad de Santa Fe, al que muchas veces, por el ajetreo diario, pasa desapercibido de la mirada, supo ser una maquina potente e infernal de la mano de los primeros bomberos santafesinos.
A mediados de la década del sesenta el viejo vehículo encontró su destino final en la plaza San Martín.
El viejo carro que se ve detenido en la plaza San Martín de la ciudad de Santa Fe, al que muchas veces, por el ajetreo diario, pasa desapercibido de la mirada, supo ser una maquina potente e infernal de la mano de los primeros bomberos santafesinos.
A comienzo del siglo XX, fue carrozado por las calles de la pequeña villa industrial de Lawrence, a pocos kilómetros de Boston (Massachusetts – EE. UU). Colmado de bomberos de relucientes cascos y penachos rojos, desde 1916, supo traquetear los empedrados santafesinos, tirado por un esplendido tronco de caballos de raza, que lo llevaban a toda carrera, perseguido por el griterío de los niños y niñas que no querían perderse el incendio en las afueras de la ciudad o en la zona del puerto.
Finalmente, desde mediados de los años sesenta, se dejo vencer por los niños que ganaron su paciencia para siempre. El viejo carro, anclado en plaza San Martín, juega todavía hoy en día su destino de “jubilado feliz”, pero añora aquellos días de emergencia y valentía frente a las llamas del fuego, impidiendo que estas devoren todo lo que se les imponga.
Hoy, desde su enclave y con la traviesa carga de los niños que lo recorren del pescante a los estribos, trepando por los finos rayos de sus ruedas inmóviles, es posible que siga vigilando rezongón el ir y venir de sus sucesores motorizados cada vez que suena aquella alarma que tantas veces lo lanzo en apurada carrera.
Desde su fundación y hasta fines del siglo XIX, los incendios de nuestra ciudad y el área rural circundante, era combatidos por integrantes del Cuerpo de Vigilantes, Guarnición de Seguridad, celadores, serenos o vigilantes de barrio. Los incendios se apagaban de forma rudimentaria , con baldes y carros en los que se traía agua del río o de pozos domiciliarios cercanos al lugar del incendio.
En rigor, el primer cuerpo de Bomberos de la ciudad, nace el 6 de julio de 1910. Aunque hay referencias, en los documentos históricos, sobre la actuación de bomberos voluntarios en 1907 dependiente de la jefatura de policía a cargo de Manuel J. Echague. Este primer destacamento estaba integrado por 26 bomberos, sin presupuesto oficial y un equipo muy precario, es decir, más entusiasmo que conocimiento. Se alojaba en el antiguo Cuerpo de Vigilantes de la ciudad, luego transformado en la Guardia de Seguridad de Caballería de la policía.
En 1910, bajo la gobernación de Ignacio Crespo, se constituye el Cuerpo de Bomberos de Santa Fe. Siendo designado Ricardo Peixoto jefe del reciente cuerpo, quien por entonces prestaba servicios en la ciudad de Rosario. Por aquellos años, esta ciudad contaba con un Escuela de Bomberos en la que se graduaron los oficiales fundadores que guiarán aquel primer cuerpo de bomberos de nuestra ciudad: Federico Ovieta, Juan Cabrera, José Alberto Antonini y Alfredo Angúlo. Junto a ellos 40 cadetes y dos maquinistas.
El material y equipamiento de trabajo con el que contaban era: un bombín, 140 metros de manguera, una columna para bocas de incendio. Pero al poco tiempo, reciben desde la prestigiosa casa comercial “Casteran Hnos.” una bomba a vapor norteamericano muy conocida por los santafesinos quienes la apodaron “La Freyre” en alusión al gobernador Rodolfo Freyre. También fue adquirido por esos años un carro químico con “líquido matafuego”.
Con el correr del tiempo, el cuerpo de bomberos fue adquiriendo equipamiento. En 1925, el gobierno provincial junto a la Bolsa de Comercio, compra para el destacamento, el primer autobomba llamado “gobernador Aldao”. En 1929, también el gobierno provincial, compró la primera motoneta con una pequeña bomba centrífuga para primeros auxilios y el cuerpo de bomberos ya contaba con 2.700 metros de manguera, 13 vehículos (8 de ellos con tracción a sangre) y a la espera de un nuevo edificio.
El “Libro rojo de los Bomberos Voluntarios de Argentina” narra en sus páginas la historia de quienes fueron los pioneros y protagonistas. En 1881, José María Calaza, alcanzaría la jefatura del Cuerpo de Bomberos de la ciudad de Buenos Aires. Calaza, es recordado por dos hechos significativos. Fue quien escribió el primer manual de bomberos y también quien dio a conocer sobre como la seguridad tecnológica podía ser la respuesta a los cambios demográficos y edilicios que experimentaron las ciudades a finales del siglo XIX. De su legado fue el diseño y la planificación estratégica de los cuarteles y destacamentos en la red urbana. Además del cuartel central ubicado sobre avenida Belgrano, en el barrio de San Telmo, existían destacamentos en Belgrano, las Flores y diferentes puestos en distintas comisarías.
Un claro ejemplo de esto tiene como escenario el barrio de La Boca, en Buenos Aires, sobre el Riachuelo, que como tantos otros barrios porteños comenzó a recibir el flujo de inmigrantes a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. El 2 de junio de 1884 se sentaron las bases para formar la Asociación Italiana de Bomberos Voluntarios de La Boca. Este primer cuerpo de bomberos voluntarios recibió su bautismo de fuego el 14 de noviembre de 1885 en un incendio que se desató en una fábrica de velas en Barracas. A partir de ese momento fueron constituyéndose distintas sociedades de bomberos voluntarios a lo largo y a lo ancho del territorio argentino
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