Nancy Balza | nbalza@ellitoral.com
Fue una de las seis instrumentadoras quirúrgicas que estuvieron en el Irizar. El contexto, el lugar que tenía entonces la mujer en las fuerzas, las secuelas que perduran y el reencuentro con un soldado, casi tres décadas después.
Nancy Balza | nbalza@ellitoral.com
Silvia Barrera fue instrumentadora quirúrgica durante la guerra de Malvinas. Con 23 años y junto con cinco colegas, todas mujeres, aceptó la convocatoria que se hizo en aquel momento y partió como voluntaria. Este martes estuvo en Santa Fe, invitada por la unidad de Género de la UTN y el Centro de Ex Combatientes local, para contar su experiencia en la charla-debate “Mujeres en Malvinas”.
Fue su primera visita a la ciudad y desde antes de llegar no paró de dar entrevistas: primero por teléfono y luego personalmente, una vez instalada en esta capital hasta poco antes de ofrecer su conferencia en la sede local de la Universidad Tecnológica Nacional, el martes a la tarde. Con El Litoral y otros medios dialogó en la sede del Centro de ex Combatientes ubicado en Pedro Víttori al 4200, cuyo museo recorrió y fotografió. Y se detuvo ante cada imagen que le resultaba reconocible y de la que podía contar alguna historia.
—¿Por qué decidiste ir a Malvinas y cuántos años tenías entonces?
—Tenía 23 años y nos ofrecimos como voluntarias. Éramos seis instrumentadoras quirúrgicas del Ejército, de las cuales cinco trabajábamos en el Hospital Militar Central y una en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Entonces, llegó el mensaje de que necesitaban instrumentadoras y nos ofrecimos de voluntarias. Teníamos entre 23 y 33 años; yo era la más chica.
—¿Qué te motivó a ir a Malvinas como voluntaria?
—Nosotros venimos de familia militar y, criadas en ese medio, entramos a trabajar en el Hospital Militar; entre ser criadas en un medio militar y con nuestra profesión vinculada con la sanidad, fue natural ofrecernos.
—¿Cómo fue esa travesía?
- Primero hay que explicar distintos contextos. Por ejemplo, el contexto de las mujeres, porque todavía no las había en las Fuerzas Armadas. Los enfermeros eran militares y las primeras mujeres recién estaban en las escuelas y egresaron al año siguiente: por una cuestión legal no se las podía movilizar a ningún lado, porque eran estudiantes. Entonces, fueron a Malvinas enfermeros de las tres fuerzas armadas. Cuando pasó el tiempo y después de los combates que empezaron el 1° de mayo, comenzaron a ver que un médico tenía que instrumentar la cirugía, porque solamente una instrumentadora y otro médico conocen los pasos quirúrgicos. Ahí vino el pedido específico. En ese momento las instrumentadoras éramos todas civiles. Preguntaron quién quería ir a Malvinas y, de entre más de 30 que éramos, quedamos nosotras seis. Salimos hacia allá el 8 de junio y por esas cuestiones de la Convención de Ginebra, de la mujer y del machismo de los hombres en ese momento, se decidió que nos quedemos a trabajar en Puerto Argentino, pero a bordo del buque (el ARA Almirante Irizar). No podíamos bajar.
Trabajamos en el buque que estaba preparado como hospital con quirófano, laboratorio, terapia intensiva e intermedia, y salas de internación. Nos quedamos a trabajar con los médicos destinados al hospital de Puerto Argentino y ahí empezamos a colaborar en las cirugías y un poco de camilleras, de enfermeras..., en todas las tareas propias de la sanidad.
—¿Cuánto tiempo estuvieron en el Irizar?
—Desde el 8 de junio hasta el 18. Los últimos cuatro días antes del cese del fuego y, después, cinco días hasta que los ingleses autorizaron que el barco volviera al puerto.
—¿Qué situaciones atravesaste en aquellos días?
— Nosotras, por nuestra profesión estábamos acostumbradas. Es como si a una instrumentadora del Hospital Churruca (de Buenos Aires) le llegue un baleado, son cosas habituales para nosotras. Lo que cambia es el contexto y, en un principio, la agresividad de los hombres. Todavía no había mujeres dentro de las Fuerzas Armadas; hay que comprender el shock cuando se abrió la puerta del helicóptero y vieron a las primeras mujeres vestidas de verde. Llegamos al buque y no nos querían dar camarote, nos tuvieron una hora sentadas en el hangar esperando a ver qué hacían, si nos mandaban de vuelta o no.
—¿Cómo fue la relación con los soldados?
—Con ellos fue distinto porque venían de pasar días y días sin comer, deshidratados, algunos operados desde el hospital de Puerto Argentino. Con esa debilidad que traían, lo único que querían al vernos era que los escucháramos, que fuésemos la madre, la hermana que extrañaban.
—¿Había más mujeres trabajando en Malvinas además de ustedes seis?
—Nosotras somos las únicas mujeres instrumentadoras. El resto de las enfermeras que son consideradas veteranas de guerra son de la marina mercante, también radioperadoras y una enfermera de la aeronáutica. El tema es que ellas estuvieron antes de los combates, por eso su historia es distinta. Nosotras somos las únicas que estuvimos en los bombardeos. y las otras mujeres que son enfermeras estuvieron en Comodoro Rivadavia, en Río Gallegos y en Puerto Belgrano y son enfermeras consideradas participantes de la guerra de Malvinas, no veteranas.
—¿Cuándo te otorgaron este estatus de veterana de Malvinas?
—A cinco años de terminada la guerra.
— ¿Se siguen encontrando con las otras instrumentadoras?
—Estamos en contacto diario.
—Y a la distancia y después de este tiempo, ¿qué visión tenés de la guerra?
—Hoy (por el martes) hablábamos con los veteranos de Santa Fe sobre lo que habíamos aprendido. Porque cuando fuimos a Malvinas sabíamos que eran unas islitas que nos hacían calcar en el colegio y no teníamos más conocimiento que ése. Después se supo de su importancia estratégica y económica. Son cosas que aprendimos nosotros y el pueblo argentino. Ésa es una visibilidad que le dio la guerra.
—El de hoy fue un encuentro entre pares, entre veteranos de guerra.
—Nosotros nos reunimos en los actos, a veces nos vemos y Facebook ha ayudado muchísimo. Todos tenemos problemas para dormir así que, a veces, a la madrugada estamos en contacto desde las distintas partes del país. Y aunque no te conozcas o te veas en un acto, Malvinas es un hilo que nos une y hablás con los demás como si los conocieras desde siempre.
—Hablás de problemas para dormir como un tema compartido, ¿son secuelas de la guerra?
—Quedó como secuela de la guerra. Sigo trabajando en el Hospital Militar Central, colaboro en el centro de Salud Mental para veteranos y ayudo a que se conozca ese espacio que es poco difundido por las Fuerzas Armadas. Ahí se atienden las tres fuerzas y aquellos que van a las misiones de paz; funciona dentro del Instituto Geográfico Militar, es decir que tampoco tiene un lugar propio. A lo largo de los años se luchó para que sea un centro de contención psicofísica del veterano y estamos tratando de que se cumpla la ley por la que se debía hacer un control post Malvinas. Cuesta mucho y estas charlas que ofrecemos también sirven para visibilizar ese centro donde se contienen unos a otros. Pero para pelear por las leyes necesitamos la estadística y eso nos cuesta muchísimo conseguir: muchos (ex combatientes) no están informados o han quedado con una aprehensión hacia el medio militar. Pero dentro de las estadísticas que tenemos, sabemos que un 90 % de los veteranos de guerra tiene problemas para dormir y que eso trae problemas posturales; problemas de diabetes, de hipertensión, de obesidad, mucho alcoholismo, muy poca drogadicción y mucha automedicación. Estamos tratando de que esas estadísticas sean cada vez más firmes porque, insisto, para luchar por las leyes necesitamos que concurran a atenderse.
—La desmalvinización, la negación de la guerra ¿también pudo haber colaborado para que no participen?
—Cuando se armó ese espacio, lo denominaron Centro de Salud Mental para veteranos de guerra. Y cuando el veterano llegaba a la puerta y veía ese nombre, con la aprehensión que ya tenía todo el pueblo argentino para con nosotros que somos “los loquitos de la guerra”, imaginate... Hubo que tratar de conseguir un lugar más amigable porque éste funcionaba en una casa antigua y oscura. El actual centro, gracias al coronel Vilgré Lamadrid, que es veterano de guerra, está armado con jardines donde atienden las psicólogas, hay laborterapia y musicoterapia. El tema es que se podrán firmar muchas leyes pero todo depende de la voluntad de cada uno.
—¿Por qué crees que demoró tanto tiempo en hablarse de las mujeres en Malvinas?
— Creo que se tardó en hablar de Malvinas en principio. Después se tardó en hablar puntualmente de cada acto de arrojo que hicieron los soldados. Pensá que a Oscar Poltronieri que es el soldado más condecorado de la historia, prácticamente nadie lo conoce. Pero en el interior del país se tiene otro respeto por los veteranos.
29 años después
—¿Te volviste a encontrar con alguno de los soldados que habías atendido en el Irizar?
—Sí, una de las historias más conocidas es la del soldado Esteban Tries que salvó a su sargento Manuel Villegas. Estaba herido en el abdomen, lo operaron en el hospital de Puerto Argentino y después lo trasladaron al Almirante Irizar. Allí se le abrió la herida y quien instrumentó la cirugía fui yo. Unimos toda esta historia 29 años después porque ellos (los veteranos) empezaron a hacer un programa de radio. Los medios de comunicación son importantes, y también que en cada pueblo o municipio haya un programa de Malvinas. Cuando lo operaron estuvo en terapia intensiva que es el lugar que yo había elegido para trabajar. Él había guardado el listado con la medicación de cada uno y me dice: “¿Esta letra no es tuya?”. Y era mi letra. Ahí se unió nuestra historia.
Sabemos que un 90 % de los veteranos de guerra tiene problemas para dormir y que eso trae problemas posturales; problemas de diabetes, de hipertensión, de obesidad, mucho alcoholismo, muy poca drogadicción y mucha automedicación”. Silvia Barrera