"La educación de hoy tiene que tener sentido para quienes aprenden; tiene que despertar (o mantener encendidas) las ganas de aprender. Y, claro está, tienen que lograr que ese aprendizaje se produzca."
Propone Melina Furman: "Imaginen a los niños, niñas y adolescentes de hoy en diez, veinte o treinta años: ¿Qué tipo de adultos les gustaría que fueran? Escriban una lista, lo más larga que puedan, de rasgos o características que desearían que tuvieran (no las que creen que van a tener, sino las que sueñan para ellos). Consérvenla a mano."
Estoy en una plenaria. Algunos colegas entienden que el secundario es cada vez más fácil; que las decisiones ministeriales para aminorar los efectos de la pandemia han sido espasmódicas o estéticas con el fin de que los números cierren con maquillaje y los votos lluevan en las elecciones; que así no se promueve la cultura del esfuerzo; y que estamos dando un certificado de buena salud a un zombi.
Me vuelve a la cabeza un artículo firmado por Tiramonti (UNLP y FLACSO), publicado por La Nación en agosto de este año y que se hace eco de los "bochazos" recibidos por los candidatos a tomar un empleo en la planta de Toyota en Zárate (Buenos Aires) porque -sintéticamente- presentan serias dificultades para leer y comprender textos. Sin rodeos, Tiramonti sentencia: "¿Cómo explicar que chicos que hace trece años que están en la escuela salgan de ella sin saber leer adecuadamente? No encuentro otra explicación que la del simulacro. Tenemos un aparato educativo con una estructura muy importante, que se lleva el 5% del PBI del país para montar un gran simulacro de que se enseña y se aprende. Unos hacen la simulación y otros la certifican. Pareciera una organización delictiva dedicada a la estafa de la sociedad, de los alumnos, de sus padres y los contribuyentes, que son los que aportan el 5% del PBI. Si la escolarización dura 13 años, esta simulación viene de lejos. ¿Cuándo dejamos de enseñar y pasamos a simular?"
A veces, tengo la sensación de que estoy en el capítulo 5 de la temporada 1 de "Los Simuladores": Matías es un chico que cursa la secundaria en una institución muy exigente; está a punto de repetir el año porque se ha llevado siete materias a marzo. Su madre se encuentra muy enferma y no puede recibir malas noticias ya que su estado anímico influye notablemente en el avance o retroceso de su padecimiento. El padre de Matías ha agotado todos los caminos tradicionales para socorrer a su hijo y se encuentra desbordado por la situación; ante esta "misión imposible", decide recurrir a las simulaciones de: Santos, Lamponne, Medina y Ravenna.
Resalto una escena en la que Máximo Cossetti (alias de Ravenna) se hace pasar por inspector del Ministerio de Educación; logra entrar al mismísimo salón donde la profesora de geografía evalúa a Matías y propone (con la autoridad ministerial que "reviste" y el aval del embaucado director del establecimiento) hacer 5 concretas preguntas de "manual" para definir el futuro del alumno examinado: ¡Un error bastará para desaprobar! Cossetti formula empinados interrogantes de este calibre: "Si yo le hablo de las cuencas de Londres y París atravesadas por el río Támesis y Sena… o del Rin atravesando las fronteras germano-polacas: ¿De qué estoy hablando?"; "Según la ONU: ¿A cuánto ascienden las aglomeraciones urbanas en ciudades africanas como Dakar (Senegal), Cairo (Egipto) y Maputo (Mozambique)?"; "¿Cómo se llama el flujo de aire proveniente de Asia Central que surge de la diferencia climática entre la temperatura marítima y continental?". Obviamente, Matías contesta con la soltura de un catedrático porque Los Simuladores lo han entrenado; porque ha memorizado las respuestas y porque actúa con maestría su papel de sabio. El joven repite lo que los adultos quieren oír; reproduce saber fáctico, declarativo o enciclopédico que endulza los oídos de los evaluadores; ostenta datos que olvidará en poco tiempo; su aprendizaje es superficial; sabe menos geografía que cómo reaccionar ante un tribunal examinador. En definitiva, la "fabricación" del éxito escolar.
No quiero ser Máximo Cossetti; ni el gran simulador de la canción de Los Plateros: "Pretending that I'm going well… I play the game… I seem to be what I'm not…".
Releo "Guía para criar hijos curiosos": "Una buena educación implica bastante más que adquirir saberes fragmentados y muchas veces superficiales, tradicionalmente y muchas veces incluidos en los programas escolares. Debe abarcar experiencias de aprendizaje profundo, conectadas con la realidad, que tengan sentido para quienes aprenden, y chances de importar en las vidas que los chicos van a vivir. Y, también, debe ocuparse de aprendizajes que en general se consideraban talentos innatos pero que hoy se sabe que pueden ser fortalecidos desde la educación, como la creatividad, la capacidad de comunicar nuestras vidas o la de la colaborar con otros de maneras productivas."
En la sala docente, un profesor está indignado con una circular ministerial y el pedido -en consonancia- de los directivos de la institución: "Nos piden flexibilidad; que seamos contemplativos porque la pandemia nos atropelló con un camión con acoplado; que veamos la manera de que 'zafen' antes de que 'aprendan'. Me siento como Peter Parker cuando deja que se escape el ladrón que después matará a su tío. ¿Se acuerdan? Hoy, dejo pasar de año a este pibe que no sabe hacer cálculos básicos; o dónde poner una tilde; o comprender consignas básicas; o decir -mínimamente- 'Hello!' en inglés; o diferenciar a Belgrano de San Martín. Hoy, apruebo a un pibe que tuvo un millón de faltas; que no se 'conectó' en la virtualidad ni en la presencialidad. Mañana, me imagino que abro la puerta de un quirófano y que ese chico es el cirujano que me va a operar; o es el enfermero que me va a aplicar la vigésima dosis contra el COVID-19; o es el albañil que va a levantar las paredes de mi casa; o es el policía que tiene que velar por mi seguridad. ¿Qué va a pasar entonces? ¿Voy a salir del hospital con una pierna amputada por error? ¿Me van a poner la antitetánica en lugar de la Sputnik? ¿Se me va a caer la casa en la cabeza? ¿Ese policía va a hacer la vista gorda con los choros como la hice yo con su nota?".
En "Educar distinto", dice Furman: "Solemos desear que los adultos del mañana sean curiosos, creativos y comprometidos; que puedan colaborar con otros, resolver problemas y seguir aprendiendo toda la vida; que sean libres y con pensamiento crítico; que se comprometan con su entorno más cercano y con la sociedad en la que viven; que sean respetuosos con el medio ambiente y sepan cuidarse y cuidar a otros; y que sean felices y puedan disfrutar de sus vidas. Buscamos que sean apasionados, con sueños propios y herramientas para llevarlos adelante como proyecto de vida. Que sean resilientes y puedan sostener el esfuerzo ante la frustración o la adversidad. Empáticos y solidarios. Y que tengan las herramientas y la disposición para hacer frente, junto con otros, a los grandes desafíos globales que les va a presentar un mundo complejo, cambiante y desigual como el que le tocará vivir a toda su generación: desde el cambio climático hasta las pandemias o los retos de la ciudadanía global". Si coincidimos en gran parte con esto, caben las siguientes preguntas: ¿Qué personas estamos formando hoy en nuestros jardines de infantes, escuelas, universidades, centros de formación profesional e instituciones educativas en general? ¿Cuánto de lo que hoy sucede en las aulas contribuye a construir la sociedad que soñamos, y cuánto la limita? Guy Claxton, investigador inglés y gran impulsor de la necesidad de innovar en educación, señala que nadie va a decir "mi compromiso apasionado con la educación es hacer todo lo que esté en mi poder para generar jóvenes que sean apáticos, pasivos, motivados extrínsecamente, dependientes, tímidos, frágiles y crédulos". Sin embargo: ¿Cuántas veces las comunidades educativas promueven esas actitudes disfuncionales a través de su currículum oculto, es decir, a través de lo que no dicen pero hacen?
Para Jackson, la educación es una "empresa moral" que consiste en lograr cambios beneficiosos en los seres humanos, no sólo en cuanto a lo que saben o pueden hacer, sino en su carácter y personalidad; esta perspectiva asocia a la educación con la formación de buenas personas, con las consecuencias que ello acarrea para la sociedad. Si queremos "Educar distinto", Furman reclama: "La educación de hoy tiene que tener sentido para quienes aprenden; tiene que despertar (o mantener encendidas) las ganas de aprender. Y, claro está, tienen que lograr que ese aprendizaje se produzca." La educación tiene que conectar con el proyecto de vida de cada estudiante; hacer que ese proyecto de vida crezca, se transforme y expanda sus límites. Y hacerlo para todos, sin dejar a nadie afuera.
El joven repite lo que los adultos quieren oír; reproduce saber fáctico, declarativo o enciclopédico que endulza los oídos de los evaluadores; ostenta datos que olvidará en poco tiempo; su aprendizaje es superficial... en definitiva, la "fabricación" del éxito escolar.
"La educación de hoy tiene que tener sentido para quienes aprenden; tiene que despertar (o mantener encendidas) las ganas de aprender. Y, claro está, tienen que lograr que ese aprendizaje se produzca."