Domingo 5.5.2024
/Última actualización 17:16
Nos escribe Marisa (54 años): "Hola Luciano, te escribo porque leímos tu último libro sobre adolescentes y con mi marido tenemos una duda sobre la cuestión del tiempo. ¿Cómo es que explicás el pasaje de la infancia a la adolescencia? Porque vos planteás que no es algo lineal, sino que en cada uno de los momentos hay dos tiempos y esto es lo que no nos queda claro. Si pudieras ampliar un poco más esa idea te lo vamos a agradecer mucho".
Querida Marisa, muchas gracias por tu correo. En principio te agradezco mucho la lectura de mi libro "Adolescencia sin fin", que en cierta medida nació de esta columna y de las consultas que fui recibiendo en los últimos dos años. Para responder a tu consulta (y de tu marido), voy a considerar dos cuestiones: el tiempo en la infancia y en la adolescencia, con el propósito de situar que no se trata de que primero venga una y luego la otra; o mejor dicho, sí, esto ocurre, pero en el medio hay dos grandes resignificaciones.
Como ustedes plantean en su mensaje, el tiempo del crecimiento no es lineal, sino que es más bien circular o de acuerdo con "ciclos". Voy a tratar de explicar mejor esta idea con dos situaciones típicas. Por un lado, hoy en día es común que padres consulten por niños de alrededor de 4 años que ya dormían solos y, de repente, vuelven a pasarse con sus padres; o bien ya no tenían restricciones con la comida y empiezan a ponerse un poco remilgados. Incluso puede ser que se hagan pis en la cama alguna que otra vez.
Los padres lo viven con angustia, creen que es un retroceso, pero no lo es: es lo que llamo "la regresión de los 4 años" que implica que un niño tiene que volver a sus dependencias tempranas (orales y anales) para resignificarlas en el complejo de Edipo. Por ejemplo, si en adelante ya no dormirá con los padres no es porque estos no quieren, sino porque sentirá vergüenza de que él sí y otros no y querrá ir a dormir a la casa de amigos; con la comida aparecerá el asco, etc., es decir esta regresión es la vía por la que se constituyen los diques de la relación interpersonal (vergüenza, asco, prurito moral).
Para los padres esta es una etapa cansadora y los entiendo, pero entiendan que es la antesala de que su hijo revise su dependencia y forme sus primeros deseos en sentido estricto (que serán los edípicos). Esta regresión es el camino a un apropiarse del deseo –como desarrollé en mi libro "Más crianza, menos terapia"– y no es un retroceso, ya que demuestra que el crecimiento de un niño no es lineal ni adaptativo. Por otro lado, la angustia de los padres es también porque un hijo está empezando a separarse de nosotros. El consuelo es máximo igual: lo que se pierde en dependencia se gana en deseo.
Vayamos, por otro lado, a la segunda situación. Como dije antes, la adolescencia no es la continuación de la infancia. Es más bien su reformulación. Un ejemplo de esto ocurre en la consulta con los padres cuando estos llaman la atención sobre un fenómeno común: "No tira la cadena y ya no va como un niño". Y no, porque la adolescencia es un momento de readquisición de hábitos. Y así como un bebé primero va en el pañal y luego aprende a controlar, lo mismo el adolescente va al baño y no tira la cadena.
En la adolescencia no solo se reactualiza el Edipo sino también los complejos de destete y esfínteres de la infancia. Hoy sobre todo estos últimos. Y esta no es la primera reactualización, sino la segunda; porque la primera, como dije antes, fue en el cuarto año de vida, como preparación para el Edipo (si es que hay Edipo). Si no hubo Edipo en la infancia, la adolescencia es más contundente.
En principio, todo proceso adolescente comienza como una gran cantidad (la de la pubertad) que progresivamente adquiere un carácter cualitativo. Las primeras vías son eminentemente reactivas (desde tics hasta mover el pie continuamente) y hasta parecen ansiosas, pero de a poco reeditan los conflictos. Si no hubiera reactualización de la infancia en la adolescencia; si esta no fuera una reestructuración, realmente sería cierto que los traumas de la infancia son determinantes. La buena noticia es que, para quienes tuvieron adolescencia, la infancia no es un destino. Por eso es tan importante pensar seriamente sus procesos y transformaciones.
Querida Marisa, un fuerte abrazo para vos y tu marido.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com