Por Mariana Páez (*)
El binomio presencia/ausencia es falso. No es una o la otra. No compiten. Son complemento que se enriquece mutuamente. Sinergia. Fuente de movimiento. Soy presencia y ausencia.
Por Mariana Páez (*)
Desde casi una década trabajo en talleres de Educación Sexual Integral. Desde el año pasado, el desafío viene siendo adaptar mi oficio, traducir el lenguaje del taller a la pantalla. Inventar una manera de que pasen por un rectángulo de 5 x 10 cm: rondas, miradas profundas, el tomarnos de las manos, el sostener al otro, el guiar a la compañera, la pelota, telas, perfumes, papeles, plumas, totoras. La emoción y la conversación.
No se puede, dije. Me resisto. Es intraducible lo que pasa cuando dos se toman de la mano.
Al pasar los días, cierta parte mía vital se resistió a mi resistencia. Me conectó con la humana necesidad de sobrevivir ante la adversidad. El oficio que elegí se estaba muriendo. Y empezó el experimento.
En mi libro "Talleres de cuerpo en juego" me doy el gusto de observar y reflexionar sobre lo que le pasa al cuerpo cuando juega, cuando se comunica, cuando se deja ser. Cómo se abren portales ancestrales por donde pasa la propia historia, mis sueños, mis miedos. Jugamos y la vida reúne sus partes diseccionadas: cuerpo y alma, varón/mujer, sueños/realidad. Se anulan los binomios, puedo ser quien quiera jugando. ¿Y si siempre puedo ser quien quiera?
El cuerpo es el gran territorio de potencia, donde el pensar, el sentir, el decir y el hacer encuentran sentidos. Cuerpo como espacio íntimo que me trae a la vida. Donde se juegan intensas disputas, siempre es conmigo. Cuerpo como puertas que se abren en el encuentro con otras personas, puertas abiertas algunas para ir a jugar.
Mi campo laboral es el cuerpo como lugar de aprendizaje, de llegar al mundo, de abrirse a otros mundos, de hacer el mundo. Bueno, al parecer, de un día para el otro, quienes trabajamos en este campo, nos quedamos desempleados. Porque el cuerpo desapareció. La ausencia trae angustia. Un angostarse de la experiencia. Ausencia significa estar separada: donde había unidad, ahora hay distancia y vacío.
Por un lado, tengo la certeza de que el cuerpo es genial, extraordinario, maravilloso, se las ingenia para ser visto. Para ocupar un lugar preponderante. Se niega a desaparecer. Su naturaleza es la presencia, el ser visto. Por otro, hoy los cuerpos no están en la escuela, al menos de tiempo completo. Hablamos de virtualidad, de educación en línea (me recuerda a los pupitres puestos uno detrás del otro o las caritas de niños y niñas alineadas en la cuadrícula del zoom).
En sus orígenes, la palabra virtual viene de virtud. De esa voluntad para hacer. De una potencialidad interior. Virtual como fuerza o facultad. Si decimos que algo "de modo virtual" puede producir tal o cual cosa, decimos que "en potencia" puede. Virtual además significa algo aparente, que no es real. Un holograma es un objeto virtual. Educación virtual se refiere a una manera de educar en la cual cambia el continente, el territorio, el escenario, la forma. Donde antes había una escuela ahora hay una pantalla de 5 x 10.
Y un cambio en la forma implica un cambio en el contenido. En la escuela "real" mi cuerpo junto a otros cuerpos aprende. En la escuela "confinada" mi cuerpo está sólo, bueno, al menos lo acompaña una pantalla.
Estamos hablando de otra cosa ahora. Otra cosa que viene como paliativa, que "no cura, pero alivia". De lo que hablamos es de otra forma de transitar el hecho educativo, otra manera dotada de una potencia específica, de una virtud que busca ser vista.
¿Cómo resuena esto en el cuerpo que antes habitaba la escuela? De muchas maneras. Una clase por zoom es una intromisión en mi mundo privado, donde muchos ojos a hacen foco en mi cara, en mis gestos, en los recortes de mi casa que se asoman para quedar expuestos en la pantalla. Mi mundo íntimo cruza la barrera y ya no es tan íntimo. El cuerpo lo siente. Se siente observado con la frialdad que impone la distancia. Es como ese panóptico donde todos somos vistos y, por añadidura, controlados.
Las clases virtuales son cosa seria. Requieren de un parar la pelota y mirarlas. Desnaturalizarlas, dejar de usarlas livianamente, con alevosía (de manera tramposa). No observar los efectos que produce esta comunicación, los supuestos que la rigen, sus causas y consecuencias empobrecen ese lugar que intentamos sostener, empobrece la idea de escuela.
Por otro lado, existen antecedentes de comunicación íntima donde la distancia también existe. Eventos en los que el cuerpo vibra y la distancia de un otro, también existe. Escribir una carta. Leer un poema. Escuchar una canción. Imaginar. Recordar. Escribir. Dibujar. El autoerotismo. Estoy sola en múltiples experiencias que igualmente involucran a un otro. Estoy sola y mi cuerpo tiene la capacidad de conmoverse.
El binomio presencia/ausencia es falso. No es una o la otra. No compiten. Son complemento que se enriquece mutuamente. Sinergia. Fuente de movimiento. No puedo estar del todo presente, porque algo mío suele irse de a ratos al pasado o al tiempo que vendrá. Tampoco puedo ausentarme en extremo, porque la locura está a la vuelta de la esquina. Soy presencia y ausencia.
También es falsa la dicotomía cerca/lejos. No es uno mejor, son ambos necesarios. Porque lo que veo es diferente en cada caso, cambia la perspectiva, las posibilidades se amplían si puedo ver desde cerca y también desde lejos.
No creo en las clases virtuales que buscan reemplazar las clases tradicionales y repiten el mismo esquema: de un lado el profe explicando un tema y del otro chicos y chicas que escuchan y registran para luego reproducir. No creo en ese formato de escuela. Para el esquema emisor-receptor; lleno-vacío; saber-ignorancia, da igual, nada cambió con la pandemia. Es idéntico de base el empobrecimiento del vínculo que promueven. Del vínculo conmigo misma y con los demás. Ese encuentro profundo, punto de partida de toda resignificación del mundo.
Sí, estoy empezando a creer que la distancia social puede convivir con la cercanía. Con saberse cerca, sosteniendo y dejándose sostener. Siento que, si aceptamos el desafío de parar la pelota, vamos a revalorizar colectivamente la escuela, el maestro, la maestra y la ronda. Esas figuras entrañables, donde está el puente para cruzar a otros mundos. Vamos a honrar una escuela donde aprender, lo que se dice aprender, se aprende desde el cuerpo extenso, integrado, ese que reúne desde el abrazo y la geometría hasta la imaginación.
(*) Dra. en Ciencias Sociales, tallerista ESI Escuela Normal de Paraná, docente UADER, autora del libro "ESI, talleres de cuerpo en juego", Ed. La Hendija / marianapaez71@outlook.com
Un cambio en la forma implica un cambio en el contenido. En la escuela "real" mi cuerpo junto a otros cuerpos aprende. En la escuela "confinada" mi cuerpo está sólo, bueno, al menos lo acompaña una pantalla.
El binomio presencia/ausencia es falso. No es una o la otra. No compiten. Son complemento que se enriquece mutuamente. Sinergia. Fuente de movimiento. Soy presencia y ausencia.