Lunes 19.4.2021
/Última actualización 18:49
Todavía faltan unos minutos para las 7.30 y más de media hora para que ingrese el primer grupo de alumnas y alumnos, pero la actividad en la escuela Jorge Stephenson ya está a pleno y se nota también en la vereda. Allí se ordenan bastones pintados de blanco y, sobre ellos, cadenas del mismo color para indicar un límite, un afuera concreto: es el que impone la pandemia y está detallado en el protocolo. Hasta ahí podrán arrimarse las personas adultas mientras aguardan el ingreso de sus hijos a clases en tres tandas por turnos cada 15 minutos, previo control de temperatura y sanitización de manos.
Es viernes a la mañana de un lindo otoño de sol en la ciudad y se aproxima el horario de entrada. Calle Las Heras, a la altura del 6900, se va poblando de vehículos: hay quienes llegan en el asiento de atrás de una bicicleta o de una moto, en auto, en transporte. Aumenta el ruido a medida que se acercan las 8, pero es mucho menos que el que habrá acompañado la entrada a clases en la vida prepandemia cuando todos los cursos ingresaban a la misma hora. Y a la vez es el cien por ciento más que en 2020 cuando las escuelas, como todo, debieron cerrar sus puertas.
Leila Baduy es la directora de la Stephenson y con ella recorremos el establecimiento de principio al fin para saber cómo son los protocolos que posibilitan la presencialidad. A modo de muestra, porque cada establecimiento tiene su propia adecuación.
Flavio Raina Leila Baduy, directora de la Stephenson: La forma de saber si estamos haciendo bien nuestro trabajo es que los chicos quieran volver a la escuela .Leila Baduy, directora de la Stephenson: "La forma de saber si estamos haciendo bien nuestro trabajo es que los chicos quieran volver a la escuela". Foto: Flavio Raina
Desde las 8 ingresa la primera tanda de alumnos que pasan al sector que les corresponde según su burbuja, término que define al grupo que transitará toda la trayectoria escolar, alternando cada semana entre escuela y casa, presencialidad y virtualidad.
Protocolo y burbuja; burbuja y protocolo, son los conceptos que atraviesan la actividad educativa en este primer tramo de 2021 y su cumplimiento permite sostener las aulas abiertas. Como el barbijo que se incorporó a la indumentaria escolar y se usa en todo momento.
Cada grupo busca su salón y nadie que no pertenezca a esa burbuja entra a las aulas. Todo está cuidado y hasta el fibrón que se usa para escribir en la pizarra será higienizado cada vez que cambie de mano.
En uno de los patios, un solo curso que va rotando cada semana participa del izamiento de la enseña patria. La distancia no impide la ceremonia y la bandera sigue alta en el cielo, tal como canta Víctor Heredia en su versión de "Aurora".
Flavio Raina Control de temperatura y sanitización de manos forman parte de la rutina escolar.Control de temperatura y sanitización de manos forman parte de la rutina escolar. Foto: Flavio Raina
La escuela es, en realidad, un polo educativo, que integran, además de la Stephenson, el Jardín 58, el Taller 80 y el Centro de Educación Física N.º 29, reconvertido desde hace meses en centro de vacunación contra Covid-19. Así que los distintos espacios del establecimiento, de generosas dimensiones, se convierten en áreas para desarrollar las diferentes disciplinas y sostener actividades físicas y artísticas. "Es que más allá del tapabocas tenemos un cuerpo para expresarnos", recuerda Baduy.
Todo parece funcionar como un mecanismo de relojería: un grupo se dirige al patio, otro se despliega en el SUM, otro más permanece en un salón y recién allí ingresa otro contingente. Nadie se cruza ni se mezcla con otro grupo. No es el bullicio habitual de una escuela, pero es lo posible en un universo de pandemia.
Tampoco hay timbre ni campana porque las actividades son escalonadas y no se rigen por el habitual lapso de 40 minutos: "Son 90 minutos, luego un bloque de 30 para actividades recreativas y otro tramo de 90". Aunque para los docentes y el resto del equipo la jornada escolar se desarrolla en forma completa.
"Ellos son los más peques de los peques", dice la directora con una sonrisa cuando 1° grado atraviesa el SUM. Esos "peques" transcurrieron sala de 4 en 2019 y apenas una semana de preescolar antes del aislamiento motivado por la pandemia. "Las primeras dos semanas de este año estuvieron destinadas a darles la palabra a los chicos para que se expresen; trabajar las emociones y crear vínculos con docentes, a quienes habían visto solo en una pantalla".
Desde lo protocolar y lo pedagógico, cada paso que se da fuera y dentro de la escuela está previsto y conversado con las familias a través de grupos de whatsapp. Nada está librado al azar y las dudas y aclaraciones se canalizan por esa vía, "para que todos estemos seguros e informados".
Cuando los tres grupos: el de las 8, 8.15 y 8.30 completaron el ingreso, los bastones blancos que fueron colocados bien temprano en la vereda por Marcela Laurente y Gerardo González, se vuelven a entrar. Ya cumplieron su función de poner distancia: "Una imagen dice más que una palabra o avisa de otra manera", dice Baduy. La misma rutina se repetirá por la tarde.
La escuela contiene a 867 alumnos entre los dos turnos; cada grupo tiene un promedio de entre 25 y 26. Cuando se conoció el protocolo nacional y luego el provincial para la vuelta a clases presenciales, "nos sentamos con todo el equipo directivo -que a la mañana incluye a las vicedirectoras Leonor Verzzali y Sandra Zapata y por la tarde a Analia Audicio y Silvia Ibarra- para diseñar cómo funcionaría esta escuela", teniendo en cuenta que cada establecimiento tiene su propia realidad.
Así, se organizaron la alternancia y los bloques de clases: "Cuando termina el primer bloque, chicos y chicas salen a los espacios abiertos, SUM o patios, se desplazan al baño en forma ordenada y con su burbuja y, mientras tanto, asistentes escolares sanitizan todos los espacios".
Flavio Raina Junto al lápiz y el papel, la ventilación cruzada y la sanitización de las superficies integran la rutina escolar. Nadie que no pertenezca a la burbuja, ingresa al salón de clases.Junto al lápiz y el papel, la ventilación cruzada y la sanitización de las superficies integran la rutina escolar. Nadie que no pertenezca a la burbuja, ingresa al salón de clases. Foto: Flavio Raina
"Lo que ha cambiado es esa libertad: antes salíamos todos al recreo y si un chico quería jugar con otro de un curso distinto lo hacía". Ahora todo es en burbuja, tanto las clases en el salón, como la recreación y la salida. La escuela tiene 37 secciones; 19 a la mañana y 18 a la tarde. Es decir que ese viernes eran 19 las burbujas que se desplazaban por el edificio.
Aún así, "los chicos quieren estar en la escuela; el único requisito para saber si cumplimos nuestra función es que un niño ingrese y se vaya con una sonrisa y quiera volver al otro día. Nuestro trabajo en este nivel está en la presencialidad", asegura Baduy luego de definir que 2020 fue "un año de mucha angustia".
Con este protocolo a pleno se trabaja desde febrero con los 7° grados que completaron su ciclo lectivo 2020 el 12 de marzo: seis actos de egresados, uno por cada división del último curso de la primaria, pasaron por el SUM. Cada alumno con dos familiares.
Los protocolos ordenan toda la vida escolar y se activan también cuando alguien presenta síntomas compatibles con Covid-19. Aquí vale una aclaración: "No se puede admitir el ingreso de ninguna persona con síntomas", y esa condición se informa por notas y otras vías de comunicación. Pero si ocurre que en el transcurso de la jornada se presenta algún síntoma, el alumno pasa a una sala de aislamiento, previa comunicación a la familia que deberá retirarlo para consultar al pediatra o al 0800 provincial. Luego, la familia debe informar a la escuela sobre el resultado para activar el protocolo en la burbuja. Hasta el último viernes no se había registrado ningún caso positivo.
En el primer piso está el "corazón pedagógico" de la escuela, el "corazón administrativo" con la secretaría, la dirección y la vicedirección, y la biblioteca, a cargo esa mañana, de Adriana Brondino, quien tiene su propias reglas. Este contempla que los libros sigan circulando en manos de los chicos, con todos los cuidados necesarios, pero no pueden ser prestados a domicilio.
En medio de tanto protocolo subsiste el objetivo de la escuela. Un cuadro ubicado en la entrada a la dirección proclama: "El maestro influye con su ser, más que con su saber". La consigna rige la actividad de la escuela que se encamina a cumplir sus cien años en 2025 -"espero que se puedan celebrar", dice Baduy-, mientras espera que la campana deje de estar silenciosa y acompañe pronto una jornada completa de clases.
En el interior de la escuela Stephenson las columnas tienen color. Fueron "intervenidas" por alumnos y alumnas que pronto pondrán manos a la obra a otra columna que nace en planta baja y atraviesa el edificio hasta el primer piso. Como todo allí, el elemento constructivo también tiene un sentido simbólico: "Indica que no hay división entre planta baja y planta alta porque es todo una unidad", dice la directora Leila Baduy.
Hay otros pilares que apoyan a la escuela: el equipo docente, asistentes escolares, vecinos que acompañan su desarrollo desde el primer momento, la cooperadora y el voluntariado, todos para hacer posible el objetivo de "calidad educativa con inclusión".