VECINOS DE B° EL POZO
"Recurrimos a este espacio para reclamarle a Assa que envíe operarios para destapar el resumidero cloacal ubicado sobre calle Rector Martínez, esquina Jiménez Assua. Se ha tapado nuevamente y brotan efluentes cloacales, trasladándose a lo largo de varias calles y cuadras. También está empezando a obstruirse el resumidero ubicado sobre Alejandro Greca y Jiménez Assua. Por favor, les pedimos que atiendan este reclamo con urgencia, antes de que se transforme en un caos, como suele suceder cuando se colapsan".
Escape libre y contaminación auditiva
MARÍA
"Hace muy poco pusieron en vigencia una ordenanza que prohibía el escape libre de las motos y su contaminación auditiva. NUNCA HICIERON UN SOLO CONTROL. Se congratulan de las motos que detienen y dicen que las multaron por falta de casco y por alcoholemia, pero de la infracción a la ordenanza de escapes libres, ni una. Este gobierno es como todos: puro relato".
AMÉRICO
"Muchos corralitos abandonados por el municipio. Dr. Juan Pablo Poletti: hay muchos corralitos sin solución, que vienen de la gestión anterior, en Risso en General Paz, Aristóbulo del Valle y French (aquí tampoco hay luz). Yo pregunto: ¿los inspectores no conocen las ordenanzas? ¿Los containers no tienen que tener pintada una franja refractaria?, de noche no se los ve".
EMILIANA TORRES
El día miércoles 5 del corriente, me encontré con inesperados controles en el puesto de Cilsa, en el trayecto que va de Santa Fe a Santo Tomé, en el cruce del puente.
"Buenas tardes, señora. Usted no puede pasar porque su familiar con discapacidad no se encuentra arriba del vehículo". "Buenas tardes, señor. Así es, mi familiar no está. Pero es un error lo que me dice: los vehículos autorizados podemos circular. Mi vehículo está habilitado. Por favor, escanee el código QR", respondí, mientras ofrecía la documentación respaldatoria necesaria.
A partir de ahí, la peripecia para llevar un día normal en nuestras vidas, en una que está muy lejos de ser una vida habitual, fue aún peor.
El policía municipal ante mis explicaciones y reclamos asentía con comprensión y me pedía que comprendiera yo también que él tenía que hacer su trabajo. Que iba a tener que dar la vuelta por la autopista.
Fue así como me dirigí -luego de haber cruzado (a costa de mucho explicar y preguntar con más claridad por la situación)- a la Policía Municipal de Santo Tomé. Quiero agradecer la atenta predisposición y esfuerzo desplegados por los inspectores que atendieron mis pedidos (que son los de muchos) para que no cayeran en saco roto. Sin sus gestiones hubiese sido imposible resolver la situación.
En el tercer cruce, en un rango de 2 horas aproximadamente, continué dándoles explicaciones a los inspectores que en cada ocasión me paraban, para que me permitiesen pasar.
A este punto, me bajaba del auto y comenzaba a contarles lo que es un día común y corriente para las familias que tenemos un miembro con discapacidad (o más): ir y venir a terapias; esperas interminables que causan crisis; golpes, mordeduras y descompensaciones clínicas; accidentes domésticos o en espacios de tratamiento; trámites burocráticos excesivos y ni hablar cuando los casos están judicializados. Nuestras vidas se transforman en un raid que nunca alcanza para poder descansar.
Lo mínimo que hacemos es ir y venir con nuestros vehículos todo el día, porque nuestra vida gira en torno a toda una problemática, que por suerte las leyes nacionales comenzaron a contemplar, otorgándonos permisos para circular. Exenciones, que claramente lo son, y con justa causa para las vidas extraordinarias que nos toca vivir.
En el tercer viaje, y a la tercera parada alrededor de las 22.30, volviendo de una actividad sociocultural a la que mi familiar asiste y con el paciente a bordo, los operadores mostraban signos de haber pasado realmente malos momentos. Vimos a un señor que aparentemente "no tenía nada" y se tenía que ir a realizar su diálisis. Con mi familiar a la vista, pude pasar.
Por tanto, y con la esperanza de que estas palabras lleguen a oídos sabios, desde la comunidad de las familias con familiares con discapacidad, que padecemos el diario vivir, solicitamos la revisión de este asunto. En primer lugar porque nos comportamos conforme a derecho y nos exponemos a cuanto control sea necesario, sin objeciones, y no se entiende un accionar municipal que se contrapone a una ley nacional.
Cabe aclarar que un certificado de discapacidad es otorgado de manera digital. Falsificarlo es por lo menos un poco complicado. Y si se falsifica, un código QR es completamente detectable en un control y ante ello aplicar la penalización correspondiente.
La desinformación y el desconocimiento producen estragos, ante lo que la discapacidad significa en una familia.
Muchas familias tienen más de un vehículo habilitado para circular, porque ante una internación, accidente, paros, etc., es todo un grupo de gente movilizándose para tratar de llevar un día adelante.
Por todo lo dicho, reitero mi agradecimiento a los inspectores de Santo Tomé, que me atendieron y se movilizaron para gestionar un día común y corriente de circulación vehicular.
ALBERTO FABIÁN ESTRUBIA
Todos sabemos que la comida es el sustento de la vida. El que no come lo necesario se debilita y muere. De ahí, la relación de la comida con la vida. Allí es cuando toma rango de derecho humano.
El hombre tiene derecho a comer para vivir, si se lo quitamos lo estamos matando. Tener derecho a ser alimentado es tener derecho a la vida.
A los tantos niños, adultos o ancianos que en el mundo mueren de hambre se les está negando el derecho a vivir. Así de simple. Si con nuestro aporte alimentario no los ayudamos a crecer, los estamos condenando a morir. Ni más, ni menos.
Hay países ricos que viven en la abundancia y en el derroche y hay países pobres que no tienen lo necesario y deambulan por el mundo buscando un lugar donde les permitan la supervivencia con la dignidad del trabajo.
Es importante que veamos, que lleguemos a darnos cuenta de la importancia que tiene para todos "tener qué comer" y cuán difícil resulta para tantos otros carecer del alimento.
Dentro de nuestra cultura tenemos cuatro comidas diarias y ese acto puede darse en forma acompañada o solitaria. Es bastante común entre nosotros, el encontrarnos para almorzar o cenar, haciéndolo en familia. En días festivos, la mesa se amplía con invitados. En todas estas ocasiones tenemos la oportunidad de compartir el alimento con otros.
Pero ¿qué es compartir? Compartir es darle a cada uno una parte, en este caso de comida, y que más allá de ser un hecho exterior, podemos decir que es una actitud interior que se manifiesta en la exterioridad.
Compartir no es solo dar. Es devolverle a alguien lo que necesita y merece, aquello a lo que tiene derecho. Es una cuestión de justicia que le estamos reconociendo y acto seguido un hecho de misericordia.
Compartir es también un acto de generosidad, dado que lo que pretendo que es mío, lo llevo a que sea también de otros. Y eso nos produce alegría porque es un acto gratificante para ambos: para el que da y para el que recibe.
Entonces, viéndolo así, la comida toma una dimensión distinta, le descubrimos una dimensión social. Por lo tanto, no debo preocuparme solo por mi comida o por la comida de mi familia, sino que debo preocuparme también por la comida de todos. Y esto no lo digo para que nos sintamos culpables por los que no comen, sino para comenzar a entender que el comer de todos es una cuestión, básicamente, de solidaridad social y por lo tanto de política pública. Nos atañe a todos. Y en esto el Estado tiene una gran responsabilidad, pero no solo el Estado, también las instituciones, las empresas, los sindicatos, las iglesias y yendo para abajo: todos nosotros.
Y una última cuestión: el dar comida a otro toma una dimensión trascendente cuando el que recibe puede solo agradecer pero no devolver.
Dar sin esperar recompensa es el mayor acto de amor del ser humano, pues no solamente da sino que se da en el dar. Es dar amor.