Domingo 13.3.2022
/Última actualización 12:04
Nos escribe Jorgelina (53 años, Rosario): "Hola Luciano, tuve la oportunidad de ver un video suyo en YouTube y me quedé pensando en algo que dice sobre las personas que se quieren separar y no pueden. ¿Esas son relaciones tóxicas? Con mi pareja estamos juntos desde hace muchos años y sabemos que el amor ya se terminó, lo aceptamos, pero cada vez que quisimos separarnos no pudimos. ¿Cómo se puede explicar? El nuestro, ¿es un vínculo patológico?".
Querida Jorgelina, muchas gracias por tu mensaje, ya que me permite decir algo que es muy simple, pero que a veces olvidamos: no todo lo complicado en una relación tiene que ser visto desde la óptica de la enfermedad. A veces pienso que hoy tenemos una lupa para nuestros vínculos, con la que evaluamos cada uno de los aspectos que nos unen a otro, casi como si fuéramos especialistas y nos olvidamos de lo que implica vivir un conflicto, o bien atravesar un momento de vacilación o incertidumbre.
Temo que detrás de la pregunta por lo sano de una relación a veces se esconde la intolerancia para hacer procesos: queremos la respuesta inmediata, la solución ya, y eso no es tan sencillo. Si el vínculo con tu pareja fuese tóxico o patológico, tengo que decirte que es una de las enfermedades más comunes y que se parece mucho a la normalidad.
Por supuesto que no te estoy diciendo "Mal de muchos, consuelo de tontos" -como asegura el refrán-, sino que antes que un diagnóstico conclusivo, que tendría que llevar a una decisión definitiva, cuando se trata de separaciones hay una variedad enorme de casos. El tuyo es muy concreto: decís que con tu pareja ya no se aman y pareciera que atribuís la causa al desgaste de los años; pero si me permitís un chiste tonto, diría: si la continuidad de las parejas dependiese del amor, la humanidad se habría extinguido hace rato.
Lo mismo podríamos decir del deseo que, si somos realistas, también tiene un vínculo complejo con la pareja. ¡Esa es la relación tóxica por excelencia! El deseo va y viene, no es una fuerza constante, a veces se fuga en fantasías, cuando no se realiza en traiciones y otras variantes más o menos conocidas. Por eso en mi último libro "Adiós al matrimonio" insistí en la idea del deseo como tercer miembro de la pareja. No solo por las situaciones de relativa infidelidad -y digo "relativa" porque no necesariamente la infidelidad de nuestro siglo se basa en acostarse con otra persona-, sino porque también conocemos la situación de quienes solo se quedan en una pareja porque están atados por los celos.
Este último punto lleva a una aclaración específica. Cuando me refiero a la pareja en esta respuesta, hablo del vínculo conyugal que -como la palabra misma lo indica- implica la relación de dos que tiran del mismo carro. La cuestión es que se puede estar enlazado al yugo de muy distinta manera. Por eso también he dicho, más de una vez, que cabe hacer la distinción entre un problema "de" pareja y un problema "con" la pareja. En el primer caso, se trata de conflictos que son vinculares, que envuelven a las dos partes y que se reconocen en la medida en que no hay decisión, gesto o acto de uno que no se acompañe de un efecto en el otro que lo complemente. Por ejemplo, yo puedo decir durante mucho tiempo que quiero separarme de mi pareja, hasta que un día es el otro quien me lo plantea y ahí descubro que mis palabras no eran más que una fantasía que me permitía sostener la relación.
Otra cosa son los problemas con la pareja, que remiten más a bien a conflictos que se vuelven personales, es decir, cuando se proyecta en el otro el malestar interno que vivimos y no podemos elaborar. En efecto, diría que no pocas veces ocurre que transformamos los problemas de pareja en problemas con la pareja. Por eso hace un tiempo propuse que mejor teníamos que hablar de problemas "en" la pareja, como si esta última fuese un espacio (y un tiempo) compartido que conmueve a ambas partes y lo importante es no olvidar que para el otro también nada es fácil y tiene que lidiar con el vínculo. Esto es especialmente valioso tenerlo en cuenta para no alimentar suposiciones ni dar por sentado lo que el otro siente y así recuperar la dimensión del diálogo y la palabra. Una pareja no está hecha solamente de sentimientos, más o menos recíprocos, sino también de "lo común" -que no es idéntico a "lo mismo"- que a los dos (nos) toca cuidar.
Después de todo lo anterior, Jorgelina, pasemos a la dinámica de la separación. Una de las dificultades más grandes de pensar este proceso es que, por lo general, lo vemos como si fuera una cuestión voluntaria o de decisión. ¿Qué termina ocurriendo? Cuanto más creemos que se trata de un acto por realizar, más nos cuesta y, por ejemplo, después de periodos de distancia, se regresa al vínculo. En este punto, considero que una fantasía vincular que hace de obstáculo está en la idea de que nos separamos del otro. La consecuencia inmediata está en la imposición de que tenemos que alejarnos, pero ocurre que esta interpretación acerca la separación a una muerte. De este modo, la fantasía de muerte vincular produce culpa y a la vez desamparo. También está la situación de quienes no pueden dejar de pensar que separarse es un modo de dañar al otro. Visto así, ¿quién podría dar ese paso?
Por lo tanto, quiero ofrecer una versión alternativa y facilitadora. No que haga que las separaciones sean más fáciles, sino que permita entender mejor qué está en juego cuando hablamos de lo difícil que es separarnos. En primer lugar, suelo plantear que nadie "tiene que" separarse, porque alcanza con pensar este acto desde el punto de vista de la obligación para que quede impedido. Pienso que por eso, Jorgelina, vos al igual que miles de personas, es que decís que "no pueden" separarse. Por la vía de la obligación, lo único que se advierte es la impotencia.
En segundo lugar, desde mi punto de vista es preferible -en lugar de pensar en el acto de separarse como por venir- preguntarse hasta qué punto ya no estamos separados. Puede ser que ya no amemos a nuestra pareja, pero eso no quiere decir que haya una separación en marcha. Porque si en la separación no se trata del amor ni del deseo, tenemos que pensar en otras variables, como la seguridad emocional, la capacidad para estar solos, las ganas de vivir otra vida. Este último punto puede parecer superficial, pero yo estoy convencido de que la mayoría (o al menos muchas) de las personas no se separan cuando no quieren estar con el otro, sino cuando ya no quieren ser quienes sienten que tienen que ser cuando están con su pareja.
En otro orden de cosas, a la hora de transitar una separación me parece clave decir que si no se trata de separarse del otro, este último puede ser un apoyo en la separación. Antes que un proceso solitario y lastimoso, en una pareja en la que hubo amor alguna vez, es posible la participación de una actitud colaborativa. Nadie podría recorrer el camino que lleva a una nueva vida si siente miedo de que el otro le ponga piedras en el camino. Desde ya que esto no quiere decir que ambos tengan la misma versión de la separación, pero una cosa no quita la otra. Más bien diría que podemos ser respetuosos con la vida del otro, aunque quien fuera la pareja que nos acompañó durante un tiempo piense que los motivos de la separación son diferentes de los nuestros. Así es que progresivamente podremos volver a ser dos extraños sin que esa extrañeza nos haga desconocernos. De la misma manera, así evitaremos que el proceso se vea contaminado -si puedo usar esta expresión- con sospechas, resquemores u otro tipo de actos indirectos que a veces se materializan en escenas por las cuales buscamos chantajear al otro o queremos que sienta cuánto le duele perdernos.
Para concluir, Jorgelina, diría que toda pareja tiene en su horizonte la separación. No lo digo por este siglo. A veces se dice que antes las parejas no se separaban, pero lo cierto es que la muerte existió desde siempre. En algún momento, la separación llega. Entonces lo más sensato es considerar que un vínculo tiene que incluir la separación como una de sus posibilidades. En el tratamiento terapéutico de parejas eso lo tenemos claro. A veces en las primeras sesiones con una pareja nos toca construir la separación como una opción más y que luego ellos vean qué harán y qué les sale. Incluir la separación en la dinámica misma del vínculo, sin que eso quiera decir perder al otro, es para mí una de las formas de entender esa frase que hace poco leí en un bar de México -adonde vine a presentar mi libro y desde donde te escribo- y que decía: "No te quiero conmigo, te quiero feliz".
Temo que detrás de la pregunta por lo sano de una relación a veces se esconde la intolerancia para hacer procesos: queremos la respuesta inmediata, la solución ya, y eso no es tan sencillo.
Muchas veces transformamos los problemas "de" pareja en problemas "con" la pareja. Mejor, tendríamos que hablar de problemas "en" la pareja, como si ésta fuese un espacio (y un tiempo) compartido que conmueve a ambas partes.
@Para escribir a esta sección: lutereau.unr@hotmail.com