Jueves 31.3.2022
/Última actualización 17:11
La corrupción y sus operadores, es un tema de vieja data, como la del ser propio humano, y fue abordada por hombres a lo largo del tiempo y desde distintas perspectivas. Uno de ellos, Dante, el genial florentino, le reservó un lugar acorde con la dimensión del mismo.
Uno de los edificios más míticos de Buenos Aires es el Barolo. Enclavado en un lugar central de la vida política del país, la avenida de Mayo, también fue testigo de los principales acontecimientos.
En un breve recorrido, una tarde de fin de febrero, pudimos pasear por la obra magna del Dante. El arquitecto milanés Mario Palanti, admirador de la "Divina comedia", pensó la construcción como la obra de su vida y tanto es ello que lo diseñó como un "Danteum", el sueño de la madre del poeta que cuando embarazada, imaginó que daba a luz bajo un gran laurel junto a un manantial de agua clara. La construcción sigue alegóricamente el ordenamiento de la obra máxima que marca el inicio del Renacimiento, con sus tres partes: Infierno, Purgatorio y Cielo. El faro simboliza al Empíreo, la referencia más elevada del Cielo, la luz divina que es Dios, lugar de reunión de las almas bienaventuradas.
El poeta plantea su magna realización como una empresa de salvación en la cual él es protagonista. Pero, no obstante ello, el recorrido que propone es aplicable a cualquier mortal. Esa es la virtud que hace universal a la "Divina Comedia" con una vigencia sin límites de tiempo ni de espacio y por ello, siempre vital.
Es notable que la universalidad no se logra colocándose fuera de las circunstancias de tiempo y lugar. Logra su presencia mundanal siendo un hombre de su pueblo y de su época.
La universalidad no es el producto de la decoloración de lo que es propio de cada uno, sino en el resultado de hallar, en esas características singulares, lo que pertenece a la esencia del hombre.
Recogió, en su extensa obra, y tradujo en clave universal, las inquietudes propias de sus contemporáneos, en las cuales él mismo estaba, como las referidas a la política local, a las vicisitudes del imperio y a las de la Iglesia.
El Infierno, la parte que ahora nos ocupa, estaba construido por una serie de círculos que se hunden cada vez más y por esa vía se aproximan al mismo Satanás. Cuando mayor el pecado, más profundo era el círculo en el que se ubicaba a esos infractores y, por lo tanto, peor el castigo. En el último, lacerados por las garfas del temible Señor de las Tinieblas, se sacrificaban a los grandes traidores: Cayo Casio y Marco Junio Bruto, que traicionaron a César; Judas Iscariote, que lo hizo con Jesús.; Benedict Arnold que intentó entregar West Point a los ingleses. Apenas un círculo por encima de lo más profundo y en un lugar mucho peor aún que el correspondiente a los uxoricidas, los criminales, los heréticos, los ladrones, el Dante sitúa el infierno de los corruptos. En ese lugar tan sombrío situaba a la corrupción, sin dudas el pecado de extrema gravedad.
Nuestro autor los referencia en una corriente de brea que arrastra otras tantas cochambres de variada especie. En ese lodazal perverso, los corruptos se mueven frenéticamente, con insólita actividad: hacia un lado y hacia el otro, hacia arriba y hacia abajo, procurando escapar al castigo de los demonios.
Su acertada visión implica todo lo que sabemos hasta hoy de los corruptos y hasta algo de lo que nos imaginamos.
Por un lado, actividad; los comprados no se detienen ni por un instante de actuar o elucubrar.
Por el otro, se mueven en las sombras y al amparo del disimulo. Para ello, la brea es ideal ya que cubre todo y no deja ver lo que están haciendo; para ellos el ocultamiento es esencial. El medio en el que se desempeñan, esa resina, es untuosa, glutinosa y pestilente. Ese alquitrán hace que sean "revolca'os en un merengue y todos manosea'os".
En el pasaje central del Barolo están las nueve bóvedas de acceso que representan al infierno con sus inscripciones en latín. En la construcción ese Infierno tiene dos subsuelos.
También están los castigos. El "florentino" los imaginó como demonios con enormes garras que clavan en el cuerpo de los corruptos que, pese a las maniobras y denuedo, tratan de evadir. Luego los despedazan con distintos instrumentos de tortura, haciendo caso omiso a los lacerantes gritos de piedad. Pero las partes a poco de andar, se vuelven a reunir y el proceso se reinicia eternamente. En su cerrada obstinación contra el mal, a los más corruptos se los arrastra por un curso de zopisa hasta una inmensidad de hielo eterno con ráfagas de viento que en su mayor fuerza, fragmenta los cuerpos ateridos hasta que saltan en pedazos, pero otra vez esos fragmentos se recomponen para iterar el proceso de castigo mordaz una y otra oportunidad.
Pasando de lo privado del Barolo a lo público de la Argentina, del relato del Dante al relato de la Argentina, la cuestión sería por el castigo que deberíamos reclamar para los eternos navegantes de esas aguas procelosas.
Es bastante claro que los que sobornan, los que exigen comisiones para cerrar un proceso licitatorio, los que usan lo público para su vida privada, los que evaden impuestos, los que sugieren los subterfugios para no tributar, los que direccionan las obras públicas para favorecer a los amigos que no es más que a ellos mismos, entre algunas de las prácticas más conocidas, ingresan sin miramientos en esas profundidades dantescas.
La cuestión es sobre el castigo que deberíamos reclamar a todos aquellos operadores que justifican omisiones en alguna formalidad secundaria, como se solía decir: a los que hacen la vista gorda. Concretamente, como órgano constitucional competente, nos referimos a los jueces que con actitudes ensimismadas prolongan los procesos con trámites exasperantes y luego de años, la causa prescribe o no tiene sentido la aplicación de una pena, tal como ocurrió con un ex presidente vinculado a un aberrante delito, que luego de 23 años se debió reconocer que por incumplimiento del "plazo razonable" se lo debía absolver.
En algunos casos, el trabajo es tan prolijo que hasta logran extinguir de la memoria colectiva la ocurrencia de oscuros hechos que son otra de las causas del deterioro que padecemos.
La perfección de la obra de "Il Sommo Poeta", fue tal que se preveía el destino de esos seres; la encontramos en la parte del ingreso al propio Infierno. La teología medieval, en este sentido era bifronte; el Paraíso o el Infierno. A este último, tan temido, se llegaba en forma directa o luego de discurrir por el Purgatorio, donde las penurias no eran pocas. Describe, en ese espacio neblinoso y sin tiempo, una gran cantidad de ánimas que deambulan buscando un destino concreto; se aproximan a la admisión pero no la traspasan y se alejan apenas, para volver a merodear por la entrada. El rostro de los mendicantes aparece desencajado.
El Dante, en este pasaje, es guiado por el poeta latino Virgilio, que mora en el Infierno por seguir la religión pagana. El hecho fue magistralmente captado por el pintor francés William-Adolphe Bouguereau con la escena de Gianni Schicchi, el que tomó la identidad de un fallecido para quedarse con su herencia, y Capocchio, un hereje italiano que practicaba la alquimia. A ese lugar sin destino van las almas de los que nunca tomaron posición en circunstancias que debían hacerlo, los indolentes, aquellos que trascurrieron sin honor, los de carácter pusilánime y que por ello no asumieron cometidos, ni para sí mismos ni para los demás, los avaros de sentimiento que no son merecedores del Paraíso pero que tampoco son aceptados en el Averno.
En ese lugar tan despreciable, seguro que no habitará Antonio Di Pietro, el fiscal que a partir del video que mostraba a un hombre de negocios entregando una valija con 7 millones de liras de coimas a un ministro socialista de Bettino Craxi, inicia el famoso proceso llamado "Mani pulite". Cuando tuvo que expresar sus alegatos, los inició con párrafos del Dante. Con firmeza y cumpliendo su juramento, llevó adelante un proceso anticorrupción que arrastró a la gran mayoría de la clase política italiana, esa misma que había sido exitosa en sacar a Italia de la postración en que la había dejado la guerra hasta convertirla en una de las primeras economías de Europa. El germen de la corrupción, en algunos casos no combatido por el beneficio del crecimiento, llegó al punto de ser insoportable para el pueblo itálico. Ninguna empresa podía pensarse sin la concurrencia de "un retorno".
En nuestro caso, estamos en el punto de ser también imposible de convivir con la corruptela, que todo lo orada y nos lleva a caminar en círculos que por su propia dinámica, no nos dejan ni siquiera el mínimo resquicio para pensar en una Nación con todas y todos.
En ese lodazal perverso, los corruptos se mueven frenéticamente, con insólita actividad: hacia un lado y hacia el otro, hacia arriba y hacia abajo, procurando escapar al castigo de los demonios.
Se mueven en las sombras y al amparo del disimulo. Para ello, la brea es ideal ya que cubre todo y no deja ver lo que están haciendo; para ellos el ocultamiento es esencial. Esa resina, es untuosa, glutinosa y pestilente.