Agustina Mai
A Cielo Parodi le estaban por hacer una cesárea, pero terminó pariendo en el quirófano. Escuchá cómo cuenta el momento del parto.
Agustina Mai
amai@ellitoral.com
Cielo Parodi está convencida de que parimos como vivimos: “Mi parto fue de película... y yo soy actriz; fue teatral, para filmarlo y hacer una película. Y mi marido estuvo como un soldado, compañero presente, ‘negociando’ con la partera y con el médico, como buen político (es concejal de la ciudad)”, así comenzó su relato la flamante mamá de Juan Salvador.
Las contracciones empezaron a la medianoche, pero recién fueron al sanatorio a primera hora de la mañana porque sabían que era mejor hacer buena parte del trabajo de parto en su casa.
En total, Cielo pasó 16 horas con contracciones muy dolorosas. “Fueron muchas horas de dolor. Pero la fortaleza aparece”, recuerda.
Las contracciones tenían buen ritmo y logró una buena dilatación; el problema era que el bebé no bajaba. En todo ese tiempo la palabra “cesárea” apareció en varias oportunidades. “Con mucha prudencia, el médico sugirió varias veces la cesárea por diferentes motivos. Yo tenía miedo de una cesárea no necesaria y estaba muy preparada para un parto vaginal; era lo que más deseaba. Una cesárea no tiene nada de malo cuando no hay otra opción o hay algún riesgo. Pero sí es malo cuando se apura. En mi caso hubiese sido muy frustrante, no sólo por toda mi preparación previa, sino porque ya llevaba tantas horas de trabajo de parto y de esfuerzo, que para mí era una injusticia no terminar pariendo”.
Pero cuando el médico advirtió que había un riesgo porque el bebé y el útero estaban exhaustos y las pulsaciones habían bajado, Cielo y su marido aceptaron la cesárea.
El obstetra mandó preparar el quirófano y Cielo aprovechó ese interín para recobrar energías. Pidió que le controlaran nuevamente las pulsaciones al bebé y habían subido. “Se me iluminó la cara y pensé ‘todavía se puede’. Entonces empecé a pujar de una manera que no lo había hecho antes. La partera me dijo ‘yo estoy con vos y si pujás así, lo parís’. En eso vienen los camilleros, yo seguía con dolor y gritaba ‘¿qué hago?’. Los camilleros me pedían que cerrara las piernas, pero mi marido me gritaba ‘¡pujáaaaaa, pujáaaa!’. Yo iba pujando en el pasillo, en el ascensor, y seguía pujando... Cuando me acuestan en la cama del quirófano, que no está preparada como la silla de parto, me agarro las rodillas y con las piernas en el aire, tiro un pujo impresionante y siento que sale y grito ‘ahí viene’. El médico se asoma con el barbijo y dice ‘es cierto, llamen al padre que vamos a parir’. En solamente dos pujos más, salió con una vuelta y media de cordón; sentí el llanto, me lo ponen en el pecho, le miro la cara con los ojitos abiertos y lo nombro ‘Juan Salvador’. Ya habíamos logrado todo lo que deseábamos”.