Miércoles 20.3.2024
/Última actualización 4:52
Empiezo este año el mes de Ramadán con una mezcla de sentimientos, entre alegría, entusiasmo y nerviosismo. En mi caso personal, como amante del café, el ayuno incluirá, al principio, extrañar enormemente esta infusión durante las reuniones de trabajo. También, como futbolero, tendré que dejar de lado el deporte en los primeros días hasta que el cuerpo se haya acostumbrado al nuevo ritmo. Pero, por sobre todo, mi preocupación mayor es si lograré cumplir con el propósito más profundo del ayuno, que requiere de muchos sacrificios y de un esfuerzo constante. La síntesis de este tiempo para mí, como musulmán, consiste en el proceso de reconciliarse con Dios, con el prójimo y con uno mismo.
De hecho, ayunar durante el mes de Ramadán, que es el noveno del calendario islámico, es uno de los cinco pilares de la religión. Es, de por sí, un mandamiento obligatorio para todos los musulmanes, aunque se contemplan algunas excepciones. Por ejemplo, están exentos aquellos que estén enfermos o tengan una salud delicada, las mujeres embarazadas o lactantes y aquellas que transiten su período menstrual, niños y adolescentes que aún no alcanzaron la madurez física o también los que estén viajando. Dichos fieles deben recuperar con posterioridad las jornadas en las que no realizaron el ayuno o, como expiación, alimentar a una persona necesitada por la misma cantidad de días perdidos.
En su esencia, Ramadán es un mes sumamente importante en la vida de cada musulmán. Durante este lapso, uno no solo se abstiene por un mes desde el amanecer hasta el atardecer de la comida, la bebida y las relaciones sexuales, sino que también se centra en el mejoramiento del estado espiritual y moral. Por ello, dijo el profeta Mahoma (La paz sea con él): “Dios no necesita la renuncia al alimento o bebida de la persona que no renuncia a la práctica de la mentira y a las malas acciones.”
El espíritu del Ramadán, con la realización de oraciones intensas, la recitación frecuente del Sagrado Corán y el esfuerzo vehemente contra el propio ego, proporciona a los creyentes la oportunidad única de experimentar un renacimiento espiritual. El ayuno no solo demanda que un musulmán padezca hambre y sed, también implica que la persona se aleje de todo vicio y maldad. Además, durante este mes se propicia la realización de actos de caridad y generosidad con el fin de acercarse no solamente al Creador, sino también a su creación, sin distinción de credo, ni de etnia. Así, el profeta del islam daba la siguiente recomendación a sus seguidores: “El ayuno es una protección (contra los pecados). Por tanto, cuando uno de vosotros esté ayunando, que no hable de forma inapropiada, ni actúe neciamente. Si alguien disputa con vosotros u os insulta decid: estoy ayunando, ciertamente estoy ayunando.”
En conclusión, el ayuno no es meramente una dieta, sino que es un camino para vivir en paz y encontrar la cima de nuestra vida moral y espiritual. Así, que este Ramadán sea un punto de reconciliación para cada creyente con Su Creador y, al mismo tiempo, para todas las sociedades y pueblos confrontados. Es mi profundo deseo que podamos como argentinos sanar nuestras diferencias y que cesen todas las guerras que nos asedian hoy, especialmente en Ucrania y en Gaza.
Imam Marwan Gill es teólogo islámico y presidente de la comunidad musulmana Ahmadía en Argentina.