Ignacio Andrés Amarillo
El director de la Comedia Universitaria 2016 habló con El Litoral sobre el proceso de gestación de “Amado y perdido”, la obra que se estrena hoy en el marco del Argentino de Artes Escénicas.
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
En el contexto del Argentino de Artes Escénicas organizado por la Universidad Nacional del Litoral, la Comedia Universitaria estrenará la obra “Amado y perdido”, escrita y dirigida por Lucas Ranzani, con la codirección de Lautaro Perín y las actuaciones de Carolina Cano, Adrián Cáceres, Raúl Kreig, Noelia Nescier y Julieta Vigo.
El Litoral aprovechó la ocasión para dialogar con el creador santafesino sobre esta propuesta, que continuará en funciones durante lo que resta de este año y el próximo.
Epifanía
—¿Cómo nació la idea de “Amado y perdido”?
—Nace con una imagen. Me gusta trabajar con una imagen motivadora, en las obras que voy escribiendo aparece el mito de la musa o la inspiración. Es como una fotografía, o un cuadro, y eso me motiva a ir escribiendo todo lo otro. Después lo que pasa muy seguido, y pasa en “Amado y perdido”, es que esa imagen nunca está en el espectáculo. Pero fue la que dio el puntapié inicial.
—¿Y cuál fue acá?
—Una chica con una lámpara de gas en una especie de bosque de noche, y la lámpara le da una especie de candileja, como quien se pone la linterna para contar un cuento de terror.
—¿Cómo se abrió eso a una historia?
—No tengo ni idea (risas). Se empieza a hacerle preguntas a esa imagen: quién es esta chica, por qué está acá, por qué usa esa ropa, por qué tiene esa lámpara. Esas respuestas te van dando en principio la información del personaje. ¿Por qué tiene esa cara? Porque está enamorada. ¿Y ese amor quién es? Y así se van resolviendo un montón de enigmas, después ya tenés una pequeña historia para contar.
Des-generado
—Hablaste por ahí de thriller psicológico, un género poco trabajado en el teatro (por ahí por algunos autores catalanes, como Benet i Jornet). ¿Cómo es encarar un género que implica tantas tensiones?
—Soy muy enamorado de dos géneros en particular, que son los que más me atraen: uno es el thriller, y el otro es el humor. Entonces cuando empiezo a escribir o pensar...
—Va para un lado o para el otro.
—Claro. En este caso conviven por momentos. El otro día me estaban haciendo una nota y me preguntaban qué género es la obra, y dije que era una “comedia thrillerática”. Me dijeron: “Acabás de inventar ese género”. Sí, y ahora lo estoy ocupando (risas). Hoy no existe un género en el teatro: el teatro de hoy te da la libertad para poder mezclar tantas cosas y la cantidad de posibilidades que eso da.
—Hay algo también de las relaciones mediadas por la tecnología.
—Sí. Hay un gran principio en la obra de qué es lo real; qué es real y qué no lo es. Hoy con las relaciones interpersonales pasa mucho eso: ¿Cómo es tu relación? ¿Es real, es virtual? ¿Es más real aquella que tengo con un amigo en Facebook o la que tengo con mi pareja mientras charlo en un bar y contesto un mensaje a otra persona? ¿Cómo influye uno en la interpretación de esa realidad?
Mutaciones
—Hablaste también de expresionismo como “una forma de deformar la realidad”.
—El cuadro más famoso del expresionismo es “El grito” (de Edvard Much). Y cuando lo vemos surge la primera pregunta: ¿Quién deforma a quién? ¿Ese universo de colores extraños hace gritar al protagonista del cuadro o es ese grito el que deforma todo? Esa es la premisa de los dos tipos de expresionismo, que en esto conviven, y aquí también intentamos que eso suceda. No sé si respondí la pregunta (risas).
—Hay un devenir en la obra desde un naturalismo...
—Claro. La obra se va transformando, los personajes se transforman. Otra de las líneas que tiene la obra es la transformación, y cómo un hecho puntual puede desencadenar en una metamorfosis. Algo que me sucede todos los días hoy sucedió de tal forma que empezó a sumarse, a hacerse una bola de nieve y termina metamorfoseándome.
—Recién hablabas de Munch. ¿Hay referencias de otras obras, de películas, que te hayan atravesado?
—Hay algunas que son conscientes, sí.
—Las inconscientes no las vas a decir...
—Seguramente hay inconscientes, porque uno está viendo teatro, compartiendo experiencias con otros hacedores teatrales, yendo a festivales, viendo películas y series. Seguramente algo te va a influir: aquel que dice que no lo influye nada es totalmente falso. Hay otras que son conscientes: el cine thriller, el cine de los ’80, ahora que hay como una vuelta, un revival de esas estéticas...
—“Stranger Things”...
—Sí, incluso nos han dicho que la gráfica se parece mucho... Sí, por supuesto: hay mucha influencia que conozco y otra, muchísima más, que no.
Carnadura
—Una vez que te hiciste cargo de la dirección convocaste al elenco, que tiene varios compañeros de “Malversión de amor” y gente que no.
—La idea fue decir “seguimos”, con nada de los rusos, hagamos una obra más. Nos había ido muy bien con “Malversión...” y dijimos: “Hagamos una obra para este año”. Yo tenía la idea, la imagen, “empecemos a trabajar con improvisaciones y demás”. Después el transcurso del trabajo hizo que algunos no pudieran seguir por otros compromisos, y gente que se fue sumando.
Los dos grandes hallazgos que tuvimos fueron Lautaro Perín y Raúl Kreig, que se sumaron con una obra ya en proceso y que la han transformado (otra vez la palabra) en algo muchísimo más interesante de lo que podía haber sido sin ellos.
—Arrancaron con improvisaciones. ¿Cuánto había de dramaturgia antes de llegar a los actores y cuánto apareció en el devenir de ese trabajo?
—Ya estaba todo pensado (risas). Ellos improvisaban a partir de bases puntuales de personajes, de relaciones entre ellos, de situaciones. Eso nutrió mucho la escritura, pero la situación o el esqueleto estaba armado.
—Salieron los diálogos, cosas muy puntuales.
—Claro: los diálogos, chistes, juegos, formas. A los mismos personajes les da vida solamente el actor.
Exigencias
—¿Qué desafíos sentiste que atravesaron en este proceso?
—El normal de intentar hacer una obra de arte, y que eso coincide con las expectativas que uno tiene: eso ya es un desafío tremendo (risas).
—¿Cuál sería el espectador para “Amado y perdido”?
—Por supuesto que hay personas o sectores que puedan entender o acompañar mucho más todo este cruce con las redes sociales que tiene la obra; y otras personas que por ahí no las usan o no las entienden pueden quedar un poco afuera en ese punto. La obra pretende que pueda ser entendida por cualquiera, porque la intriga, las relaciones de amor, de celos, de conflictos interpersonales están, y eso es para todo el mundo.
Después hay detalles que quizás los va a entender mucho más aquel que use la computadora. Pero es una de las líneas que atraviesa el espectáculo: no es que la obra se funda en eso. Hay cosas que ni yo entiendo de la forma en que se usan las redes. Es para principiantes en las redes (risas).