Gustavo Vittori
Gustavo Vittori
Las plazas son a las ciudades, lo que los patios a las casas familiares. Pueden variar las dimensiones, el contorno arquitectónico, el diseño del espacio recreativo; pueden ser secas o ajardinadas, pueden tener árboles o carecer de ellos, lucir fuentes y esculturas, o sólo el verde de la vegetación y la geometría de los senderos, pero su valor urbanístico y social es indiscutible.
Las plazas son a las ciudades, lo que los patios a las casas familiares. Pueden variar las dimensiones, el contorno arquitectónico, el diseño del espacio recreativo; pueden ser secas o ajardinadas, pueden tener árboles o carecer de ellos, lucir fuentes y esculturas, o sólo el verde de la vegetación y la geometría de los senderos, pero su valor urbanístico y social es indiscutible.
En la América hispana y, en particular, en la Argentina, el modelo predominante fue la plaza de una manzana cuadrada, proveniente de la etapa colonial. Esa superficie suele ampliarse en las ciudades surgidas en la segunda mitad del siglo XIX.
Desde antiguo, la plaza ha sido el centro simbólico del poder, el lugar de los diálogos institucionales; primero, de los poderes civiles y religiosos; luego, la caja de resonancia de los latidos de una comunidad, tanto a la hora de los festejos como de las puniciones.
En el siglo XVI, en medio de la plaza se levantaba el rollo o picota, representativo del poder del rey, sitio en el que se aplicaban las penas decididas por los jueces en su nombre, incluida la muerte (que era un espectáculo público). Pero también era el lugar de los festejos populares, incluidas las celebraciones del santo patrono, con juego de cañas, carreras de sortija y corridas de toros, oportunidades en que el espacio se cercaba con carretas y otros elementos útiles para ese propósito.
El antecedente remoto de nuestra retícula urbana, es el campamento militar griego, luego trasfundido a Roma. A su vez, el "castrum" (castro) romano arribará a Hispania con sus ejércitos de conquista. El diseño arraigará con vigor y se trasladará a América con las mesnadas españolas.
Cabe recordar que, en los primeros días de enero de 1492, año en el que la expedición marítima de Cristóbal Colón llegará a las islas del Caribe (que él confundirá con tierras de Asia), Boabdil, el último sultán nazarí de Granada rendía su maravillosa ciudad ante los Reyes Católicos. Pues bien, durante el largo asedio previo, los ejércitos de Isabel y Fernando, se habían resguardado en un castro cercano: Santa Fe de Granada. Este pequeño pueblo de Andalucía, conserva hoy la planta militar cuadrada que le diera origen, protegida por murallas, con cuatro puertas a los puntos cardinales, dos calles principales que dividen el cuadrado en cruz y una plaza de armas, en la que se convocaba a los guerreros antes de cada acción.
Los cascos históricos de la arqueológica Santa Fe la Vieja y la actual Santa Fe de la Veracruz, repiten ese esquema. Manifiesta Luis María Calvo que el mandamiento de Suárez de Toledo define claramente las diversas facultades que otorga a Garay, y que su análisis revela algunas cuestiones previstas de antemano para el acto fundacional, entre ellas, la edificación de iglesia y casa fuerte, lo que revela "el interés por atender dos aspectos de la población: su asistencia espiritual y seguridad."
La referencia alumbra un cambio significativo respecto del "castrum" romano. En aquél, la casa fuerte o comandancia, se erigía en el cruce de las dos calles principales: el "cardum" o cardo, longitudinal, de sur a norte; y el "decumanus" o decumano, transversal, de este a oeste. Tanto en la primigenia Santa Fe, como en su continuidad en la actual, en ese punto de intersección, que dividía en cuatro cuarteles la planta urbana, se habrá de erigir la iglesia Matriz, evocación simbólica de la cruz de Cristo en el cristianizado espacio de antiguo formato romano.
La picota, representación de la jurisdicción real permanecía entre tanto en el centro de la plaza, y en el lado opuesto al centro religioso, se levantaba el edificio del Cabildo, donde cumplían funciones públicas los administradores del municipio y del servicio de justicia, en suma, los representantes de la corona en el espacio lejano. En el lado este se alzaban la iglesia, y la casa y colegio de los jesuitas, el primero de la actual Argentina (1610) e insoslayable nota educativa. De modo que los poderes temporal y espiritual dialogaban a través de la plaza, el espacio que irá transformándose al compás de los cambios políticos, culturales e institucionales, primero con epicentro en España, y luego en el Río de la Plata.
En los tiempos modernos, el ritmo de los cambios se ha acentuado. La antigua Plaza Mayor o de Armas, de los siglos primeros, dio paso, en el siglo XX, a una plaza recreativa, de encuentro social, de conciertos musicales en su desaparecida Caja Armónica, de celebraciones históricas y religiosas, mitines partidarios, protestas sociales, reclamos laborales, furores políticos y, en los últimos tiempos, manifestaciones de grupos que se sienten discriminados por su género o sus preferencias sexuales. En verdad, en el salón urbano a cielo abierto que alguna vez fue, hoy resuenan con frecuencia las voces de protesta de un país fisurado. Sólo en los bares de sus contornos pervive la sociabilidad tranquila de otra época, mientras en los edificios institucionales, el gobierno y la Justicia prosiguen su trabajo con crecientes cuestionamientos en esta hora de transformaciones y desasosiego.
En su secular trayectoria, la actual Plaza 25 de Mayo, que empezó como un peladar en el siglo XVII, ha mutado nombres y diseños, pero el espacio público permanece como un pulmón urbano y un lugar cargado de historia, a partir del cual se organizó la ciudad en ciernes con sus primeros cuatro barrios (los cuatro cuarteles divididos por la cruz originaria).
En 1816, en sintonía con la declaración del Congreso de Tucumán, había pasado a llamarse Plaza de la Independencia. Y con motivo del Congreso General Constituyente de 1853, se produjo un cambio de nomenclatura de mayor alcance. El tejido urbano en torno al gran espacio público se pobló de nombres evocadores de los grandes hitos políticos, institucionales y bélicos que amojonaron el camino de la Organización Nacional. La antigua plaza recibió entonces el nombre de Plaza del Congreso, en tanto que el otro espacio de este tipo, ubicado al noroeste, en una urbe de 6.000 habitantes y escasa de lugares públicos recreativos, fue denominado Plaza de la Libertad (hoy, San Martín), sitio urbanizado donde antes hubo una laguna.
Pocos años después, en el noreste de la traza, próximo al puerto que funcionaba en la curva del río Santa Fe (actual avenida 27 de Febrero) a la altura de la calle La Rioja, en la zona de la vieja Plaza de las Carretas, comenzaba a formarse el playón logístico de apoyo portuario que ocupaba dos manzanas cuadradas y que, en 1868, recibirá el nombre de Plaza del Progreso (hoy, España), denominación concordante con el programa político y económico del país recién constituido.