Por María Gabriela Pauli (*) Profesora de Historia, Doctora en Educación y Doctora en Historia.
Por María Gabriela Pauli (*) Profesora de Historia, Doctora en Educación y Doctora en Historia.
En septiembre de 1899, el Boletín de Educación de la Provincia de Santa Fe publicaba el presupuesto escolar para 1900. En ese documento, Domingo Silva -por entonces Director General de Escuelas- reconocía lo exiguo del salario del maestro y del profesor, que rondaban los 100 y 110 pesos, mientras que en Buenos Aires, por idénticas tareas, se pagaba 126 y 161 pesos respectivamente. Explicaba que los sueldos no se habían actualizado en los últimos diez años y no sólo no era posible recortar los salarios sino que había que encontrar el modo de incrementarlos periódicamente para mantenerlos dignos. Decía Silva:
¿Qué menos, sin exponerlos a soportar necesidades reales, se les puede pagar a los maestros? Cualquier tinterillo de oficina, más o menos pendolista, gana eso y mayores sueldos, tiene menores responsabilidades y no ha de menester trabajar ni intelectual ni materialmente lo que esos oscuros pero dignos zapadores del progreso intelectual y moral del pueblo, tan merecedores de respeto y consideración. (Páginas 758-759)
El funcionario reconocía la delicada tarea de maestros y profesores a la vez que valoraba la tarea en función de su contribución al "progreso intelectual y moral del pueblo".
Días atrás, en un contexto por completo diferente, UDA -uno de los sindicatos docentes- advirtió sobre la posibilidad de medidas de fuerza si no se considera una revisión de la política salarial. Recientemente, también AMSAFE y SADOP se pronunciaron por la necesidad de adelantar los tramos planteados en las paritarias para los aumentos salariales, e incluso anticipar la discusión de nuevos incrementos en los haberes de los profesionales de la educación. El detonante del reclamo es que hay sueldos docentes que no llegan a cubrir la canasta básica de la pobreza.
Cambian los contextos, cambian los discursos, pero el problema del salario docente es más que centenario. Ello nos invita a formularnos algunos interrogantes. ¿Cómo es posible aspirar a una educación de calidad si quienes enseñan -profesores de nivel inicial, primario, medio o superior- no pueden con sus salarios mantener dignamente a sus familias? ¿Cómo es posible que un profesor de cualquiera de los niveles del sistema educativo cultive su espíritu con lecturas, asistiendo al teatro o a conciertos si no llega a fin de mes con su salario? ¿Cómo hará para pagar -porque los pagan- los cursos de formación que él o ella considere que debe tomar?
Pensar una educación de calidad con profesores mal pagos, lo mismo que pretenderla sin recursos suficientes, es una falacia. Ante todo esto, podría alguien decirme -aunque ya no se escucha como antes- que los profesores de los niveles inicial y primario (los maestros) trabajan cuatro horas diarias. En este punto, apelo a todos aquellos lectores que tengan en su familia a uno de estos profesores y podrán desmentir la afirmación.
En primer lugar, porque el trabajo de un profesor no es cualquier trabajo. Como lo expresaba Silva con los conceptos de su tiempo, un profesor enseña no sólo contenidos sino también valores. Trabaja con la conciencia y con la psiquis de sus estudiantes. ¡Vaya si es un trabajo delicado y de alto riesgo! Exige un enorme equilibrio emocional, grandes dosis de optimismo y entusiasmo a la vez que amor por aquellos a quienes enseña y tiene a su cuidado; y desde luego una sólida formación profesional.
En segundo lugar, los profesores pasan cuatro horas en el aula con sus estudiantes, pero su trabajo no termina allí. Destinan un tiempo incalculable -o al menos muy difícil de medir- a estudiar o preparar sus clases (¿O alguien piensa que llegan al aula a improvisar?), a completar informes sobre sus estudiantes, a preparar material o corregir tareas y trabajos según sea la sala o grado que tienen a cargo, a entrevistar a padres, a personas responsables de los chicos que tienen a cargo, a reuniones con psicopedagogos, etc., etc. Hay todo un trabajo silencioso y bastante invisible que hace posible esas cuatro horas de clase.
Muchos de ellos se ven obligados a hacer "doble turno", duplicando el trabajo y el tiempo que este insume, para elevar sus ingresos por encima de la línea de pobreza. Otro caso es el del profesor de secundaria que se ve en la necesidad de aceptar las 44 (¡Sí, 44!) horas de clase -el máximo que permite la provincia de Santa Fe- y que sería para analizar en otra colaboración, ya que presenta otros matices.
En estos casos, sostener una educación de calidad es imposible, más allá de los esfuerzos y la dedicación de los profesores. No se alcanza a estudiar (porque los profesores siguen estudiando si se comprometen con una educación de calidad), a preparar a conciencia sus clases, a descansar lo suficiente para ir contento a la escuela, a tener tiempo para la propia vida por fuera del trabajo.
Retomo palabras de Domingo Silva, un educador comprometido con su vocación y que siendo funcionario de la cartera educativa, abogaba en defensa de los salarios docentes, consciente de que sin eso, no era posible sostener seriamente la educación:
Quien se ve apremiado por los acreedores y por la escasez, es imposible que tenga la serenidad de ánimo necesaria para presentarse ante sus alumnos como ejemplo de actividad, de dulzura y de nobles entusiasmos. (Mayo de 1899, página 571)
Entonces, uno puede seguir preguntándose, si verdaderamente creemos que la educación formal -la que ofrece la escuela- es importante y debe ser una prioridad social, o si es tan sólo un discurso más para cargar sobre esa institución el peso de todos los problemas que experimentamos con los niños y los jóvenes.
Si realmente aspiramos a una educación de calidad, habrá que empezar por reconocer y jerarquizar a quienes enseñan.
(...) ¿Cómo es posible aspirar a una educación de calidad si quienes enseñan -profesores de nivel inicial, primario, medio o superior- no pueden con sus salarios mantener dignamente a sus familias? ¿Cómo es posible que un profesor de cualquiera de los niveles del sistema educativo cultive su espíritu con lecturas, asistiendo al teatro o a conciertos si no llega a fin de mes con su salario? ¿Cómo hará para pagar -porque los pagan- los cursos de formación que él o ella considere que debe tomar?