Beatriz Sarlo más de una vez dijo que esperaba la muerte y que esa espera era uno de sus aprendizajes más difíciles. Siempre ese estilo descarnado para asumir lo real y siempre esa vocación de aprendizaje, una vocación que sostuvo hasta el final. Claro que fue una intelectual en la mejor tradición francesa, esta tradición fundada por Émile Zola y que tuvo sus expresiones más elocuentes en personalidades como André Gide, André Malraux, Jean-Paul Sartre, Albert Camus o Simone de Beauvoir. Ella misma más de una vez se interrogó acerca de ese rol asignado a los intelectuales y, por supuesto, no se privó de deslizar algunas críticas a ese personaje del siglo XX, porque, ya se sabe, ella lo sabía mejor que nadie, que un intelectual que merezca ese nombre es alguien que nunca renuncia a la crítica, la crítica no sólo al poder, sino a otras exteriorizaciones del poder como las verdades consagradas, los lugares comunes o las diversas variaciones de esnobismo. En más de una ocasión dijo y escribió que la figura del intelectual, tal como lo conocimos en el siglo veinte se había agotado, pero no el esfuerzo por pensar los dilemas y los desafíos de nuestro tiempo histórico.
Leo en ocasión de su muerte que con ella muere la última intelectual de nuestro tiempo. Creo que Beatriz hubiera sido la primera en oponerse a esa frase fácil, algo laudatoria, algo sentimental, es decir, exactamente aquello con lo que Beatriz siempre estuvo en contra. Por supuesto que para quienes fuimos sus contemporáneos, la muerte de Beatriz será una ausencia muy fuerte (extrañaremos su voz, sus opiniones, sus libros), pero aquellas virtudes que la distinguieron: la inteligencia, el esfuerzo por pensar honestamente el tiempo histórico, el respeto a la palabra oral y escrita, la esperanza de que son posibles -a pesar de todo- un mundo y una sociedad más justos, siempre encontrarán el joven o la joven decididos a asumir ese compromiso hasta las últimas consecuencias (porque, un intelectual, se diga lo que se diga, es aquel dispuesto a jugar su honor y si es necesario su vida, por una idea, por una esperanza). Beatriz contempló la muerte de sus amigos, de sus seres queridos, con estoicismo, esa singular estrategia para asumir el dolor hasta donde el dolor es humanamente posible asimilarlo. Eso se llama entereza, coraje, estilo. No necesito de efusiones sentimentales para saber qué es lo que Beatriz nos hubiera exigido hoy a quienes de verdad la quisimos y la respetamos.
Ella fue una intelectual porque supo articular su saber específico en el campo de las letras con el compromiso acerca de las borrascas que asediaban su tiempo presente. El saber académico, la lucidez del ensayo y el compromiso político alrededor de una suma de valores que intentó que graviten en los espacios del poder y en la vida cotidiana. Rehuyó con sobriedad, con coraje, y hasta con humor, las tentaciones que suelen acechar a los intelectuales: la frivolidad, la cursilería, los cantos de sirena del poder. Nunca renunció a defender su independencia, aunque sabía muy bien que en algún punto ese esfuerzo era imposible de lograr de manera absoluta. No era pedante o soberbia, pero no aceptaba intromisiones y sabía muy bien marcar las distancias. Le interesaba la polémica fundada en valores, en saberes, pero si era necesario "embarrarse" en la polémica sucia que a veces suelen presentar los oportunistas de siempre, ella sin dudarlo se embarraba. "Conmigo no, Barone", fue una frase de tres palabras que pronunció para poner en su lugar a un monigote rentado y, contra su voluntad, esa frase adquirió la notoriedad de un jingle. Sabía que había alcanzado una cierta notoriedad en el espacio público. Políticos, intelectuales, la opinión pública en general, sabían quién era Beatriz Sarlo, pero esas distinciones no parecían halagarla, por el contrario le fastidiaba que intentaran promocionarla o transformarla en una "diva" de los medios. Escritora, ensayista, editora, en todos los casos nunca negó su identidad de izquierda. Fue velada, para que no queden dudas, en uno de los "templos" más lúcidos de la izquierda, como es el centro de investigaciones que dirige Horacio Tarcus. Y rodeada de retratos de Carlos Marx, Antonio Gramsci, José Mariátegui. A Beatriz le gustaba viajar, le gustaba jugar al tenis, se interesaba por las pasiones populares y le encantaba caminar sola por las calles de la ciudad observando el paisaje urbano. Yo la encontré una tarde en un subte, y otra tarde caminando por las inmediaciones del Congreso. Tenía un gran talento para confundirse con la gente, para pasar desapercibida.
Dos argentinos en estos días son noticias. Uno está en Paraguay, el otro en Venezuela. Los dos están presos. Uno por corrupto, el otro porque se le ocurrió visitar a su esposa y a su hijo en un país gobernado por una narcodictadura. El presidente de la nación, Javier Milei, ha dicho del preso en Paraguay, el senador Edgardo Kueider, que lo echen de la Cámara de Senadores "de una patada en el culo"; del gendarme argentino, Nahuel Gallo, ha reclamado su libertad y su ministra preferida no vaciló en declarar que si no lo liberaban el gobierno de Nicolás Maduro debía "atenerse a las consecuencias". Por diferentes motivos, por distintas causas, nuestras autoridades políticas practicaron uno de sus oficios preferidos: abusar del lenguaje para luego pedir disculpas, contradecirse o hacerse los distraídos. El presidente Milei en estos temas da cátedra. Para calificar a sus enemigos no ahorra adjetivos. A esos excesos verbales, a esa catarata de insultos, improperios y vulgaridades sus seguidores la denominan "guerra cultural". Amoroso. En el orden interno ha proclamado que solo a él se le debe obedecer sin objeciones. Y quien se atreva a disentir lo mejor que debe hacer es irse. Perdón por la digresión: en el Partido Comunista de signo estalinista que yo conocí, en ese partido donde se practicaba el más férreo y resentido "centralismo democrático", a la hora de reclamarnos obediencia intentaban ser un poquito más moderados que nuestro camarada Milei quien, dicho sea de paso, no vacila en citar a Vladimir Lenin si la cita pondera la voluntad autoritaria del líder bolchevique. De todos modos, si las palabras no me engañan, en toda guerra hay vencedores y vencidos, víctimas y victimarios. No conozco guerra que merezca ese nombre cuyo objetivo no sea aniquilar al adversario. Los militares de 1976 y la guerrilla de los setenta algo sabían de esas faenas. Se dirá que a Milei en estos temas no hay que tomarlo en serio, que hay que evaluarlo por lo que hace y no por lo que dice. Ojalá sea así. Ojalá que la inocencia no les valga.
Nobleza obliga, hemos llegado a fin de año en paz y sin inflación. Milei cumple, Karina dignifica. No haya piquetes, no hay urgencias económicas agobiantes y, si las hay, se disimulan. El primer año de gestión del gobierno "libertario" ha sido calificado de exitoso y hay quienes aseguran que en el mundo se habla del "milagro argentino". Creo que efectivamente el gobierno ha logrado metas económicas, políticas y sociales notables. No sé si Milei esperaba estos resultados, pero me consta que sus adversarios o enemigos no lo esperaban, y que en su mayoría apostaban a que el gobierno caería antes de Semana Santa. Se equivocaron y se equivocaron fiero. Dicho esto, agrego que los aciertos de Milei en su primer año de gestión no aseguran automáticamente los aciertos del futuro; del mismo modo que los errores de diagnóstico de las diversas oposiciones al régimen "libertario", no garantizan que siempre se seguirán equivocando. A los amigos de las imágenes futboleras, les digo que terminado el primer tiempo de la final entre Argentina y Francia nuestro éxito era cómodo y hasta seguro. Me consta que algunos festejaron anticipados y cuando llegaron los goles de Francia estaban en curda. Después pasó lo que pasó, pero digamos, como moraleja, que en el fútbol como en la política nunca se debe celebrar por anticipado, sobre todo cuando se ha jugado menos de la mitad del partido.