Me miro en el espejo. Estoy vieja. Mi pelo tiene los matices del tiempo, inolvidable y extraño. Me veo desnuda. Sin piel. Soy de hebras de estaciones que se desvanecen, de humo de incendios pasados, de aire con musgo y estrellas.
Mi alma está a la intemperie y con algunas piezas rotas. Sin embargo hay rumores deliciosos agitándose en la bóveda de sensaciones de mi mente...
Me miro en el espejo. Estoy vieja. Mi pelo tiene los matices del tiempo, inolvidable y extraño. Me veo desnuda. Sin piel. Soy de hebras de estaciones que se desvanecen, de humo de incendios pasados, de aire con musgo y estrellas.
Mi alma está a la intemperie y con algunas piezas rotas. Sin embargo hay rumores deliciosos agitándose en la bóveda de sensaciones de mi mente.
Me reconozco. Me descubro. Me sonrío. El verdor del bosque se empaña en mis ojos y silencios lejanos me besan la boca.
Este instante se colma de vaivenes misteriosos…
Me encuentro. Te encuentro en algo indescifrable que vive adentro mío. Un germen de recuerdos alumbra mi mirada. Tu voz en mi memoria es como un atardecer lleno de adioses. Pero al final siempre estas ahí, hermano, amigo, compañero, amor de mi vida, tan lejos y tan cerca que conmueve; tan humano y tan eterno que asusta. Y mientras en mis pechos maduros se escurren pasiones y esperanzas, la muerte me acaricia la espalda con un dulce clamor.
Mi alma está a la intemperie y con algunas piezas rotas. Sin embargo hay rumores deliciosos agitándose en la bóveda de sensaciones de mi mente.