Sábado 14.10.2023
/Última actualización 13:15
No conozco de música, pero puedo disfrutarla. Siempre me atrajeron los instrumentos musicales como piezas complejas nacidas de la inteligencia y la sensibilidad humanas. Su materialidad, su mecánica, su sonoridad. No sé de música, pero me producen placer quienes son capaces de crearla, y los objetos que usan para producirla. Me gustan las emociones que son capaces de suscitar, su composición física, sus mecanismos generadores de sonidos, sus diseños, el arte de sus formas y la magia de su instrumentación.
De a poco, las Provincias Unidas, acostumbradas a escuchar en el siglo XIX los predominantes sonidos de las armas en guerra, empezaron a educar los oídos de sus gentes en las armonías de la música. Maestros e instrumentos europeos sirvieron de cauce melódico. Así llegaron pianos a ciertas casas y órganos a algunas iglesias, ambos provistos de teclados que, en el primer caso movilizan cuerdas y, en el segundo, insuflan aire en tuberías que tienen distintos rangos, timbres, tonos y volúmenes.
El Museo Histórico Provincial Estanislao López posee un pianoforte que perteneció al coronel Rafael Riesco, combatiente junto a Manuel Belgrano en el Ejército que hizo la Campaña del Norte contra las huestes españolas (1813) y, más adelante, colaboró como escribiente de Manuel "Quebracho" López, dos veces gobernador de la provincia de Córdoba (la primera, en 1835/40) y aliado de Juan Manuel de Rosas. Su pianoforte, que pervivía en una estancia serrana de esa provincia, fue donado al Museo local por la señora Mercedes de Lezama en 1944. Y aquí permanece.
Fue fabricado en Hamburgo, Alemania, hacia 1850, en los talleres de la reconocida empresa M. F. Rachals. Su estructura de madera está enchapada en fina caoba y se apoya en cuatro patas con ruedas para facilitar su desplazamiento. Sus cuerdas están dispuestas de manera horizontal y la eficiencia de su dispositivo musical no descuida las formas externas. Así, la tapa que cubre el cordaje interior es de madera calada y el pedal tiene forma de lira.
A solo una cuadra del Museo, en el coro alto de la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros, hay otro gran instrumento musical, con el agregado de que es una pieza única en el país. Me refiero al órgano construido por Arístides Cavaillé-Coll, uno de los principales fabricantes de órganos de Francia y el mundo en el siglo XIX, un artista que logró conjugar sus innovaciones mecánicas de base científica con la belleza de las formas y los sonidos.
Cavaillé-Coll, nacido en la histórica ciudad de Montpellier en una familia de fabricantes de órganos, era hijo de padre francés y madre catalana, y, en 1841, tuvo la oportunidad de intervenir en la creación de un instrumento excepcional, de grandes dimensiones, nada menos que en la basílica de Saint-Denis, panteón de los reyes de Francia, y primer edificio religioso en el que, bajo el impulso del abad Suger (1082 – 1152), se aplicaron los conceptos fundantes del estilo gótico.
En esta obra de mediados del siglo XIX, que modernizaba una tradición organera de varios siglos, con mucha experimentación de prueba y error, se empleó por primera vez la "leva Barker", un mecanismo innovador creado por el organero inglés Charles Spackman Barker (1804-1879), cuando aún no estaba patentado. Ese dispositivo, que destrabó una complicación difícil de solucionar, utilizaba, según expresión de los técnicos, la misma presión del aire que alimentaba a los tubos, para favorecer el accionamiento de las teclas.
Pero antes de llegar a este punto, Arístides había recorrido desde los 16 años un largo camino de desarrollo científico con las enseñanzas de eminentes arquitectos, técnicos, matemáticos y físicos, a las que cabe sumar el apoyo institucional brindado a la familia por Adolphe Thiers (miembro de la Academia Francesa y ministro del Interior durante el reinado de Luis Felipe I), para que establecieran su fábrica en París.
A los efectos prácticos, además de la instalación fabril en París, los Cavaillé-Coll armaron un taller en la base de la torre de la basílica, donde se realizaron los trabajos esenciales del órgano. Allí, el maestro carpintero André Bouxin y el organero Antoine Sauvage, empleando una herramienta desarrollada por Arístides, construyeron los catorce aerogeneradores y los tubos de madera de un órgano al que no le faltaron los ropajes ornamentales de numerosas tallas de ángeles en su neogótica estructura arquitectónica.
Entre los muchos estímulos recibidos por Arístides en su marcha de aprendizajes y perfeccionamiento, se debe señalar el prodigado por Charles Mallet, inspector regional de Caminos y Puentes, quien será el que presente ante la "Real Academia de Ciencias, Inscripciones y Bellas Letras de Touluse", la sierra circular diseñada por el joven.
Esa importante modernización de la herramienta fue reconocida por la Academia como una innovación técnica nunca antes patentada, lo que le permitió a Cavaillé avanzar hacia una carrera independiente, además de abrirle las puertas de otras instituciones científicas. De acuerdo con los entendidos, la herramienta en cuestión, por su preciso corte de maderas a menudo exóticas y caras, a la vez que indispensables para la construcción de mecanismos de precisión en esta clase de instrumentos musicales, representó un gran salto adelante en la carrera del luthier.
Según Michal Szostak, el segundo fruto importante de la creatividad de Arístides, con la colaboración de su padre y su hermano, fue el teclado aerofónico con sus variantes dinámicas, dispositivo clave para el logro de un nuevo instrumento musical: el órgano expresivo, precedente de la creación de sus órganos sinfónicos (pueden reproducir sonidos propios de otros instrumentos), que le dieron alas a la música y merecieron la calurosa aprobación del gran compositor italiano Gioachino Rossini.
Luego de la intervención en Saint-Denis (o San Dionisio), la construcción de órganos se extendió a otras relevantes iglesias de la capital gala, e, incluso, a la cripta de la Sagrada Familia en Barcelona, sitio en el que descansan los restos de Antoni Gaudí, otro artista único.
Se sabe que unos veinte órganos arribaron a la Argentina (la mayoría con destino a la ciudad y la provincia de Buenos Aires), pero de ellos sólo uno se considera fabricado por Arístides. Es el elaborado en 1886 y corresponde al Opus 589 de esa fábrica, instrumento que desde 1909 se encuentra instalado en el coro alto de la iglesia jesuítica de Santa Fe. No es un órgano grande, pero es (o era) un gran órgano.
El luthier murió en 1899, y fue sucedido por Charles Mutin, quien conservó el nombre de la fábrica, aunque los órganos y sus sonoridades se fueron alejando de la línea trazada por Arístides hasta desaparecer en la Segunda Guerra Mundial. Por eso, los expertos trazan una línea divisoria entre los producidos antes y después del fallecimiento del irrepetible creador de órganos.
El acercarme a su historia me hizo valorar el privilegio, desaprovechado por ignorancia, de haber escuchado durante mis siete años de estudios en el Colegio de la Inmaculada Concepción, los sonidos de este órgano que, en su llegada a nuestro país, primero estuvo en la iglesia del Salvador, en Buenos Aires, también de la Compañía de Jesús. De similar matriz, sólo hay otros dos instrumentos en el mundo, uno en Francia y otro en Brasil. Y, aunque algunos tubos originales han sido reemplazados, es bueno que sepamos lo que esta pieza representa para Santa Fe.