Germán de los Santos | Corresponsalía Rosario
Tras la expropiación del centro clandestino de detención, donde se diseñó la llamada Operación México, el gobierno planea poner en marcha un museo y abrir el predio de dos hectáreas a la comunidad a través de actividades culturales y educativas.
Germán de los Santos | Corresponsalía Rosario
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La Quinta de Funes fue uno de los centros clandestinos que dependían en la dictadura militar del II Cuerpo de Ejército en Rosario. En ese predio de dos hectáreas, ubicado en la vieja Ruta 9 y Diagonal Norte, Leopoldo Galtieri puso en marcha en 1978 un proyecto de contrainteligencia, que tenían como protagonistas y víctimas a los 16 prisioneros que estaban en ese lugar rodeado de casas de fin de semana.
El plan más ambicioso del represor era lograr infiltrar en México a militantes que estaban detenidos en ese lugar de las afueras de Rosario. Tulio Valenzuela fue uno de los elegidos para viajar al Distrito Federal. Pero la maniobra no salió como Galtieri pensaba. La historia trágica de ese lugar tiene un presente diferente.
La quinta fue expropiada en julio pasado por el gobierno de Santa Fe tras la sanción de la ley Nº 13.530/16 votada por la Legislatura. Ahora, la Secretaría de Derechos Humanos planea poner en marcha un proyecto para “darle vida” a ese lugar donde se recordará el genocidio del terrorismo del Estado en Argentina.
Marcelo Trucco, titular de esa área, señaló en diálogo con El Litoral, en una recorrida por el predio, que “la idea es que la comunidad se apropie de ese lugar para darle vida a un sitio que está relacionado con el terror”. Arquitectos de la provincia estuvieron la semana pasada en ese lugar, donde empezaron a analizar las obras que se podrán hacer “para abrir ese espacio definitivamente a la sociedad”.
“En lo que fue el lugar de los prisioneros se proyecta darle un destino de museo o lugar de la memoria donde se pueda trabajar de manera dinámica lo que sucedió aquí y también de manera más general profundizar sobre el genocidio y lo que ocurrió en el país durante la dictadura. La idea es que vengan colegios y alumnos de la primaria y secundaria para conocer no sólo la historia de lo que pasó en la Quinta de Funes sino también para que tengan una visión más general de lo que atravesó la Argentina con el terrorismo de Estado”, sostuvo Trucco.
La brisa corre las nubes y las sombras. Un palo borracho gigante, centenario, cubre con un manto oscuro una parte de las tejas rojas de la casona de cinco habitaciones que está en el centro del terreno de dos hectáreas, donde funcionó la llamada Quinta de Funes, uno de los cinco centros clandestinos del circuito represivo del Batallón de Inteligencia 121 de Rosario.
Al costado derecho, está enclavada una pileta azulejada y los vestuarios, una pequeña construcción de paredes blancas y con un techo idéntico al del casco. Allí estuvo detenido en 1978 Jaime Dri, el único sobreviviente -mayor de edad- cuyo testimonio en “Recuerdo de la muerte”, de Miguel Bonasso, es prácticamente el único relato que existe de la Quinta de Funes.
El otro sobreviviente es Sebastián Álvarez, quien fue secuestrado el 2 de enero de 1978, en Mar del Plata, junto a su madre, Raquel Negro, que estaba embarazada, y la pareja de ella, Tulio Valenzuela. Álvarez tenía un año y medio y estuvo cautivo unos días en la Quinta de Funes. Luego fue restituido a sus abuelos maternos. Militó en Hijos en Santa Fe y en diciembre de 2008 pudo encontrar a su hermana Sabrina Gullino Valenzuela Negro, que nació en el Hospital Militar de Paraná, en marzo de 1978. Su otro hermano aún no fue encontrado.
El predio está repleto de árboles, de un roble añoso, pinos y jacarandás, entre otros. Todo está tapizado de un césped verde rejuvenecido con las últimas lluvias. Detrás de la casa principal, que tiene el aspecto de un chalet californiano, hay un quincho abierto, también con techo de tejas. Allí, en la pared del fondo hay un hogar a leña enorme.
En ese lugar, Leopoldo Galtieri ordenó que funcionara una imprenta en la que se hacían publicaciones para distribuir en fábricas y sindicatos como parte de ese plan de contrainteligencia que puso en marcha la dictadura antes del Mundial ’78.
El plan para darle vida a un lugar marcado por el terror
Tucho, quien se hallaba secuestrado junto a su pareja embarazada, Raquel Negro, fue enviado a México junto con otro militante de Montoneros, Carlos Laluf, y los represores Juan Daniel Amelong, Rubén Fariña y Jorge Cabrera, con el fin de infiltrar una reunión a la que asistirían los altos mandos de Montoneros.
“Lo importante de contar en este lugar es la profunda carga emocional que posee. Aquí, hubo un montón de jóvenes detenidos que fueron sometidos a la servidumbre y esclavizados. Muchos de ellos tenían a sus familias secuestradas o controladas. Les decían que si se intentaban fugar los iban a matar a todos. Fueron como ensayos de la dictadura. Galtieri en competencia con Massera ensayaban el mismo libreto. Someter a jóvenes inteligentes que entendían de política. En el quincho, funcionaba lo que era una imprenta que había sido robada a Montoneros”, relata a unos metros del de allí, Ramón Verón, subsecretario de Derechos Humanos de la regional sur y ex detenido durante la dictadura.
“Cuando fueron secuestrados, esa tecnología para editar prensa clandestina la instalaron acá. La idea no sólo era secuestrar gente que se interesara de esta propaganda. También la idea era infundir el terror”, explica el funcionario, quien advierte que “este sitio existió hasta pocos días antes del mundial. Quienes operaban aquí eran parte del II Cuerpo de Ejército que funcionaba en seis provincias. Lo que sucedió en ese predio hay que englobarlo como parte de un plan sistemático que era la represión en esta región”.
A la izquierda, contra el alambrado, que hace de límite hay una parrilla de material, debajo de unos pinos, por lo que sus paredes están enmohecidas por la falta de sol y la humedad. Del otro lado, hacia la izquierda está ubicada lo que era la casa de los caseros de la quinta que pertenecía en ese momento a la familia Fedele, y que alquiló a los militares. A un costado se yergue un tanque de agua enorme levantado sobre pilotes firmes y gruesos.
En esa pequeña construcción de tres ambientes funcionaba el lugar de detención de los prisioneros. Es una casa modesta, que no está muy deteriorada. Consta de un estar pequeño a la entrada y a la derecha un cuartito donde se sospecha que antes funcionaba una cocina. En el estar más grande, hay una mesada vieja y un calefón, que no parece tan viejo. Los últimos moradores lo instalaron. Después hay dormitorios que en el ’78 fueron los lugares de detención de 16 personas que estuvieron allí por algunos meses. Las paredes están un poco descascaradas por la humedad. Todo parece más oscuro, por la historia.
“Aquí nació la Operación México. Es una información particular que se construye a partir del libro de Bonasso ‘Recuerdo de la muerte”’ a través del testimonio de un sobreviviente adulto como fue Jaime Dri. Cuando Tucho llega a México revela la verdad. Un periodista mexicano llama a la Quinta y le dicen que no existía tal cosa. Los represores deben levantar todo lo que había aquí y trasladan a los detenidos a la escuela Magnasco en Rosario. Esto ocurrió en enero en la época de vacaciones escolares. El director de la escuela era un alcahuete de los militares por lo que alojan a los detenidos allí. Terminan su vida en la quinta de Amelong cerca de Timbúes”, asegura Verón.
Detrás del lugar de detención, hay un galpón de chapa de 400 metros cuadrados que el antiguo dueño de la quinta usaba para guardar autos antiguos de colección. Hacia el oeste se ve una cancha de tenis, que no existía en el ’78. Y una glorieta extraña con forma de tubo, que está sin vegetación.
Trucco señala que “en lo que fue el lugar de los prisioneros se proyecta darle un destino de museo o lugar de la memoria donde se pueda trabajar de manera dinámica lo que sucedió aquí y también de manera más general profundizar sobre el genocidio y lo que ocurrió en el país durante la dictadura. La idea es que vengan colegios y alumnos de la primaria y secundaria para conocer no sólo la historia de lo que pasó en la Quinta de Funes sino también para que tengan una visión más general de lo que atravesó la Argentina con el terrorismo de Estado”.
Verón aporta que “el proyecto incluye relacionarlo con los otros centros clandestinos, como en el Batallón 121, la Calamita, un lugar alejado en Granadero Baigorria, y la comisaría 4ª en Santa Fe. Darle a estos lugares el signo de lo que significó la dictadura y el terrorismo de Estado. Esto es darle desde un ámbito cultural, político, educativo, una búsqueda que salga a la luz”.