Mientras unos se esfuerzan por seducir incluso a quien ayer era el enemigo, lo cual demuestra hipocresía, los otros, es decir nosotros, podemos poner los pies en la tierra y seguir debatiendo sobre cómo mejorar. Me temo que no podemos confiar en quienes no tienen fuerzas ni luces suficientes, sino en quienes sí las tenemos, es decir, en nosotros mismos.
La clave no está allá, y no lo estará en lo inmediato, sino que está acá, en nosotros, es decir, en la comunidad. En efecto, porque somos lo que ellos no son, ni fueron ni serán, ni podemos esperar que nos arreglen hoy lo que no arreglaron ayer, ni podemos esperar que nos solucionen mañana aquello que hoy llenan de humo.
Continuemos entonces con lo que decíamos los otros días, sobre cómo preparar los recursos de pediatría para adaptarlos a la necesidad del otoño e invierno, a fin de prevenir lo que ya sabemos que puede pasar. De hecho, ya está pasando, y estamos recién en primavera.
La autoridad nos dice que cada vez hay menos médicos que quieran dedicarse a la pediatría, y que por esta causa hay menos pediatras, y que menos aún los habrá en el futuro inmediato. Es por esto, dicen, que no hay suficientes profesionales para cubrir todos los puestos de pediatría de hospital, ni para cubrir toda la necesidad de pediatría de atención primaria en los centros de salud. Es probable que la cuestión no sea que no los hay, sino que no quieren, o no pueden. Entonces hay que preguntarse por qué.
Se sabe que la depresión afecta con mucha más frecuencia al médico que está haciendo la residencia de su especialidad que al médico general, antes de entrar a esta residencia (1). Aunque este dato no se refiere de manera específica al caso argentino, no deja de ser un motivo para preguntarse por qué, a qué se debe, qué pasa.
Estos cuadros de depresión se confunden con el llamado síndrome de estar quemado, o síndrome de agotamiento profesional, más conocido por su nombre en inglés: el síndrome del "burnout". Es posible que ambas enfermedades, en estos casos, sin ser lo mismo, tengan bastante en común.
Este síndrome es mucho más que la sensación de estar cansado, o incluso harto del trabajo por causa de sus exigencias, la presión, las malas condiciones laborales, la poca consideración del jefe, el menosprecio, el abuso. Desde el año pasado, la Organización Mundial de la Salud lo considera como una enfermedad profesional. Se lo puede definir como el conjunto de signos y síntomas que se observan como respuesta a una situación de estrés emocional crónico que aparece en especial en el personal de profesiones asistenciales que exigen una relación constante y directa con otras personas, y que se manifiesta como agotamiento físico y psicológico, como una actitud despersonalizada, y con un sentimiento de falta de realización personal y profesional. Este último punto debe ser remarcado.
En un documento de consenso (2), la prestigiosa Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos afirma que este síndrome no es culpa del médico sino de la institución que lo contrata. Y que se origina por causa de las muchas exigencias, de las dificultades para adaptarse a una realidad cambiante, a las pobres condiciones laborales, etc., y que como consecuencia afecta a la salud mental del médico, lo que a su vez repercute negativamente en los pacientes.
No es entonces un problema de ciertos pediatras, ni que los pediatras no quieran trabajar, sino una enfermedad laboral cuya causa está sobre todo en el hospital o en el centro, que les exigen más allá de lo que es digno y razonable. Es fácil imaginar que quien más fácilmente puede caer en este síndrome es el médico que trabaja en planta de hospital y además debe hacer guardias, o quien se ve obligado a atender a más pacientes por hora de lo que es prudente, o tiene que atender durante más y más horas sin interrupción.
No pretendo decir con esto que la causa de la falta de pediatras de hospital se debe a este síndrome, aunque en parte sí que podría serlo. Sólo pretendo aportar argumentos al debate, y tratar de entender por qué algunos prefieren la aburrida mansitud de un consultorio de pediatría de un sanatorio cuya infraestructura y capacidad profesional y científica quedan muy por debajo de la que tienen los hospitales de la ciudad.
El hospital y el centro de salud tienen entonces que ofrecerse a sí mismos como las alternativas más interesantes, sobre todo desde el punto de vista de la realización personal y profesional. El barrio, la comunidad, cada uno de los pacientes también tienen que mirarse al espejo para ver cómo contribuir a la mejora general.
(1) "Is it burnout or depression? Expanding efforts to improve physician wellbeing" NEJM, 03/11/22.
(2) "Taking action against clinician burnout: a systems approach to professional wellbeing. Consensus study report" (2019).
Mirarse al espejo
Cada autoridad, sea del nivel que sea, debe mirarse al espejo y asumir la parte de responsabilidad que le compete. Y los pacientes deben usar con responsabilidad el servicio que tienen la suerte de tener, porque lo pueden perder. Y los médicos deben entender que tienen una deuda con la comunidad. La responsabilidad queda así repartida.
Tenemos que darle al hospital y al centro de salud el lugar de relevancia que se merecen. Tenemos que hacer que trabajar en la pediatría del hospital o del centro de salud sea un motivo de orgullo, puesto que de aquí se deriva la realización personal y profesional. Y luego se deriva todo lo demás: el celo profesional, la formación continuada, la docencia de pre y post-grado, el cumplimiento del horario, el buen trabajo asistencial, la empatía con los pacientes, el deseo de saber cada día algo más, las ganas de hacerlo mejor.
Las instituciones suelen defenderse aduciendo ciertas normas administrativas que proceden de estratos superiores, y tienen razón. Pero también es cierto que muchas veces se le encuentra la solución al problema en el nivel doméstico, es decir, entre nosotros, en el seno de la comunidad. Para ello hace falta reconocer el problema, admitir las culpas y repartirlas, y tener una buena dosis de buena voluntad y sentido común. Y no venir con exigencias poco razonables. Otras veces aducen que esto se ha hecho siempre así, y entonces hay que revisarlo porque a la vista está que no funciona, o ya no vale la pena, hay que cambiar, hay que adaptarse a una nueva realidad.
Es necesario entender que hay un problema que nos afecta a todos, y que entre todos tenemos que buscar una solución, hasta encontrarla. La queja sin mirarse antes al espejo, y el lavarse las manos, como ya se sabe, no ayudan para nada.