Nos escribe Fernando (48 años, Bolívar): "Hola Luciano, te escribo porque tenemos un tema en casa con nuestra hija adolescente. El otro día salió y no nos contó dónde pasó la noche. Mejor dicho, nos mintió. Porque yo llamé a la casa de la amiga donde ella dijo que estaba y resulta que no se habían visto. Al ver la hora, me asusté y llamé. Al final estaba con un chico. No es que yo sea un padre controlador, pero la verdad es que me preocupó muchísimo la situación. Te juro que si nos hubiera avisado que tenía una cita, no le hubiéramos dicho que no ni se lo hubiésemos prohibido. ¿Por qué nos mintió? Lo más desesperante es que ni ella sabe por qué lo hizo. ¿Vos nos podés ayudar a entender esta situación?".
Querido Fernando, muchísimas gracias por tu mensaje, que es la ocasión de volver a los intercambios sobre adolescentes –que resurgieron con bastante énfasis en el último tiempo de esta columna. Por un lado, es interesante lo que decís en último término, que ni ella sabe por qué lo hizo. Estoy seguro de que, en esto, no miente. Es que la adolescencia tiene mucho de actuación como forma de comunicación. Y cuando digo "actuación" me refiero a un modo de llevar a la acción ciertas motivaciones que no pueden ser pensadas ni elaboradas de manera independiente.
También estoy seguro de que sos sincero cuando afirmás que no le habrías prohibido tener esa cita. No obstante, es una idea de sentido común creer que los jóvenes transgreden como desafío ante las normas. En estas líneas quisiera desarrollar más bien la idea contraria: es la transgresión la que funda la norma. En lo que sigue me explicaré mejor.
Decimos que "mintió". Tal vez no dijo la verdad o, mejor dicho, no quiso que los padres sepan algo que se vinculaba con su vida como mujer en desarrollo antes que como hija. ¿Hasta dónde pueden los padres acompañar y en qué punto una hija debe dar un paso por sí misma? Como siempre digo, en la adolescencia la crianza ya cumplió su ciclo y si en la infancia no supimos enseñarle a un niño a que se cuide, en la adolescencia ya no podremos más que tratar de limitar que sea capaz de hacer su propia experiencia.
Por lo que me contás, creo que sería bueno que ustedes consideren si, en efecto, más allá de lo que no sabían, ella corrió un riesgo o no. Porque, de lo contrario, estaríamos haciendo equivaler lo riesgoso y que ustedes no sepan. Y son dos cosas distintas.
Por otro lado, como buena actuación, creo que su hija también se encargó de que ustedes se enterasen de modo diferido; es decir, cuando ya pasó el asunto. Por supuesto que esto también escapa a su motivación consciente; es como si, por una parte, fuese una niña que ya no quiere pedirle permiso a los padres para ciertas cosas, pero –por la otra– hace las cosas de un modo en que, finalmente, ustedes se enteran. Este, como dije, es todo un modo de comunicación de los adolescentes y, por cierto, no se trata de pensar que algo falló, sino de aprender a ser buenos entendedores, es decir, a veces con menos palabras (sin querer forzar la palabra) se dice mucho más.
Querido Fernando, este es uno de los momentos más complejos de la transición que implica la adolescencia. Sé que no es fácil estar en el lugar del adulto (del padre) en una situación así, pero es a partir de recorrer este difícil movimiento que se juega la real y verdadera autonomía de una hija.
Por último, pienso en lo que decís –de que te asustaste. Seguramente no fue solo por un peligro posible. Me pregunto qué te habrá llamado la atención a esa hora y por qué a esa hora. En este punto, confío en que tu intuición y la pregunta que te puedas hacer van a ser muy útiles para pensar que no todo transcurre tanto en la realidad, sino también en la reformulación del vínculo entre ustedes.
Para concluir, Fernando, me gustaría destacar –también para los demás lectores– la importancia de correrse de la perspectiva moral para pensar ciertas cuestiones. Es más, cuando nos detenemos demasiado en la valoración, detenemos el proceso en curso de pensar qué pudo haber pasado. En los procesos anímicos, no se trata de bueno o malo (bien o mal) sino de qué movimiento evolutivo es el que se realiza y cómo es que podemos colaborar con su desarrollo.
Adolescencia sin fin (*)
En una época obsesionada con la juventud, los límites de la adolescencia comienzan a difuminarse, extendiéndose a edades que antes considerábamos como parte de la adultez o de la madurez. Esta indefinición lleva a una pérdida del rumbo. Si antes la adolescencia representaba un momento de descubrimiento y formación, hoy la juventud parece detenida en inhibiciones y ambigüedades (respecto de la vocación, la identidad sexual, etc). La realidad del sufrimiento se desvanece y hasta el amor pierde su capacidad para conmover.
Portada del libro "Adolescencia sin fin", reciente obra de Luciano Lutereau. Varias de las columnas publicadas en diario El Litoral fueron recopiladas en este trabajo.
Pero… ¿qué consecuencias acarrea esta prolongación? ¿Cómo afecta a la responsabilidad, al trabajo y a las relaciones interpersonales? A partir de las consultas concretas de padres e hijos (jóvenes y no tan jóvenes), en "Adolescencia sin fin" (psicoanálisis para acompañar el crecimiento) se analiza cada caso con el objetivo de restablecer los vínculos familiares y favorecer la comprensión mutua. Los tiempos cambiaron, hoy hay adolescentes de más de 20 y 30 años... ¿Cómo acompañarlos?
Escrito con una prosa perspicaz y sensible, esta obra de Luciano Lutereau nos invita a preguntarnos no solo sobre el crecimiento de los jóvenes, sino también por el propio. Y nos invita a comenzar, de una vez por todas, a vivir una vida plena y auténtica.
(*) Sinopsis de la obra del mismo nombre, editada por Galerna, año 2024.
Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com