Juan Manuel Peratitis
La Unidad 1 tiene un pasado que engloba desde un modelo que fue ejemplar en todo el país, pasando por los oscuros momentos de la influencia de la dictadura y los tremendos motines que ha soportado. En el medio, los trabajadores penitenciarios de Coronda han sabido con orgullo sostener durante casi 9 décadas “un pueblo adentro del pueblo”.
Juan Manuel Peratitis
El corondino tiene la particularidad de que se enorgullece de algo que otros toman casi como un mal necesario: el trabajo carcelario.
Con una tradición tan importante que cumplirá 90 años exactamente dentro de un almanaque, cuatro generaciones y miles de ciudadanos de esta cabecera departamental, han sabido del sacrificio, esfuerzo, paciencia, incluso dolor que significa trabajar en una penitenciaría, cualquiera sea, en la provincia de Santa Fe pero especialmente en “La Uno”.
Coronda, es cierto, es capital nacional de la frutilla por mérito de su suelo arenoso y sus trabajadores de una centuria a esta parte, pero paralelo a eso y dentro de la cantidad de empleados públicos que hay, el guardiacárcel, el administrativo, el profesional, el oficial y suboficial, el maestro del IAPIP o de las escuelas dentro de la Unidad podrían dar pie tranquilamente a que esta ciudad fuese declarada como capital provincial del Servicio Penitenciario, un honor que igualmente ostenta sin títulos de nobleza ni declaraciones oficiales.
A principios del siglo XX con clara influencia de la corriente positivista y de experiencias norteamericanas, en Argentina y en la provincia se buscaba otro estatus para las personas detenidas en cárceles.
Así fue entonces que en Santa Fe surgió la propuesta del Diputado Nacional Dr. Julián Pera, quien pretendía una cárcel para 5.000 hombres ubicada en Esperanza o en Coronda y sus respectivas zonas de influencia. Pasó un tiempo y en 1909 resurgió la idea de la mano del Diputado Dr. Rafael Biancofiore de crear un presidio bajo el sistema auburniano pero adaptado a nuestro país y con una capacidad máxima de mil internos. El sistema auburniano es, trabajo en régimen comunitario y aislamiento nocturno de los presos pero sin el rigor extremo basado en el silencio absoluto con el que fue creado en 1826 en Nueva York.
Lo que se logró con la instauración de este penal en Coronda fue romper con viejos vicios de malos tratos institucionalizados y mejorar la calidad de encierro respetando la Constitución Nacional que en su artículo 18 reza: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquella exija, hará responsable al juez que la autorice”. Tanto fue el entusiasmo de la obra que se concluyó en que la cárcel debía tener un “carácter eminentemente moralizador y socializador”, según mencionó en sesión el Diputado Carlos Peiteado en 1909.
La elección de Coronda como sede fue iniciativa del Diputado López Zamora, quien dijo que esta localidad era equidistante a Rosario y Santa Fe, tenía vías de comunicación que las interrelacionaba pero sobre todo nombró a la entonces comuna corondina como “histórica población que no puede ser abandonada y que tiene derecho de reclamar apoyo de los poderes públicos ya que la cárcel le dará vida”. No se equivocó. El 22 de junio de ese año se aprobó la Ley de Creación N° 1592 y la ubicación del futuro penal.
La obra llevó 18 años. Comenzó en 1915, gracias a un corondino ilustre: el Diputado Nacional Dr. Héctor López que insistió tanto hasta que pudo retomarse el proyecto dejado de lado hacía un lustro por cuestiones presupuestarias.
Se formó una comisión en Coronda Pro Cárcel integrada por Alejandro Aldao, Manuel Moure, Juan Molina, Valentín Bergamini, Santos Maciel y José L. Berra, quienes buscaron un terreno hasta dar con el que se llamaba Quinta de Viñas, donde finalmente se emplazó la cárcel, en una zona entonces suburbana, al sur del pueblo.
En 1922 se destinaron 2 millones de pesos para la construcción del presidio y hubo que esperar 11 años más para su apertura. En 1927 se firmó el contrato de obra, la materia prima se buscaba en los anegadizos de la costa del Río Coronda y se transportaba en trencitos con vías montadas para comunicar la costanera con el predio. La obra se terminó en 1938 pero ya el 12 de agosto de 1933 ingresaba la primera guardia armada por lo cual se estableció ese día como fecha de inauguración de la Cárcel Modelo de Coronda, que desde 1971 comenzó a llamarse Instituto Correccional Modelo Unidad 1 y desde 1992 se le agregó el nombre de Dr. César Tabares, en honor a un ex director de la cárcel, abogado militante peronista que desapareció durante la dictadura y del que nunca más se supo nada.
El edificio que se mantiene cuenta con 24962 metros cuadrados de superficie, con un muro externo de 1127 metros de largo, una altura de 6 metros y un torreón de 41 metros de altura.
Insistimos con que el 12 de agosto de 1933 ingresó la primera guardia, justo un día como hoy, y el 15 de setiembre los primeros presos. Se llamaban soldados de Guardianes de Cárceles de Santa Fe –de allí a que el penitenciario se autodenomina como “soldado” aunque no sea del Ejército-, estaban al mando del Jefe Accidental Capitán Tomás López, y el primer guardia fue Juan Carrillo, que también fue el primer abanderado de la institución. Esa Guardia Armada usaba fusiles Remington y Mauser y estaba compuesta por 3 oficiales, 2 sargentos, 4 cabos y 46 soldados en el inicio y eran 122 ya en 1934, según citó en uno de sus libros la Prof. Alcira Marioni Berra.
El tiempo pasó, en 1939 y por 20 años se instaló la imprenta oficial de la provincia dando trabajo a los reclusos. Pasaron los años, y lamentablemente empezaron las manchas que conmocionaron a la opinión pública. Desde aquella información del diario Crónica de Rosario en 1942 aduciendo que “tener que hacer un comentario fiel de la impresión recibida en esta visita al establecimiento penal de Coronda, requeriría un espacio de tiempo que bien puede ahorrarse con sólo expresar: todo aquí es perfecto” tanto así que Luis Sandrini, Tita Merello y otros artistas de renombre actuaron dentro del penal… hasta el uso de las instalaciones como mecanismo de tortura y detención ilegal durante la última dictadura, entre 1976 y 1979 a manos de Gendarmería.
De hecho, más cerca en el tiempo, el 12 de mayo de 2018 la justicia declaró culpables de delitos de lesa humanidad a los comandantes de Gendarmería (RE) Juan Ángel Domínguez y Adolfo Kushidonchi con penas de entre 17 y 22 años de prisión por el delito de tormentos cometidos durante la última dictadura cívico militar, cuando eran interventores de la cárcel de Coronda, en perjuicio de 38 presos políticos, dos de los cuales murieron a consecuencia de la tortura.
La condena avaló lo actuado en la instrucción y en el debate oral acerca de que la cárcel de Coronda fue un lugar de confinamiento de presos políticos desde 1974 y que, a partir del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, se dio “una llegada masiva de perseguidos políticos y se agravaron las condiciones degradantes de detención”.
Domínguez fue director interventor de ese penal entre el 8 de febrero y el 27 de marzo de 1977 y desde el 18 de noviembre de ese año al 1 de febrero de 1978 y en ese período murió Luis Hormaeche. Kushidonchi, alias “El japonés”, dirigió la cárcel corondina entre el 10 de noviembre de 1976 y el 13 de febrero de 1977, y por un período de varios meses desde el 1 de febrero de 1978 muriendo por tormentos en ese período el preso político Raúl San Martín.
En esta causa también era investigado por delitos de lesa humanidad otro comandante retirado de Gendarmería, Octavio Zirone, pero murió en Buenos Aires a mediados de 2014.
Hacia fines de los 80 y principios de los 90 y durante casi una década y media los motines se sucedieron uno tras otro. Entre lo positivo debe rescatarse la creación del Instituto Autárquico Provincial de Industrias Penitenciarias IAPIP, con talleres de labor terapia para los internos, con un funcionamiento pleno aún. El curso de panificación se brinda en el Instituto Correccional Modelo de Coronda (Unidad 1) y en la Unidad Penitenciaria de Piñero (Unidad 11); el de herrería en la U1 y en el Instituto de Detención de Santa Fe “Las Flores” (Unidad 2); el de carpintería en la de Coronda, en Las Flores y en la Unidad Carcelaria de Rosario (Unidad 3); y el de sastrería en las unidades de mujeres de Santa Fe y Rosario, y en Coronda. En Piñero se dictan las capacitaciones en colchones y sastrería, en Coronda, las de talabartería, construcción, albañilería, huerta y granja, confección de escobas, radio y muebles de caña; en la U2 de Las Flores se suma el trabajo con mimbre.
Pero… siempre hay un pero… el colmo de la violencia se dio entre el 11 y 12 de abril de 2005 cuando en lo que sería la ruptura definitiva de códigos de convivencia entre presos rosarinos y santafesinos, por los manejos de los “quioscos” dentro de la unidad y tras el homicidio de un preso oriundo de Santa Fe horas antes, 40 presidiarios santafesinos tomaron el control de la cárcel y de rehenes a dos guardias y mataron a 10 reos rosarinos en ocho minutos y a otros 4 luego, acuchillados, degollados y quemados.
Desde ahí todo cambió. El personal cedió para que por todas las formas posibles se evitase el malestar en la Unidad, eso conllevó mucho malestar que aún perdura. No hubo más motines hasta marzo de 2020 cuando la pandemia asustó a empleados y reclusos, y con la excusa del temor de no tener los cuidados correspondientes y ante la suspensión de las visitas, se destruyó gran parte de los talleres del IAPIP y algunos pabellones que dejó como saldo la muerte de un interno.
Es parte de la historia, la antítesis total: lo de los años 30 del siglo pasado que buscaba la resocialización como una esperanza palpable, y hoy, casi 100 años después, con todos los cambios sociales, culturales y económicos que enmarcan al delito en la provincia en una de sus peores y más violentas épocas.
En la actualidad en la provincia hay 3810 empleados del SP, y entre las cuatro localidades que más trabajadores aportan están Santa Fe, Coronda, Laguna Paiva y Rosario, y esto queda demostrado cada vez que hay convocatorias laborales.
Se calcula que por lo menos mil corondinos trabajan en el Servicio Penitenciario Provincial a lo que hay que agregar las 4 generaciones que han pasado desde el 12 de agosto de 1933.
Por este y otros motivos, esta semana el Senador Dr. Leonardo Diana, el concejal Dr. Matías Zurawski y el Centro de Jubilados y Retirados de la Policía y Servicio Penitenciario de Santa Fe delegación Coronda elaboraron un proyecto de ley con el fin de instituir cada 12 de agosto como el Día de los Jubilados y Jubiladas del Servicio Penitenciario de la Provincia, en reconocimiento al aporte que han hecho durante todos estos años.
Actualmente, la Unidad 1 está dirigida por el Subprefecto Lic. Alfredo Sánchez, y por el Alc. Mayor Alejandro Silva como subdirector.
En esta histórica jornada, con un acto desarrollado en la Plaza de Armas de la Unidad 1 de Coronda, se hace hincapié una vez más en las acciones de tantos empleados que con templanza, paciencia, preparación, profesionalidad, vocación de servicio, perfil bajo, esmero y responsabilidad, han sabido sostener “un pueblo dentro del pueblo” con duras particularidades, como habrá podido leer durante este artículo que es un humilde reconocimiento a la trabajadora gente de Coronda que de gris, celeste, negro o blanco, día tras día cuida de todos y busca que los que están tras las rejas, más allá de los 2080 presos que la superpueblan hoy, mantengan en pie sus derechos a pesar de todo.
No es sencillo ser penitenciario. Lo que se absorbe en el trabajo es complicado y hay que estar preparado para digerirlo, las injusticias también suelen ser parte de la vida cotidiana de las cárceles, y sobre todo varias mujeres han tenido que soportar vivencias muy duras, pero así y todo, de pie, erguidos, firmes, y durante un año más, los 89 almanaques sostienen el orgullo de estos trabajadores y trabajadoras y afirman otra vez –a pesar de los pesares- que la idea de Biancofiore y aquella afirmación de López Zamora, de enarbolar una cárcel en esta ciudad, fue un acierto que la historia devolvió con miles de nombres que no dudaron jamás en decir con el pecho inflado: “¡Sí señores, soy de Coronda y soy penitenciario!”.