"La educación no cambia al mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo". Paulo Freire
"La educación no cambia al mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo". Paulo Freire
La manifestación estudiantil del martes 23 de abril fue mucho más que una manifestación y mucho más abarcadora como para limitarla solamente el estudiantado. Fue un mensaje contundente y clarificador que dejó expuesto en una clara demostración prudente -pero efectiva- de que hay pilares en la sociedad argentina que no deben socavarse. Cuando expreso que fue mucho más que una manifestación, quiero dejar en claro que no solamente fue una foto cabal del poder y de la fuerza de la juventud, demostrando una vez más que forma parte del ADN de ser joven; es entusiasmo y creatividad, es empuje y convicción pura.
Y cuando digo que no hay que limitarlo solamente a los jóvenes que se manifestaron, es porque las miles y miles de imágenes que poblaron los celulares y los portales, los diarios y la televisión, demostraron que junto a ellos, estaban sus padres, profesores, hermanos, familiares y una gran porción de profesionales que supieron pasar por las aulas de educación superior y mostrándolo con orgullo en un cartel o en una satisfecha sonrisa. Gente común, de a pie, portando las banderas de la educación pública, gratuita y laica. Hubo banderas de las otras, a decir, de la CGT, la "Izquierda", Madres, UCR, Frente de Todos, y otras organizaciones, haciendo lo que saben hacer: política; pero son esas banderas las que molestan al gobierno de Javier Milei y que les encanta evidenciar para defenestrar y presentarlas de forma acusatoria y sarcástica intentando mover el foco de atención para llevar agua para su molino y memes para su séquito de tuiteros.
Pero con el paso de tiempo, la historia seguramente va a contar y a mostrar la centena de miles que se movilizaron para la defensa de una de las columnas que hicieron grande a la educación y que hizo que la Argentina se diferenciara por la excelencia de sus claustros, del nivel formativo y la calidad de profesionales reconocidos a nivel mundial de la gran Latinoamérica.
Para Domingo Faustino Sarmiento la educación popular fue uno de sus objetivos y de sus logros, causa con la que se comprometió. Si bien ambos liberales, el sanjuanino terminó diferenciándose de su amigo-enemigo Bartolomé Mitre en la forma de pensar el Estado y la educación. Mitre pensaba que la educación superior debía estar dirigida solamente a las élites criollas; sin embargo, para Sarmiento la educación era elemental para toda la población. El sanjuanino labró una famosa frase, "Hay que educar al soberano", queriendo decir con ello que las autoridades del Estado, en pos de la libertad, tenían el deber de educar a la población.
Un paso definitivo y que fundó las bases del sistema educativo argentino fue la Ley N° 1420, promulgada bajo la presidencia de Julio Argentino Roca. Si bien hay que aclarar que se trataba de la educación primaria, Roca, recogiendo el guante de Sarmiento, da el primer paso en lo que sería el rol del estado respecto a la educación, estableciendo el laicismo como medida previa a la universalidad de los individuos independientemente de la religión, y que estableció la educación primaria común, obligatoria y gratuita y que dio al estado el rol fundamental y principal de manejar los destinos del sistema educativo. Eje fundamental de lo que sería la educación en las postrimerías del siglo XX.
Con el nuevo siglo, ya en 1918, durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, acontece la gestación de la llamada "Reforma Universitaria". En junio de 1918, la juventud (cuando no) universitaria de la ciudad de Córdoba da inicio a un reclamo que tuvo adhesiones en toda América, con enorme influencia en todas las universidades argentinas y latinoamericanas. Los estudiantes cordobeses agitaron las banderas reivindicadoras para reformar y renovar las estructuras y las metodologías de estudio.
Comprometerse con la realidad social, que los estudiantes puedan participar libremente en el gobierno universitario y la libre expresión de pensamiento entre otras cosas. Este movimiento reformador tuvo consecuencias positivas y que fueron base de la educación universitaria moderna, gracias al movimiento reformador, se pudo posibilitar la renovación de los programas de estudio, a un mayor número de estudiantes y achico la brecha entre las universidades y los problemas reales del país. Demostrando, una vez más, la fuerza y la convicción de los jóvenes cuando sienten que la realidad propia y la de un país está en juego.
Otro gran paso, que completa el virtuosismo de la educación superior argentina es el que se dio durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, en 1949, cuando se firmó el decreto N° 29337 que establecía la gratuidad de la educación universitaria. Perón decía respecto al decreto: "El Estado debe prestar todo su apoyo a los jóvenes estudiantes que aspiren a contribuir al bienestar y prosperidad de la Nación suprimiendo todo obstáculo que les impida o trabe el cumplimiento de tan notable como legítima vocación".
Este decreto clarificaría el camino hacia la igualdad y la transversalidad de la educación argentina, donde los hijos de cuentapropistas, hijos de obreros y gran parte de la población que se encontraba fuera de las posibilidades de tener una educación superior, tuvieran el acceso y la oportunidad de una movilidad social ascendente. Fue un decreto que igualaba, que abría las puertas y conformaba un ser social a través del capital cultural.
La historia está ahí. Los logros también. La marcha no deja de ser una muestra de la madurez que le da al sistema educativo su centenaria lucha de derechos constitutivos. Hacer oídos sordos y beberse simbólicamente -haciendo gala de una exasperante soberbia descalificadora- una taza con la frase "Lágrimas de Zurdos", indica que se terminan subestimando todos y cada uno de los orígenes del porqué se marchaba.
Eso significa, ante todo, desconocer la lucha de sus pares liberales del siglo XIX; ignorar el gen nacional; enceguecerse ante la identidad arrolladora de la clase media; cagarse en la fuerza arrolladora del sector que produce los cambios sociales. Es un tremendo acto de idiotez desestimar a quienes, al menos el 50 % de los manifestantes, le dieron el voto. Es, simplemente, falta de sabiduría. O, ni más ni menos, no querer aprender. Así venimos. ¿Hacia dónde vamos?