Por Santiago De Luca
Por Santiago De Luca
No es un simple tatuaje, el arte de la henna es un rito. Claro que podemos ver un dibujo sobre la piel, pero también hay un dibujo invisible que se desprende de esos trazos y que a su vez lo antecede. Por esta razón se habla de la ceremonia de la henna, que contiene esas bellezas que no se dejan capturar por la tecnología ni por la mera descripción de lo visible. Este arte muestra y oculta. Hay diferentes motivos (círculos que encierran mundos, el sol, la luna creciente, reptiles, números, la escritura árabe, figuras geométricas, cuadrados mágicos, patrones que evocan plantas, flores, formas humanas, la mano de Fátima, ojos…) con diversos usos: para bendecir la boda, contra el mal de ojo, como protección, para provocar la fertilidad, para obtener la baraka (la suerte divina) o para transitar hacia una nueva etapa. La serie puede continuar porque se trata de un arte milenario. De hecho, ya en dos hadices del silgo IX se mencionan sus usos. Un hadiz es de Abu Dawud: “La alheña (henna) es un remedio para el dolor de cabeza, el insomnio y la calvicie”. El otro es de Ibn Majah: “Dios ha creado la alheña como un regalo para Sus siervos”. (Los dos autores son eruditos del siglo IX). De alguna manera, creo que hay un mensaje que se sigue transmitiendo a lo largo de los siglos con cada rito de la alheña o henna cada vez que el pulso de la mujer artista desplaza la jeringuilla sin aguja por la piel. Ese mensaje tiene que ver con la alegría.
La alheña, conocida en nuestra lengua también como henna por préstamo del inglés, en su superficie visible es el dibujo hecho en la piel con un tinte de color rojizo obtenido de las hojas secas del arbusto de mediana estatura Lawsonia inermis. La palabra en español tiene incorporado el artículo y proviene del árabe alhinna. Este artículo que ha decidido conservar el español no ha pasado a otras lenguas: en francés se dice henné, en ingles henna y en italiano enna. Es verdad que ahora en español alheña convive con henna, por influencia del inglés, como señalábamos. La palabra se utiliza en árabe para describir la planta, sus hojas y el tinte rojo oscuro que se obtiene de ellas para teñir el pelo, las uñas y la piel. Algunos lingüistas sostienen que deriva del verbo árabe hanna, que puede significar teñir o colorear. Otros, en cambio, sugieren que es el nombre de la planta en hindú o en sumerio. En esta falta de unanimidad sobre el origen, también hay quienes sostienen que la palabra hinna se relaciona con la raíz semítica ‘hnn’, asociada a conceptos de belleza o de adorno. Lo que sí es cierto es que su utilización es milenaria. En Mesopotamia se la menciona en textos antiguos. Los egipcios, los griegos y los romanos la utilizaban para teñir el cabello y para el tratamiento de la piel. Los árabes la llevaron a España. Es efímera y eterna: sus dibujos desaparecen a los 15 días, para quienes lo consideran solo un tatuaje temporal aplicado a la piel en forma de pasta hecha de polvo color marrón. Sin embargo, estos dibujos resurgen en otras pieles.
La técnica visible de este arte es la coloración de la piel con diferentes motivos artísticos. Cuando la artista (se la llama hennaia a la mujer que se dedica a este arte) termina su trabajo, el color resultante es un color entre beige y naranja, y necesita un proceso de oxidación entre 24 a 72 horas para obtener el tono marrón rojizo que se busca. Siempre he sentido que en ese color final hay alegría. Es una sensación que me transmite la alheña con una velocidad más rápida que el pensamiento. Se trata de la alegría de una tradición arraigada en más de cinco mil años. Y en ese tiempo condesando que vuelve a surgir con cada tatuaje está el ritmo de la pintura, de la religiosidad, y de la magia. Por eso, se sabe que hay que ir despacio, y que los dibujos más bellos pueden tener ocultos otros significados. Es muy importante la interacción con la artista, con la hennaia. De alguna forma secreta, esa escena entre la artista y la otra mujer que expone su cuerpo para que se despliegue el rito ancestral es una transfusión simbólica de sangre que desafía el tiempo.
Hay un estilo de hacer la henna que es como un bordado, ese bordado que puede aparecer en las ropas, en los manteles o en las sábanas, me cuentan unas hermanas marroquíes de la ciudad de Fez que se dedican a la henna. Su apellido es Maqboul, y se llaman Najat (quien aprendió el saber familiar y se lo transmitió a sus hermanas más pequeñas), Islam, Khadija e Imán. Cada una ha pasado por el proceso de formación hasta transformase en una hennaia. Refieren que este arte se aprende en la tradición familiar; de tías, de abuelas, de madres, de vecinas, etc. Y en su caso, la hermana mayor les enseñó a las otras. Violeta Caldrés, que también fue hennaia y a quien también enseñó Najat, insiste en la idea de que en Fez la henna se parece a los bordados tradicionales. Esto sería así, pero, asegura, cambiando un poco los motivos de una chica a otra, ya que cada una busca su propio estilo y su propia definición. El trabajo individual siempre se da dentro de los patrones heredados por la tradición. Violeta marca también el lado social que se genera al mismo tiempo que hacen su trabajo. Las vecinas las llaman y las reciben con té y con dulces para el rito del arte de la henna mientras conversan (este tipo de encuentros se puede apreciar en el cuadro Henna de la colección privada del Embajador Fares Yassir) sobre las trivialidades de la vida cotidiana.
Es posible que haya diseños que vayan desde la muñeca hasta los dedos centrales. Algunos más extensos que otros, aunque las variaciones se conservan dentro de la tradición. El arte de la henna conserva la experiencia de las artistas precedentes, pero es flexible. Así como puede variar el hecho de que las mujeres solteras se hagan la henna solo en las manos, y las casadas en las manos y los pies. Podemos imaginar una escena que nos concierne a todos. Dos mujeres solas en algún lugar oculto del desierto marroquí. Llevan a cabo el rito de la henna y entre risas y complicidades salvan la memoria. Tal vez no lo sepan. La henna tiene algo de frágil y algo de eterno. Después de ser borrada de la piel por el tiempo descansa en lo invisible, esperando la chispa que provoca el encuentro de estas dos mujeres para resurgir en trazos que enlazan varios tiempos.