I
I
Alguna vez me preguntaron si no me interesaría escribir una novela alrededor de la corrupción kirchnerista, y en particular de la corrupción de los jefes de la banda o asociación ilícita: Néstor y Cristina. No recuerdo que contesté, probablemente haya dicho que sí, sabiendo que si hubiera dicho que no, los resultados no habrían sido diferentes, porque el autor de la pregunta no era un editor y en estos casos lo que importa es la decisión de un editor decidido a financiar una investigación, la escritura y la edición de un libro. De todos modos, la pregunta me quedó picando, como quien dice. Pensé que no estaría mal escribir una novela acerca de la corrupción kirchnerista, algo así como una versión policial que reflexione acerca de las miserias y canalladas del poder. No estaría mal. Tampoco sería la primera novela escrita alrededor del tema que liga el poder con la política y el delito. Convengamos que la saga de los Kirchner da más que para una novela, para una saga de novelas, una versión negra y truculenta de las "Historias nacionales" de Benito Pérez Galdós o, por qué no, una serie estilo "El patrón del mal" o alguna derivación estilo "Los patrones del mal", "Hampa, política y corrupción en El Calafate", "De la Patagonia a la Casa Rosada".
II
Posibilidades de títulos hay como para hacer dulce. Trasladar al campo de la ficción la saga de los Kirchner no es un trabajo fácil. Armar la estructura de una novela con tanto poder en juego, con tantos personajes prolongándose durante dos décadas, con tantas promesas de lealtades y tantas traiciones, no es trabajo fácil, sobre todo porque los principales protagonistas ocupan las primeras posiciones del poder político nacional. Supongo que a Shakespeare el tema le hubiera interesado; también a Mario Puzo, claro está. De todos modos "Los Kirchner" dispondría de su propia originalidad. En América Latina se han escrito varias novelas con dictadores bananeros como protagonistas. Asturias, Roa Bastos, Carpentier, Varga Llosa, García Márquez, abordaron el tema con su singularidad literaria. No fueron los únicos pero fueron los más destacados. "Los Kirchner" sería otra cosa. Identificarlos linealmente con los dictadores bananeros de la guerra fría sería una simplificación, pero sería interesante establecer relaciones respecto a la avidez por el poder, la avidez por enriquecerse y la avidez por manipular conciencias.
III
Alguien podrá objetar que los dictadores bananeros no fueron populares. Equivocado. Somoza, Trujillo y Stroessner eran muy populares. Y la adhesión de los pobres en más de un caso se confundía con la devoción. Sí hay diferencias respecto de la legitimidad electoral de los Kirchner, virtud que a los dictadores bananeros no les preocupaba cultivar, aunque convocaban a elecciones en las que ganaban obteniendo más del ochenta por ciento de los votos en el mejor estilo Gildo Insfrán. Digamos que la escritura de una novela acerca de los Kirchner se apartaría de las clásicas novelas acerca del dictador bananero, pero esa diferencia no le quitaría dramaticidad, suspenso y tragedia. Esa singularidad de los Kirchner es lo que permitiría otorgarle a la novela una expectativa estética que de alguna manera representaría el desafío más exigente para un escritor. Supongo que en un futuro no muy lejano se escribirá alguna novela sobre los Kirchner y sobre la suciedad y las miserias que flotaron a su alrededor. Las escenas de Néstor abrazando una caja fuerte; o de Cristina, Lázaro y Máximo saliendo sonrientes y felices del mausoleo de Néstor financiado por el propio Lázaro, son de una riqueza dramática extraordinaria. Algo parecido podría decirse de los escenarios ocupados por Ella, de sus monólogos con una platea fascinada, o de sus pasos de baile mientras en Córdoba o en Tucumán la policía apalea a trabajadores. El asesinato del fiscal Nisman da para un relato con sus sinuosas y perversas complejidades; o el asesinato de su colaborador íntimo, Fabián Gutiérrez, en esa suerte de Macondo patagónico conocido con el nombre de El Calafate; las escenas de militantes contando fajos de dólares, para no mencionar el episodio de José López armado de una ametralladora y revoleando bolsos cargados de dólares frente a un convento iluminado por la vacilante luz de la luna, escenas dignas de El Decamerón o los Cuentos de Canterbury.
IV
Problemas formales de la novela: ¿Quién cuenta? ¿Néstor, Cristina? ¿O un personaje menor, Centeno por ejemplo? ¿O Daniel Muñoz, o Myriam Quiroga? ¿Y si le damos la posibilidad de un monólogo a Sabag Montiel, el "copito" que intentó asesinar a la jefa? ¿Y por qué no un narrador omnisciente? ¿O un personaje diferente para cada capítulo estableciendo una suerte de sinfonía del delito, el vicio y la locura? Sí, como leyeron: la locura; porque sería interesante que la novela se proponga sugerir con recursos literarios propios el grado de locura que suele dominar a los titulares del poder y, por qué no, el grado de alienación de sectores de la sociedad dispuesta a dejarse fascinar por los titulares visibles de una asociación ilícita? Como se podrá observar, las posibilidades son diversas, sobre todo si lo que se intenta escribir pertenece al campo de la ficción. Hablamos de los Kirchner pero no hablamos de los Kirchner. Complicado. Roberto Arlt a esa dificultad la hubiera resuelto con su proverbial lucidez. En la saga patagónica sobran los rufianes melancólicos, los astrólogos delirantes, los lúmpenes de todo pelaje decididos a enriquecerse con un golpe de suerte o un golpe de poder. Borges se limitaría a incluir un capítulo más en su "Historia universal de la infamia"; a Sábato el tema probablemente lo hubiera excedido, por lo que hubiese renunciado a escribir advirtiendo que lo revelado lo "enferma de asco"; David Viñas, el David Viñas de 1957, no hubiera vacilado en denunciar a través de la ficción la canallada moral del peronismo; Manuel Puig, hubiera pensado que Cristina es un personaje a la estatura de sus heroínas de "Boquitas pintadas" o "La traición de Rita Hayworth"; Julio Cortázar, escribiría este relato en el estilo "Las puertas del cielo", su cuento más gorila, según sus críticos; Adolfo Bioy Casares, pensaría en "La fiesta del monstruo"; Ricardo Piglia, preferiría no escribir nada, no porque el tema no sea valioso literariamente, sino para no enemistarse con los peronistas.
V
¿Y Rodolfo Walsh? Merece un capítulo aparte. Se sabe que en su momento Walsh se entera que hay un sobreviviente de los fusilamientos en los basurales de León Suarez. Sabemos que comentó con algunos de sus amigos escritores lo sucedido y éstos le dicen que dispone de una excelente materia primera para una novela. Sin embargo, Walsh rechaza la posibilidad de una novela; también la tentación de un relato histórico. Walsh funda, tal vez sin proponérselo, un nuevo y formidable estilo literario: la novela de no ficción. Contar lo sucedido tal como ocurrió, pero con los recursos de la literatura. Algo así como lo que tres años después haría Truman Capote con "A sangre fría". Pues bien, coincido con Walsh. La saga de los Kirchner debe ser escrita con los mismos recursos literarios de "Operación masacre" y "¿Quién mató a Rosendo?". ¿Pero Walsh no era peronista? Supongamos que sí, aunque más de un peronista le negó esa identidad, pero lo que está fuera de discusión es que fue un gran escritor, uno de los grandes escritores argentinos. Conclusión: yo escribiría acerca de los Kirchner con la técnica literaria de Rodolfo Walsh. Y que, al decir de Arlt: "Que los eunucos bufen".