I
I
No voté a Javier Milei, pero admito la legitimidad de su investidura. También admito que, como millones de argentinos, su victoria electoral me sorprendió. Como se dice en estos tiempos: no la vi venir, sorpresa que no me fastidia porque no está mal que la realidad contradiga juicios y prejuicios. Tampoco la vieron venir peronistas y antiperonistas, empezando por Sergio Massa y siguiendo por Patricia Bullrich. Milei nos podrá gustar o disgustar, pero lo que importa preguntarse es por qué un candidato que en el más suave de los casos merece ser calificado de exótico, ganó las elecciones en un país donde parecía que la grieta alineaba a las grandes mayorías. Para que ese acontecimiento haya tenido lugar, es porque existieron condiciones sociales favorables a su candidatura, pero por sobre todas las cosas hay que admitir que Milei fue un candidato que por formación política, intuición y fortuna (Maquiavelo), supo captar la singularidad de un momento histórico. O el momento histórico sintonizó con su personalidad. El futuro dirá de los alcances de este acontecimiento. Todas las predicciones son posibles y al mismo tiempo inciertas. Puede que estemos en los umbrales de un nuevo tiempo histórico como puede que se cumpla el vaticinio de Bullrich durante la campaña electoral: "Los peronistas quieren que gane Milei, porque saben que de ser así en seis meses regresan a la Casa Rosada". Entre estos dos extremos pueden ocurrir muchas cosas, porque si bien la realidad no es tan maravillosa como postulaba Jorge Luis Borges, suele ser inesperada y, sobre todo, se complace por contradecir nuestros deseos.
II
Milei es el producto de diversas circunstancias, pero pecaría de relativista si desconociera la gravitación del peronismo en su carrera hacia el poder. Es de público conocimiento que Sergio Massa, el clásico muchacho rana de la viveza criolla, lo favoreció con diversos recursos con el objetivo de dividir el voto antiperonista. Desde el doctor Frankenstein en adelante, se sabe que quien inventa "monstruos", corre el riesgo de ser devorado por ellos. Pero Milei no llegó a la presidencia de la nación gracias a la frustrante picardía de Sergio, llegó por sobre todas las cosas porque el gobierno peronista hizo lo posible y lo imposible para que así fuera. Sin Alberto, sin Sergio y sin Cristina, Milei continuaría peregrinando por los paneles de televisión predicando las bienaventuranzas de Friedrich Hayek y Murray Rothbard. El futuro nos dirá si Milei será el sepulturero del peronismo o apenas una excusa para que el peronismo retorne al poder con renovados bríos, incluyendo las mismas mañas y las mismas felonías.
III
Milei reivindica a la Generación del 37 y a la del 80. Estoy tentado a coincidir en esa apología, pero no sé si por las mismas razones. Julio Argentino Roca siempre me pareció un político sagaz, con un proyecto de nación que forjó como experiencia y saber. El Roca apropiador de tierras me gusta menos y tampoco me resulta simpático el político que se opuso con tenacidad de patricio a la Ley Sáenz Peña, es decir a la ley que abrió las puertas a la democratización política. Roca fue un guerrero valiente y un político que marcó con su genio y su astucia un período histórico clave. Pero fue también corrupto, y en sus últimos años, bastante reaccionario. Nada personal contra Roca y Carlos Pellegrini, pero a la hora de levantar bustos y rendir honores sinceros, me quedo con Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento. De todos modos, prefiero debatir con Milei las virtudes y defectos de la Generación del 37 y la del 80, que enredarme en refriegas verbales con Axel Kicillof alrededor de las virtudes de Juan Manuel de Rosas, las degollinas de la Mazorca o los negociados de tierras con sus socios los Anchorena.
IV
De Milei quisiera saber qué relato de la Generación del 80 prefiere: el liberal, laico y progresista, o el conservador, oligárquico y fraudulento. ¿Prefiere a los que abrieron las fronteras a la inmigración o a los que sancionaron la Ley 4144 de Residencia que derogaría Arturo Frondizi medio siglo después? ¿Prefiere a los que fundaron el estado nacional o a los "niños irresponsables" del default de los años noventa? Pregunto, porque según sus propias palabras la decadencia argentina se inició en 1916, con la llegada de Hipólito Yrigoyen a la presidencia gracias a la Ley Sáenz Peña. Si esto es así, la democratización política para Milei sería la responsable de nuestras desgracias, una opinión compartida por los reaccionarios de la Liga Patriótica y los golpistas del 6 de septiembre de 1930, para quienes la causa de todos nuestros pesares y calamidades fue el sufragio universal.
V
Convengamos que en el primer cuarto del siglo XXI empecinarse en buscar como referencia o inspiración histórica a los protagonistas del último cuarto del siglo XIX, habilita la imputación de anacrónico o, como dijera Pablo Gerchunoff, reaccionario. Milei de todos modos se ha ocupado de buscar anclajes políticos más reales y cercanos. Ese anclaje se llama Menem y el menemismo. En ese espacio, en esa experiencia, Milei parece estar cómodo. No sé si la misma sensación de plenitud lo alcanzaría a Carlos Menem, de quien sospecho que ni en sus sueños más tropicales hubiera imaginado que un liberal libertario considerara a la lúdica Comadreja de Anillaco una referencia rayana con la perfección. El entusiasmo de Milei por Menem puede resultarnos algo insólito y extravagante, sobre todo cuando registramos que en su flamante gobierno hay más apellidos Menem que los que hubo en la década del noventa. Digamos que a veces la historia se complace en permitirle una modesta revancha a quienes, como en el caso de Menem, inició el siglo XXI detenido en la residencia de su amigo Armando Gostanián, y en sus últimos años tuvo que aferrarse a una banca del Senado para evitar ir a la cárcel, advirtiendo al respecto que ese gambito atorrante fue posible porque contó con la colaboración algo vergonzante, pero no por ello eficaz, de las principales espadas del kirchnerismo, caballeros diestros en la faena de impedir que sus jefes corruptos paguen por sus fechorías.
VI
Por esas sorprendentes peripecias de la política, en estas elecciones los cuatro candidatos más votados -excluimos a la camarada trotskista Myriam Bregman, ocupada en el melancólico emprendimiento de la revolución permanente- no disimulaban sus simpatías por la proeza menemista de los años noventa. Que Milei, Massa, Bullrich y Juan Schiaretti me lo desmientan. Pero si nos permitimos prescindir de los avatares de la nostalgia, importa preguntarse cuántas concesiones Milei se permitirá hacerle a la realidad y a los rigores de la política. Para nuestro sosiego, ahora tenemos motivos para creer que el presidente no elaborará su rutina política ajustándose a las preceptivas de Hayek y Rothbard, por la sencilla razón de que la áspera y belicosa realidad política se resiste a ser encerrada en las páginas de un libro. Como todo político que se precie de tal, Milei deberá recurrir más a sus intuiciones, a sus inspiraciones y a su talento para improvisar. No hay otra manera de hacer política, de gobernar y de adquirir (perdón señor Milei) la condición de estadista.