Martes 6.12.2022
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El bebé nació bien, y un par de días después ya estaba en casa, tan feliz y tan contento, y tomaba con avidez la teta de su madre. No sé si sus padres lo miraban con sospechas, disimulando temores, pero sí sé que al noveno día vieron que en las manos y en los pies tenía algo que no estaba bien. Les vendrían a la memoria recuerdos de poco antes del parto, al padre; y de poco después del parto, a la madre.
No se trata de levantar rápido el dedo acusador y señalar con hipocresía. Sino que se trata de averiguar primero qué pasó, y por qué, y quién y cómo. Y con esta base, de inmediato buscar soluciones, que suelen ser imaginativas. Esto es lo que hay que hacer, ahora, para marzo.
Nueve días antes del parto, el padre tuvo fiebre y luego una erupción, un sarpullido, un exantema en la piel de gran parte del cuerpo. Este cuadro se resolvió enseguida sin darle más importancia ni recibir más atención. Cuando llegó el momento del parto, el padre ya estaba bien desde hacía varios días.
Por su parte, la madre, cuatro días después del parto, presentó una erupción, un salpullido similar, aunque sin fiebre, que también se resolvió rápido y sin recibir más atención.
Cuando tenía nueve días, al bebé le aparecieron, en las manos y en los pies, unas pocas manchas rojizas que rápidamente evolucionaron y se convirtieron en vesículas, pequeñas ampollas, que luego se hicieron purulentas. No tardarían en aparecerle también en la cara y luego en la barriga.
En el hospital lo miraron con ojos fríos y objetivos, desapasionados porque la pasión, lo visceral, cosa tan argentina, no ayuda casi nunca a entender casi nada, puesto que la sangre que hierve nubla la razón. Le hicieron análisis. Y le diagnosticaron viruela del mono.
Entonces todos miraron al padre, que habría contagiado a la madre, que a su vez habría contagiado al bebé. Error, porque los argumentos para levantar el dedo acusador, como suele pasar, no se basaban en lo objetivo sino en la opinión, en la pasión del momento. Siempre, antes de hacer nada, hay que tener en cuenta que la opinión puede ser diferente de la verdad, incluso contraria.
Más les valía mirar al bebé, porque unos pocos días después comenzó a tener dificultad para alimentarse puesto que tenía tos y dificultad para respirar. Los análisis demostraron que dos virus infectaban a la vez al bebé, el virus de la viruela del mono y un adenovirus.
No se sabe con certeza cuál de los dos virus le causaba al bebé la dificultad para respirar. Un mismo virus puede provocar una enfermedad ligera en el adulto, pero grave en el bebé, y son varios habituales los virus que actúan así.
La situación del bebé empeoró rápidamente, y con quince días de vida quedó internado en el hospital a causa de la dificultad para respirar, que se hacía cada vez más marcada, y más peligrosa. Ese mismo día, pasó a terapia intensiva de pediatría y quedó conectado a un respirador automático.
Sin darse cuenta, o por negligencia, o por no pensar, o por pensar que nunca pasa nada o que esto o aquello no puede pasar, los adultos transmiten virus a los niños. Los bebés y en general los niños pequeños son los más vulnerables, y son entonces a quienes más hay que cuidar.
Por ejemplo, el virus sincitial respiratorio, también conocido como VRS, provoca en los adultos una enfermedad ligera, con tos y mocos, y estornudos, como un resfrío. Pero, en los menores de dos años, la enfermedad que produce es mucho más importante. Más aún, la bronquiolitis que provoca puede ser grave en un bebé. Este virus pasa por Santa Fe todos los años, como también lo hacen los adenovirus.
Son virus de invierno. Pero este año, en los países del otro hemisferio, el virus VRS ya provocaba bronquiolitis a finales del verano y principios del otoño. Es decir, este año, este virus viene antes. Y es fácil que lo transmitan los adultos.
Por lo tanto, es lógico pensar que este virus llegará a Santa Fe a finales del verano o principios del otoño, es decir, en marzo. Siendo así, hay que tomar precauciones, porque si las guardias y las terapias de pediatría están ahora al borde del colapso en el otro hemisferio, igual estarán aquí en Santa Fe, en marzo.
Ahora, con tiempo, hay que pensar y actuar con sentido común. Esperar hasta último momento es un error mil veces cometido. Estamos a tiempo. Es ahora cuando hay que sacudirse la ingenua mentalidad albiceleste, y pensar que la realidad es esta, y no aquella.
El bebé permaneció dos semanas conectado al respirador, y en total un mes en terapia intensiva. Luego se fue a casa y allí está, bien y contento, sin saber la gran lección que a todos nos ha enseñado.
Repensar la pediatría
Mientras eso pasaba en Londres en abril (es decir, en primavera), en Barcelona, en noviembre y diciembre (es decir, en otoño), las terapias intensivas de pediatría continúan llenas, con casi todas las camas ocupadas, en general por bebés con bronquiolitis. Y las guardias de pediatría registran largas esperas a causa del incremento, este año precoz, de las enfermedades respiratorias de la infancia, sobre todo bronquitis y bronquiolitis.
Ya se sabe que todos los años hay un importante aumento en el número de casos de bronquitis y bronquiolitis, que afectan sobre todo a los menores de dos o tres años. Pero este pico respiratorio, en esta temporada, se presenta con más intensidad y lo hace antes de lo habitual. En efecto, este brote de virus respiratorios comenzó con los últimos calores del verano y llega a un punto máximo con los primeros fríos del otoño.
Es probable entonces que, en marzo, las guardias de pediatría de Santa Fe se llenen de pacientes, chicos y bebés, con problemas respiratorios de diversa magnitud. Y es probable que algunos tengan que quedarse internados, incluso graves, sobre todo bebés. Por lo tanto, ahora que hay tiempo, habrá que tomar las debidas previsiones.
Ante esta perspectiva, cabe repensar la pediatría de la ciudad para que pueda responder a la alta demanda que vendrá. Es necesario proteger la guardia de pediatría de hospitales y sanatorios reforzando la atención primaria, porque la mayoría de los casos se pueden resolver bien en el contexto de la atención primaria.
Este concepto de reforzar la atención primaria de pediatría para que en la guardia de pediatría se puedan dedicar sobre todo a los casos más delicados, suele requerir un análisis detallado de los recursos disponibles, humanos y materiales, y tanto públicos como privados. Y luego redistribuirlos según un criterio de eficiencia asistencial. Es decir, se deben prestar más y mejores servicios allá donde más falta haga. Esto, a su vez, suele implicar que los servicios de atención primaria de pediatría, públicos y privados, deben adaptar sus perfiles profesionales, y la infraestructura que tengan, al público al que deben servir. Y no al revés, como suele hoy en día pasar.