Miércoles 13.10.2021
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Hace casi cuatro décadas, un joven jujeño de perfil bajo llegaba a la provincia de Santa Fe para hacer sus primeras armas como bioquímico. Después de graduarse en la Universidad Nacional de Tucumán y especializarse en Estados Unidos, Diego de Mendoza desembarcó en la Universidad Nacional de Rosario como profesor de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas. Allí, inició innovadores estudios con bacterias y fundó, junto a sus colegas, el área de Microbiología Básica. Con la tenacidad que lo caracterizan, realizó descubrimientos pioneros para este campo científico, que le valieron numerosos galardones y oportunidades de desarrollo profesional en el exterior. Hoy, a sus 71 años, aún reside en Rosario y mantiene intactas sus formas sencillas y su pasión intelectual, tal como transmitió a este medio en una amable conversación telefónica previo al Premio de la Fundación Bunge y Born que recibirá este miércoles 13 de octubre.
"¿Sos del diario El Litoral?", preguntó de Mendoza del otro lado de la línea. "Es la primera vez que hablo con alguien de ahí, siempre es bueno que los medios de acá se interesen por todo lo que se genera en nuestra provincia", agregó, agradecido por el contacto. Luego de almorzar, el investigador dispuso de unos minutos de su agenda para dialogar, previo a la ceremonia, sobre su fructífera trayectoria científica en tierras santafesinas.
-¿Qué siente al recibir un reconocimiento por su trabajo?
-En general, recibir un premio es un aliciente para seguir trabajando. Pero, además, en este caso, lo siento como un gran honor. Es un premio muy importante, de relevancia nacional e internacional, que previamente fue otorgado a grandes personalidades del ámbito científico. El jurado que toma la decisión también es de excelencia. Así que me siento muy honrado y muy orgulloso.
-¿Qué hace falta para ser investigador y mantener la pasión por esta actividad?
-Por un lado, pasa por ser persistente. Yo hace más de cuarenta años que me dedico de forma exclusiva a la investigación. Así que supongo que la persistencia en este trabajo, en condiciones que a veces son difíciles, es lo que hace que se puedan realizar contribuciones interesantes.
Por otra parte, creo que hay que tratar de mantener viva la curiosidad. Por mi formación, siempre me he guiado partiendo de preguntas elementales, sin una visión inmediata de aplicación práctica. No lo digo solo yo, es lo que ha dado mayores aportes a la ciencia en todo el mundo. Creo que si a un científico se le da cierto marco de libertad -y financiación, por su puesto- para que investigue, a la larga seguramente terminará en un descubrimiento que tendrá una aplicación práctica muy importante. Pero la curiosidad debiera ser el punto de partida.
-¿Por qué Microbiología? ¿Qué lo llevó a optar por especializarse en este campo?
-Es una actividad que tiene una significancia muy amplia de la que forman parte biólogos, parasitólogos, bacteriólogos, entre otros. Es interesante porque trata con microorganismos que sólo pueden ser observados por un microscopio electrónico. No parece, pero son muchos los microbios que andan dando vueltas. Por ejemplo, los humanos tenemos más ADN en una bacteria que esté en el intestino que lo que tenemos en las células.
No sé bien qué fue lo que pensé cuando decidí irme a Estados Unidos a especializarme en Microbiología. Sí recuerdo que mi tesis doctoral la había hecho con animales, más específicamente con ratas, y enfocarme en investigar organismos unicelulares antes que multicelulares me pareció que podía ser más sencillo. Esta ciencia tiene esa particularidad, permite elaborar construcciones fundamentales e interesantes utilizando organismos simples desde un laboratorio relativamente pequeño.
Gentileza"Muchos de los jóvenes que pasaron por estos laboratorios luego fundaron empresas tecnológicas". Foto: Gentileza
-¿Cuáles fueron los principales descubrimientos en este micro mundo?
-En un primer momento, siempre partiendo desde lo básico, quise tratar de entender cómo las bacterias detectaban la temperatura del ambiente, cómo se daban cuenta que hacía frío o calor y cómo se adaptaban internamente para protegerse de esos cambios. A la larga, descubrimos una nueva proteína que es la encargada de detectar la temperatura y generar una serie de reacciones metabólicas que protegen a la célula bacteriana para que siga viviendo. Este fue un descubrimiento a nivel mundial que generó el reconocimiento internacional de nuestro laboratorio.
Luego, vino la parte de las aplicaciones. Por ejemplo, ideamos un proyecto para utilizar esa proteína para dotar a las plantas de mayor resistencia al frío, es decir, modificarla genéticamente programando la célula vegetal para que la proteja de las bajas temperaturas. Esto es un desarrollo que interesa mucho tanto a biólogos como a los productores de alimentos.
También, realizamos otra investigación dedicada a entender el metabolismo de grasas que hacen las bacterias. Esto nos permitió interesarnos en la producción de biodiésel, que se obtiene a partir del aceite de soja. Lo que nosotros hicimos fue enseñarle a las bacterias a comer la glicerina que se descarta en ese proceso porque tiene bajo valor agregado, y las probamos genéticamente para que generen más biodiésel. Además, estamos trabajando en un proyecto nuevo con el que buscamos que las bacterias produzcan plástico biodegradable, a diferencia del polietileno derivado del petróleo que es altamente contaminante.
-¿Qué se encuentra investigando actualmente?
-Después de trabajar bastante tiempo con bacterias, me propuse trabajar con organismos que tengan más células. Por eso, hace unos años fui a Alemania para trabajar con unos gusanitos que sirven de modelo para tratar enfermedades humanas. Estos microorganismos miden un milímetro y cuentan con mil células. Lo que es muy curioso es que este gusanito tiene una gran homología con proteínas y células humanas, tienen piel, tejidos y hasta trescientas neuronas. Esto permite que, con manipulación genética, se pueden simular enfermedades humanas para investigarlas y estudiar drogas que puedan combatirlas.
-¿Cómo ve la ciencia en Santa Fe, luego de tantos años de trabajo en la provincia?
-La secretaría de Ciencia y Técnica de la provincia que conduce Marina Baima está haciendo cosas importantes. Por ejemplo, se ha destinado una muy buena cantidad de dinero para la investigación aplicada, que permite financiamiento de proyectos mixtos para desarrollar empresas biotecnológicas. Incluso, hay una ley nacional que fue impulsada por el actual gobernador Perotti que establece el incremento progresivo y del presupuesto destinado a la ciencia y la tecnología hasta alcanzar el 1% del PBI.
Lo que sí he visto, y esto forma parte de una cuestión más general, es que se le da poca importancia a la investigación básica, que es la madre de las demás investigaciones. Creo que hace falta potenciar esto, porque si uno no aprender desde lo elemental es más difícil después ir por la investigación aplicada. De hecho, muchos de los jóvenes que pasaron por estos laboratorios luego fundaron empresas tecnológicas. Por eso, sería interesante que se le de más valor a la investigación básica, guiada por la curiosidad, para formar recursos humanos y después concentrarse en la innovación productiva.
-¿Cómo se hace para transmitir ese deseo por la investigación a los jóvenes, a quienes muchas veces les puede parecer algo lejano o difícil?
-Esto es algo muy importante, que sería deseable que se aborde desde pequeños, dando la posibilidad de jugar a los chicos con tubos de ensayos, robots y demás. También sería muy bueno que en el secundario los jóvenes puedan conocer la importancia de la investigación. Ojalá los profesores pudieran contarles con ejemplos concretos cómo la investigación, guiada solamente por las ganas de conocer lo desconocido, puede derivar en contribuciones fundamentales para la ciencia. Hay millones de ejemplos, uno puede ser cómo la teoría de la relatividad de Einstein llega a los GPS que tenemos hoy o, a nivel local, las investigaciones de Luis Leloir para tratar enfermedades que le valieron un premio Nobel. El secreto de países desarrollados es que financian este tipo de investigaciones y, por lo tanto, que enseñan a los chicos a pensar, transmitiendo que no sólo es importante aprender lo que dicen los textos sino todo lo que implica formular esas teorías.
-¿Qué le sorprendió de todo lo que vivimos en pandemia?
-Más allá de lo terrorífico que fue la pandemia, donde sufrimos un montón de muertes, fue destacable la rapidez con que fueron hechas las vacunas en las empresas tecnológicas. Consideremos que en menos de un mes ya se sabía cómo era la estructura del virus. Y en menos de un año ya se empezaron a producir las dosis.
Creo que esto se pudo hacer así porque los investigadores a cargo de los proyectos se formaron en universidades donde se inculcan las ciencias básicas. Siempre vuelvo a lo mismo, pero este es otro ejemplo de lo necesario que es para el desarrollo tecnológico.
Además de las dolorosas pérdidas, una de las cosas más tristes que pudimos ver en este tiempo fue el crecimiento mundial de los sectores anti-ciencia, que no quieren vacunarse porque tienen el prejuicio de que las vacunas son perjudiciales para la salud.
Sobre el premio de Bunge y Born
La ceremonia de entrega de los Premios Científicos Fundación Bunge y Born 2021 se realizará el miércoles 13 de octubre, y se podrá ver por la web www.fundacionbyb.org.
Este año, la disciplina elegida fue Microbiología, la cual consiste en el análisis de las formas de vida y funcionamiento de los microorganismos, y que tiene un rol clave en el estudio de las enfermedades infecciosas, y en la industria alimenticia, energética y farmacéutica, entre otras.
Además de Diego de Mendoza, se entregará Premio Estímulo 2021 a Natalia de Miguel, Bioquímica por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Doctora en Biología Molecular y Biotecnología, por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Actualmente es Investigadora Independiente del CONICET, Vice-Directora del Instituto Tecnológico de Chascomús (INTECH), y directora del Laboratorio de Parásitos Anaerobios.
El jurado evaluador estuvo compuesto por Mirtha Flawiá (CONICET), Graciela Font de Valdéz (CERELA - CONICET Tucumán), Oscar Bottasso (Universidad Nacional de Rosario), Roberto Docampo (University of Georgia, Estados Unidos), Carlos Lanusse (CIVETAN, Universidad Nacional del Centro, Tandil), Marcelo Tolmasky (California State University Fullerton, Estados Unidos) y Miguel Valvano (Queen´s University of Belfast, Irlanda del Norte).
Los Premios Científicos Fundación Bunge y Born se entregan ininterrumpidamente desde 1964, siendo uno de los reconocimientos más importantes del ámbito científico nacional. Entre las figuras galardonadas se encuentran: el Premio Nobel argentino Luis Federico Leloir (1965, Medicina); e investigadores como: Rolf Mantel (1993, Economía), Roberto Salvarezza (2012, Química), Gabriel Rabinovich (2014, Medicina Experimental), María Beatriz Aguirre-Urreta (2016, Paleontología), Carlos Balseiro (2017, Física), Víctor Yohai (2018, Matemática) y Sandra Díaz (2019, Ecología).
Diego de Mendoza se graduó como Bioquímico en 1973 en la Universidad Nacional de Tucumán, donde obtuvo también su doctorado en 1978 trabajando en endocrinología. Realizó un período de entrenamiento post-doctoral en la Universidad de Illinois en Urbana, Estados Unidos, donde cambió su línea de trabajo a microbiología molecular. En 1985, obtuvo por concurso el cargo de Profesor Titular de Microbiología de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario. En 1995 fue cocreador del Programa Multidisciplinario de Biología Experimental, del cual fue director y que obtuvo el reconocimiento del CONICET. En 1999, el Programa dio paso al Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR), del cual fue director hasta fines de 2011. Asimismo, es socio fundador de la empresa INMET junto con el Dr. Gustavo Schujman y el grupo BIOCERES. De Mendoza, en su laboratorio, ha formado discípulos en este campo pionero. Ha tenido a su cargo un nutrido grupo de becarios, pasantes, tesinistas e investigadores asistentes. Muchos de sus tesistas están radicados en el país como investigadores de CONICET, docentes e innovadores en el sector privado.