Ahora que bajó un poco la espuma, escribo algunas reflexiones desprolijas que me quedaron en el tintero. El juicio a Thomsen y su grupo se ha metido en nuestras vidas, como un reality show, a través de todas las pantallas que nos rodean. Hemos presenciado la muerte de Fernando innumerables veces y en múltiples lugares: en un living, en un dormitorio, en un barcito, en un kiosco, en una estación de servicio o en un consultorio médico. La hemos visto desde diferentes puntos de vista entre los que se encuentra la privilegiada cámara de un actor protagónico, Lucas Pertossi. La reproducción de esa emboscada que duró unos pocos segundos parece perpetuarse en busca de respuestas. La emisión del juicio por TV e Internet acaparó la atención y marcó récords de audiencia.
Anoto interrogantes desordenados: ¿Cómo nos afecta el espectáculo del sufrimiento ajeno? ¿Se naturaliza la violencia de tanto mirarla? ¿Observamos el juicio con los nervios de los penales de la final de Qatar? ¿Para quién hicimos barra? ¿Estamos hambrientos de justicia o, como en una suerte de impulso voyeurista, estamos sedientos de un festín inagotable de sangre, sudor y lágrimas que nos distraiga de nuestro aburrimiento? ¿Servirá esta exposición para tomar conciencia del apagón moral que nos cangrena o sólo se vivió como una episodio más de un reality show? ¿Lo eliminaron a Alfa? ¿Lo condenaron a Thomsen?
Noticias de sangre derramada
En "Ante el dolor de los demás", Susan Sontag analiza la serie "Los desastres de la guerra" de Goya y, entre otras, imágenes de la guerra civil estadounidense, de los campos de concentración nazi y de los atentados del 11-S. Con estos ejemplos, considera el proceso de subjetivación y de la alteridad a partir de la mirada sobre el sufrimiento ajeno. Propone una reflexión en torno a los conceptos de poder, dolor y miedo, y cómo estos se vehiculizan y transforman a través de los medios de comunicación y de la opinión pública. En pocas palabras: el dolor del otro, convenientemente enfocado, puede servir para unir o para separar personas, para curar o para herir. El punto clave es: ¿qué queremos que signifique para nosotros?
Ensayemos un ejemplo: ¿Qué lectura hicieron diversas perspectivas sobre los aviones que se estrellaron en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001? Tal vez, para algunos consternados y autocríticos ciudadanos yanquis fue: "El horror se instaló en casa y ya no es el eco de las explosiones en un remoto Vietnam o un Lejano Oriente. ¡Paremos la violencia!" Tal vez, para otros sectores norteamericanos más conservadores fue: "Tenemos que triplicar, señores, el presupuesto en seguridad nacional antes de que otros enemigos de la libertad y la democracia se envalentonen y nos pateen en el piso. ¡Invadamos sin piedad a los cómplices del terrorismo! ¡Que arda el mundo como hicimos con Hiroshima, Nagasaki y otros arrabales del planeta!"
¿Y qué pensaron las "Venas abiertas de América Latina" que han padecido el intervencionismo estadounidense durante décadas? ¿"Bien hecho: el tiro les salió por la culata como un karma del imperialismo"?
¿Y qué vitorearon los bombardeados países de Medio Oriente? ¿"Viva, Al Qaeda"? ¿"Les dimos de probar su propia medicina y ahora sabrán lo que nuestros hijos han padecido durante largos años"? Y así podríamos continuar con estas cavilaciones por largo rato.
Es decir, Sontag identifica distintas opiniones sobre la función de estas imágenes que retratan el horror: por un lado, observa posiciones que sostienen que si el horror puede ser lo bastante vívido a través de la "instantánea", éste puede convencer a la población sobre el carácter atroz de la guerra; por otro lado, hay quien postula que las personas recurren a este tipo de imágenes, no para transformar sus creencias previas, sino para ratificarlas.
La autora enfatiza que la idea acerca del proceso de globalización y expansión mediática como una vía de acceso al "mundo real" es falsa. Aclara que el "mundo" que se muestra a través de una cámara es un lugar muy pequeño, tanto por su geografía como por sus temas, y así lo perciben los usuarios que esperan una transmisión concisa y enfática de lo que se supone que merece la pena conocerse al respecto.
En resumidas cuentas, nuestro conocimiento de los hechos violentos no es un conocimiento "real", sino mediado por la lente del fotógrafo, el camarógrafo, el influencer o el ocasional testigo que encarna el rol de periodista ciudadano. En síntesis, fotografiar o filmar implica encuadrar; y encuadrar significa excluir, recortar, sesgar.
De espectadores a actores
Sin dudas, le doy la derecha a la madre de Thomsen en un dato: si no hubiera sido por la influencia de los medios tradicionales de comunicación y de las redes sociales, hoy "Machu" y su banda seguirían pateando cabezas. Veloz e indisimulablemente, los comunicadores tomaron partido por la familia Báez Sosa. En algunos casos, fue una hábil jugada movilizada por la búsqueda de rating, seguidores y likes por encima de la búsqueda de justicia.
A esto hay que sumar la presencia de Burlando: un hábil mediático que le dio realce al juicio porque, en su carrera profesional, ha sabido aprovechar "para dónde soplan los vientos de la opinión pública". A nadie ya sorprenden sus piruetas ante las cámaras: ha pasado del "Bailando" a la defensa de Juan Darthés; o del caso Báez Sosa a ser participante del "Challenge Argentina", o a ser candidato a la gobernación de Buenos Aires.
En cierta medida, esto tiene que ver con lo que Debord señala en "La sociedad del espectáculo": "Toda la vida de las sociedades donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente, ahora se aleja en una representación". Los medios de comunicación y las redes nos ofrecen "las imágenes" de las noticias a modo de "ventanas" que presentan visiones limitadas del mundo exterior. Nos marcan la agenda y, entonces, vemos a través de los ojos de otros. Es decir, los datos que recibimos (a cuenta gotas o en sobredosis) de manos de -por citar- los periodistas pueden afectar nuestra posibilidad de profunda comprensión de los hechos que nos rodean pero eso -aquí quiero hacer hincapié- no quiere decir que nosotros seamos recipientes vacíos o consumidores pasivos sin chance alguna de usar esa información e, incluso, de intervenir en nuestro entorno.
En una entrevista que le hicieron a Sontag pocos meses antes de su muerte, le preguntaban acerca del periodismo y su función. Ella, desde una mirada crítica, contaba que, a su parecer, el gran problema del periodismo en el siglo XXI -en relación al sufrimiento del otro- consistía en una persistente repetición del siguiente mensaje: "Esto es lo que hay en el mundo, ahora ya lo conocemos, pero poco podemos hacer para cambiarlo". Para Sontag, este es un mensaje de impotencia, de desesperación y una advertencia de que: "El conocimiento de las cosas no se transforma en una energía para cambiarlas".
¿Qué opciones tenemos ante el dolor de los demás? ¡Reivindicar la recuperación de una mirada sensible, encarnada y capaz de reconocer la vulnerabilidad mutua y de construir un nosotros conjunto! Esta es una elección activa y militante. ¿Podemos resucitar a Fernando? ¡Ya no! Pero podemos evitar que haya nuevos Fernandos o futuros Thomsens: ¡Nunca se sabe de qué lado del mostrador podemos estar! ¡Dejemos de ser testigos y pasemos a ser protagonistas! En lugar de simplemente filmar con el celular, actuemos como hizo -por ejemplo- Virginia Pérez Antonelli, la jovencita que le practicó RCP a Báez Sosa frente a Le Brique.
¡Dejemos de ser espectadores e involucrémonos! Como dice Tomás D'Alessandro, amigo íntimo de Fernando: "Involucrate aunque tengas miedo y no sepas lo que puede pasar. Involucrate aunque otros te digan que no lo hagas. Involucrate aunque pienses que tenés todo para perder. No te hacés una idea de lo que podés generar simplemente con involucrarte. Animate a involucrarte y a hacer, porque la vida se trata de eso, de hacer".