Coronavirus: las variantes no tienen por qué dar miedo
Coronavirus: las variantes no tienen por qué dar miedo
Miércoles 14.4.2021
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Última actualización 19:17
Las noticias sobre variantes emergentes del coronavirus pueden sonar aterradoras para un público no acostumbrado a la jerga genómica. Pero los virus experimentan mutaciones con frecuencia, tanto al interior de los individuos infectados como cuando viajan de una persona a otra. Por eso es importante recordar este adagio (modificado): todas las variantes son inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad.
El coronavirus responsable de la pandemia, el SARS-CoV-2, tiene casi 30.000 bases o nucleótidos. A medida que el virus evoluciona y se propaga de un huésped a otro, algunas de estas bases cambian. Si solo cambiaran 20 bases, aquello produciría más de un billón de posibles variantes diferentes de la cepa responsable del primer brote. De los 137 millones de casos confirmados con Covid-19 en todo el mundo, al menos un millón ya han secuenciado el virus. Y de ese millón de secuencias, los científicos se han preocupado solo por un puñado de variantes, porque son más infecciosas, causan enfermedades más graves o evaden parcialmente nuestra respuesta inmunitaria... o todo esto junto.
En otras palabras: cientos de miles de secuencias no se han asociado con cambios sustanciales en el comportamiento del virus. Estos cambios pueden ayudar a los científicos a rastrear cómo y dónde se está propagando el virus, pero fuera de eso no representan mayor relevancia médica.
Hasta ahora se ha demostrado que cinco variantes sí son culpables, tal y como lo demuestra la nueva designación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés): “variantes de preocupación”. Estas son B.1.1.7 (identificada por primera vez en Gran Bretaña), B.1.351 (encontrada por primera vez en Sudáfrica), P.1 (identificado en Brasil) y dos variantes más encontradas en California y Nueva York. Cada una tiene menos de dos docenas de mutaciones notables, muchas de las cuales se encuentran en la proteína de pico del virus, que es la que se une a nuestras células y es el objetivo principal de las vacunas. Algunas mutaciones mejoran la capacidad del virus para unirse a las células que recubren nuestras vías respiratorias superiores, mientras que otras interfieren con la capacidad de nuestro cuerpo para generar una respuesta inmune completa.
Fundamentalmente, el número de mutaciones no se correlaciona directamente con ningún cambio notable en la capacidad de infección del virus. Por ejemplo, recientemente se descubrió que una variante en Angola tiene la mayor cantidad de mutaciones hasta la fecha, pero no hay ninguna evidencia clara de que cause más enfermedades. Se necesita un trabajo considerable, estudios en el laboratorio y un gran número de personas, para determinar si una variante puede causar un aumento de casos, hospitalizaciones, muertes y reinfecciones.
Las vacunas que se administran en los Estados Unidos se desarrollaron antes de que surgieran nuevas variantes. Sin embargo, hasta ahora parecen ser efectivas. Se ha demostrado en estudios de laboratorio que las vacunas Moderna y Pfizer, que utilizan una tecnología llamada ARNm, son eficaces con cada una de las variantes principales. Incluso cuando algunas variantes le resten efectividad a la inmunización, las vacunas de ARNm contra el coronavirus que se usan en este momento son tan buenas que probablemente no se verán afectadas en su eficacia de manera significativa.
Por su parte, la cantidad limitada de evidencia disponible para las vacunas Johnson & Johnson, AstraZeneca y Novavax sugiere que siguen siendo efectivas contra las nuevas variantes. Hasta ahora, la variante B.1.351 parece ser la que tiene más capacidad de evadir las vacunas, aunque los estudios indican que todas las inyecciones logran prevenir enfermedades importantes.
En los Estados Unidos la variante B.1.1.7 se ha vuelto la más dominante. Piénsese en ella como una versión superpropagadora del virus, capaz de superar a las variantes que no pueden transmitir con tanta eficacia. Sabemos por Gran Bretaña, donde esta variante ha sido responsable de casi el 100 por ciento de las infecciones, que las vacunas han sido muy efectivas para reducir casos, hospitalizaciones y muertes. Los informes de Israel, que ha vacunado a su población más rápidamente que cualquier otro país, han demostrado que la eficacia de las vacunas de ARNm no se vio disminuida por las tres “variantes de preocupación” más comunes.
Estados Unidos está viviendo una cuarta ola de Covid-19, más dramáticamente en Michigan, donde en las últimas dos semanas el número de nuevos casos ha aumentado un 60% y las muertes y hospitalizaciones se han más que duplicado. Las vacunas no estaban disponibles en las oleadas anteriores, pero ahora, con la actual afluencia de vacunas, es posible detener el aumento de casos tan pronto como aparezcan. Desafortunadamente, Estados Unidos está estrictamente comprometido con la asignación de vacunas basándose únicamente en los índices de población, en lugar de utilizar un enfoque específico para controlar los puntos calientes como Michigan. Este enfoque es contrario a lo que se ha demostrado que funciona en otros países como Israel y Gran Bretaña.
Este enfoque es contrario a lo que se ha demostrado que funciona en Israel, Gran Bretaña y otros países.
Las principales variantes plantean un desafío, pero la extraordinaria eficacia de nuestras vacunas finalmente las anulará. Eso se debe en parte a que las vacunas inducen una respuesta inmunitaria mucho más amplia y poderosa que la de los propios humanos ante el coronavirus. Pero es fundamental que contengamos el virus para que no pueda evolucionar más y, en teoría, esquivar nuestras vacunas.
Las vacunas son una herramienta vital, pero las mascarillas y el distanciamiento también funcionan bastante bien contra las nuevas variantes. Combinar estas estrategias de mitigación con la vacunación es la forma más rápida de salir de la pandemia.
Texto de Eric J. Topol para The New York Times
El Dr. Topol es profesor de medicina molecular en el Instituto Scripps Research y formó parte del consejo asesor del Proyecto de rastreo Covid