Viernes 9.12.2022
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En el campo de las ciencias humanas mucho se ha dicho y escrito sobre el carácter sugestionable de la condición humana. Según consta en el diccionario de la lengua, la sugestión es la "influencia que algo o alguien provoca sobre la manera de pensar o de actuar de una persona, que anula su voluntad y la lleva a obrar de una forma determinada". A pesar de las diferencias entre los autores y sus conceptos, las teorías coinciden en negar la existencia del "libre albedrío", es decir, la posibilidad de una elección autónoma sin condicionamientos exteriores. He aquí una concepción pasiva del sujeto que, tal como una esponja, no puede más que absorber aquello que lo circunda.
Existe además un correlato jurídico de este estado de situación, por ejemplo en la ley que regula la veda electoral antes de una votación. Dicha ley establece la prohibición de realizar actos de campaña o proselitismo 48 horas antes de la apertura formal de los comicios. Se asume así que la intención de voto es endeble, que puede cambiarse si se susurran las palabras correctas al oído, y no solo del incauto, en tanto la ley es para todos.
La idea de ser parasitado por una voluntad externa, fenómeno que en la psiquiatría clásica se denomina "delirio de influencia", posee muchas encarnaciones en la cultura. La presunción inquietante de ser gobernado se desplaza desde los relatos de forzosas abducciones alienígenas hasta las sutiles estrategias de marketing y campañas publicitarias, desde mensajes subliminales ocultos en películas extranjeras hasta vociferaciones demoníacas en canciones que se reproducen al revés. Cuando la sospecha se impone como certeza, cuando la familiaridad de nuestra realidad cotidiana se nos vuelve extraña, irrumpe el sentimiento de lo siniestro, tal como mostraba Sigmund Freud en su análisis del relato "El Hombre de Arena" de E. T. A. Hoffmann.
En el mundo del espectáculo se destaca una figura que produce un efecto ambiguo, el ventrílocuo y su clásico partenaire inanimado. El ventrílocuo, en su etimología, "el que habla con el vientre", posee la destreza de articular sonidos sin mover los labios. El acto consiste generalmente en un diálogo humorístico entre el artista y su marioneta. La ilusión en juego requiere que el espectador olvide que es el propio ventrílocuo quien intercambia las voces por turnos. Por un lado, encontramos allí la fascinación lúdica del niño que contempla el don de la palabra en la marioneta, o lo que es lo mismo, la pregnancia imaginaria de un animismo antropomórfico. Quizá allí radica el secreto del personaje Pinocchio, historia que ha cautivado a generaciones, más allá de sus moralejas maniqueístas sobre la mentira y sus efectos.
Al mismo tiempo, al menos para quien no consiente a la ilusión que propone el ventrílocuo, adviene un sentimiento perturbador en lo que respecta a la marioneta, a saber, la sujeción más absoluta a la palabra del otro. La marioneta inerme, solo responde a la voluntad y capricho de su amo. Así sea en la fantasía, ocupar la posición de la marioneta es la encarnación más real -y por ende menos metafórica- de la sugestión, bajo la forma de ser hablado por el otro.
La pérdida de autonomía es solo un caso particular dentro del infinito catálogo de fantasmas con los cuales es posible martirizarse en la existencia. En efecto, cada cual tiene sus fantasmas singulares, en ocasiones tan presentes que creemos verlos allí donde no están. ¿Acaso quien es excesivamente celoso en el campo amoroso no encuentra la confirmación de sus sospechas de infidelidad en los signos más triviales? El término fantasma admite una duplicidad desde el punto de vista semántico. Funciona como sinónimo de fantasía, es la acepción que aquí utilizamos, pero también remite a las apariciones espectrales. En uno y otro caso los fantasmas existen porque creemos en ellos.
Ahora bien, el psicoanálisis permite introducir una lectura diferente sobre la sugestión, aunque no ya como una coacción externa. En esa diferencia radica lo esencial del asunto. ¿Qué es el inconsciente? Como todo concepto que traspasa las fronteras de su disciplina de origen y se hace un lugar en la cultura, se presta a una serie de deformaciones. Lejos de cualquier consideración metafísica, lejos de reducirse a no ser más que el sótano de las pasiones ocultas del ama, en esencia lo inconsciente es una forma de pensamiento que escapa a la conciencia. No supone experiencias extraordinarias, sino inherentes a la vida cotidiana, sea en los tropiezos del lenguaje o en los síntomas psíquicos, como así también en las irrupciones enigmáticas de la angustia.
Por ejemplo, de tanto en tanto un sueño nos sorprende y perdura como recuerdo en la vigilia. Si bien la escena del sueño no es posible adjudicarla al yo, no obstante existe un guion, personajes y diálogos, es decir, una estructura narrativa, aunque su simbolismo no sea siempre asequible a primera vista. Por ello en la práctica psicoanalítica distinguimos entre el yo y el sujeto, donde el segundo comprende una función más amplia que la consciencia. De allí aquel célebre aforismo freudiano: "El yo no es amo en su propia casa". Cuenta la anécdota que un escritor famoso relató un sueño que giraba en torno a un señor misterioso que escondía bajo su saco un objeto. Al despertar continuaba intrigado, pero aún más indignado. Ante sus pares llegó a exclamar: ¿cómo es posible que, siendo el autor del sueño, no pudiese llegar a conocer la verdadera naturaleza del objeto enigmático?
Lo significativo es que la influencia que proviene de lo inconsciente, aquella que se inmiscuye en la orientación de nuestros dichos y actos, nos pertenece, es una parte de nosotros mismos que se nos escapa. Freud entendía que si soñamos que asesinamos a una persona, si bien es claro que eso no transforma al soñante en un homicida, sin embargo no deja de señalar la presencia de tendencias hostiles en uno mismo. Ante esta coyuntura, o bien rechazamos lo que allí se muestra o hacemos algo mejor con eso. De ningún modo se propone aquí interrogar la escena del sueño desde el lugar de la culpa -la agresividad es un componente de la condición humana-, sino abordarla desde el deseo de querer saber en qué se está embrollado allí. En pocas palabras, de esa decisión depende la posibilidad de ser menos una marioneta de sí mismo.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.