Martes 21.5.2024
/Última actualización 21:41
La subjetividad occidental es esencialmente racionalista, por eso tiende a pensar los problemas en términos de blanco o negro, siendo los grises más difíciles de comprender y asimilar. Por ejemplo, en la lógica formal una proposición puede ser verdadera o falsa, pero no tiene sentido que sea las dos cosas al mismo tiempo o ninguna de ellas. Precisamente, existe una afirmación que pone en tensión el binomio verdadero-falso, sin incurrir necesariamente en una contradicción. Puede decirse que es una cuestión de sutilezas. Se trata de una idea a la cual han arribado algunos estudiosos de la cultura, analizando siglos y siglos de escritos y tradiciones orales en cada rincón habitado de nuestro planeta. En pocas palabras, proponen la siguiente afirmación: "Los mitos son falsos, pero dicen algo verdadero".
¿Cómo entender esta paradoja? ¿Es acaso un oxímoron, es decir, una contradicción de términos? En efecto, será necesario un recorrido argumentativo para desplegar esta afirmación. En el célebre diálogo de Platón, conocido como "El banquete", a su turno Aristófanes se propone narrar las modificaciones que ha sufrido la naturaleza del hombre. Situado en un origen muy remoto, refiere la existencia de una especie animal llamada andrógino (andros, hombre; ginos, mujer). De anatomía muy singular, su cuerpo era esférico y contaba con dos rostros, cuatro piernas y cuatro brazos. Ensimismados en su propio orgullo, los andróginos cometieron la osadía de combatir a los dioses. Paso siguiente, su insolencia fue castigada y sus cuerpos separados en dos mitades. Antes que eliminarlos, el castigo buscaba debilitarlos. Al concluir su relato, Aristófanes agrega: "Una vez hecha esta división, cada mitad trató de encontrar aquella de la que había sido separada y cuando se encontraban se abrazaban y unían con tal ardor en su deseo de volver a la primitiva unidad".
Con justa razón, todo el mundo está de acuerdo en que el mito de los andróginos es falso. Por eso mismo, a diferencia del monstruo del lago Ness, el Pie Grande americano (Sasquatch) o el Chupacabras local, nadie está preocupado por hallar evidencia de su existencia. Sin embargo, por falso que sea, allí habita algo verdadero, propio de la condición humana.
Los mitos cumplen una función en la vida cultural de una comunidad, lejos de ser un fenómeno arcaico reservado a las sociedades primitivas. Así, el mito es un esfuerzo de simbolización, un intento de hacer nombrable aquello que es esquivo a las palabras, pero que aun así se experimenta de forma difusa, como un eco lejano. ¿Acaso existe una civilización que no posea una explicación sobre el origen de la vida o el universo mismo?
Poco importa en este contexto la realidad objetiva, el hecho histórico constatable en tal lugar y fecha. Lo importante es que la tragedia de los andróginos aporta una estructura narrativa que explica el sentimiento de incompletud que acompaña la existencia del ser hablante, así sea a través de una ficción. Se trata de ese sentimiento enigmático de pérdida originaria, figurada aquí como una nostalgia de la "primitiva unidad". En consecuencia, en tanto Aristófanes habla sobre el amor, explica también la inercia de la fascinación amorosa, aquella ilusión que aspira a la fusión de dos individuos en uno solo: "Cada uno de nosotros no es por tanto más que una mitad de hombre que ha sido separado de un todo".
Este sentimiento de incompletud no puede reducirse a una sensibilidad pasajera propia del mundo griego antiguo, es más bien un hecho de estructura que insiste aquí y allá. Por ello los mitos sufren modificaciones de forma, pero no necesariamente de fondo. Su núcleo se conserva, adaptándose al rasgo singular de cada época y cultura. Por ejemplo, la búsqueda de la "media naranja" constituye la versión moderna del mito, aunque ya despojada de su dimensión trágica, reemplazada por un simple naturalismo biologicista. No obstante, la idea de una predestinación respecto del partenaire amoroso sigue allí en esencia, alentando una búsqueda ideal que pretende cerrar aquel sentimiento de incompletud inherente a la vida misma. Justamente, es lo que se llama un "amor platónico".
Otro rasgo significativo sobre el mito de los andróginos es su conexión con la culpa, tan presente en los pensamientos y rumiaciones de los sujetos de ayer y hoy. Si se dice que la fe mueve montañas, la culpa tiene poco que envidiarle en tanto motor de las acciones humanas. El mito en cuestión recoge también la experiencia silenciosa de un sentimiento de culpa, remitiendo su origen a una ofensa proferida contra los dioses. Se hallará allí la misma estructura narrativa que en el Génesis del Antiguo Testamento: 1. La condición ideal original (en un caso la completud del ser, en el otro el jardín del Edén como morada); 2. El conflicto (la osadía de sublevarse contra los dioses o el no respetar la prohibición de comer el fruto); 3. La consecuencia (la división del cuerpo o la expulsión del paraíso).
Cambian las formas, pero el denominador común se repite. Lo que insiste es la concepción del hombre como una criatura desdichada, condenada a errar por el mundo incompleto e imperfecto, lidiando con una pérdida originaria irreparable. Si bien, no es que la vida se reduzca a una condición sufriente, eso no impide destacar que siempre existe una cuota de malestar, tal como Sigmund Freud teorizó en su ensayo "El malestar en la cultura" (1930).
Si acaso los mitos pueden abordarse trascendiendo el binomio verdadero-falso, si acaso no se los desestima como simples fábulas y prestamos oídos a su esfuerzo de simbolización, entonces se estará en una mejor posición a la hora de comprender los complejos laberintos de la subjetividad. El mito es así un recurso colectivo y una donación de sentido que intenta nombrar lo que irremediablemente está perdido, más allá de su figuración eventual.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.