Ignacio Andrés Amarillo
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
Después de algunos intentos previos, parece que finalmente el Maximus Festival se consolida en su segunda edición como el festival local (en realidad binacional: el 13 tendrá su edición en São Paulo, Brasil) de los géneros vinculados al espectro metalero. De ese modo, el público más power se convierte en nicho y destinatario de una oferta a su medida en la nueva era de los festivales musicales.
El encuentro se desarrolló en un solo día, el sábado pasado, en las instalaciones de Tecnópolis, y su estética estuvo signada por “Mad Max”: desde el Rockatansky Stage (uno de los dos escenarios adjuntos y sincronizados), el Thunder Dome (escenario secundario) y el Gastown (patio de comidas) al diseño gráfico de la cartelería y las chimeneas que echaban humo y fuego arriba de los escenarios.
Apertura
La jornada comenzó temprano, con cambios: ante la imposibilidad de los estadounidenses de Hatebreed de llegar, se decidió traer a Misson desde el Dome al Rockatansky para abrir en lugar de Ásspera, que ganó lugar en la grilla. Así que el guitarrista Julián Barrett hizo negocio doble, al principio con su proyecto “serio”: Misson, con protagónico del cantante Rubén Gauna, tiene sabor clásico en las guitarras pero la frescura del post nü metal. Se destacaron con temas como “Tu ambición” y “Escapar”.
A continuación fue el turno de Red Fang, una banda de contundente sonido stoner de Portland (la ciudad, no es que sean de cemento), tipos veteranos de la vieja escuela, que no usan monitores in ear pero ya se ponen tapones. “Muchas gracias, somos Red Fang”, dijo el bajista y cantante Aaron Beam en castellano (una de las claves del día: hablar en nuestro idioma); “Gracias por estar de fiesta con nosotros”, agregó el guitarrista y también cantante Bryan Giles en inglés. Y junto a David Sullivan (primera guitarra) y John Sherman (batería) empezaron a calentar la siesta nublada.
Asperezas a pleno
Ahí sí fue el turno de “La A”: Ásspera, una rara combinación de talento musical y pretensión bizarra, como si hubiesen decidido hacer “metal cabeza” a propósito. La propuesta, sumando el sonido de la voz de Richar Ásspero, es como si Ricardo Iorio hubiese armado una banda con Zambayonny: machista, guaranga y capaz de todas las incorrecciones políticas. Todos son figuras de otras bandas (los hermanos Barrett están en guitarra y bajo), enmascarados, como una parodia de Brujería. Las letras pueden hablar de la necesidad de prostitutas incansables para tolerar al mundo, sexo oral gratuito “si de cortina se escucha metal”; de que “se viene la cacona” y uno no llega al baño. La canción “Hijo de puta” (“Agárrense, hijos de puta, no se vayan a lastimar ahora”, dijo Richar antes del pogo) trajo un gato de traje con una valija de plata, bailando mal, en lo que puede ser una declaración política. Y también pueden meterse con Cristo y María Santísima (literalmente: no es que estamos con lenguaje retro).
Böhse Onkelz (algo así como tipos malos) subieron con telón de fondo propio, para mostrar que no sólo los Rammstein pueden tener éxito cantando en alemán. Otros veteranos de mil batallas están de vuelta en estos últimos años luego de un parate. “Hola Argentina, ¿qué onda”, esbozó el bajista Stephan Weidner en español. “Do you know how to pogo?” fue la graciosa pregunta del guitarrista Matthias Röhr, el que le da el sonido rockero y punk a la banda, combinado con la voz rasposa de Kevin Russell y el doble bombo de Peter Schorowsky.
Liturgia negra
Vitrales satánicos de fondo y una intro sacra antecedieron a la llegada de Ghost, la banda integrada por músicos de diferentes orígenes que se esconden detrás de máscaras sin boca como Nameless Ghouls (espíritus sin nombre) salvo el cantante y referente, el actual Papa Emeritus III (algunos dicen que los tres son el mismo; de cualquier manera, ninguno fue Benedicto XVI), siempre maquillado como calavera, y con su “ropa de verano”: jaquet, guantes y polainas, sin mitra ni sotana (igual los Ghouls deben haber tenido calor); el andar del Papa es el de un dandy taimado, una especie de Guasón tirando besos: nunca los metaleros habrán cantado “olé olé olé, Papa, Papa”.
Así pasaron temas como “Square Hammer”, “From the Pinnacle to the Pit”, “Ritual, “Cirice, “Year Zero” (esa de los coros góticos y litúrgicos que cantan nombres diabólicos: “Behemoth, Beelzebub, Asmodeus, Satanas, Lucifer”) y “Absolution”. “¿Quieren escuchar una canción heavy nuestra? Únansenos en ‘Mummy Dust’”, cerró el frontman.
El rey gore
Hablando de frontmen, el que venía en la grilla es uno de los destacados. Cinéfilo (ha sido productor, guionista y director de filmes de terror), Rob Zombie decoró su escenario con el King Kong de los ‘30 y con el Drácula de Lugosi bajo la batería. Salió al sol poniente con su barba y melena grises de sabio indio, enfundado en sombrero y camisa de flecos plateados y pantalón Oxford con detalles a juego, casi como un Steven Tyler excesivo.
Sus laderos no se quedan atrás: el guitarrista John 5 (túnica y maquillaje, como un murguero heavy, con sus extravagantes Fender Telecaster, como la que parece una lámpara de lava), el bajista Piggy D. (maquillado o enmascarado, con instrumentos con forma de crucifijo de madera o Frankenstein de ojos iluminados) y el baterista Ginger Fish.
Su propuesta incluye esas sonoridades góticas e industriales en las que trabaja desde los tiempos de su banda White Zombie: de hecho hizo clásicos de aquel tiempo, como “More Human Than Human” (cantado desde la valla) y “Thunder Kiss ‘65”, acoplados a temas solistas como “House of 1000 Corpses” (hecha para una película suya) y “Well, Everybody’s Fucking in a UFO”, aparentemente basada en una anécdota que escuchó en nuestro país. “Una vez les pregunté a unos amigos cuál era el mejor lugar para ir y me dijeron la Argentina. ¿Alguien recuerda a The Ramones?”, clamó Rob, y encaró una versión de “Blitzkrieg Bop”. El cierre fue con “Dragula”.
Energía espesa
Los Five Fingers Death Punch fueron una de las sorpresas, con su estética que mezcla lo deportivo, lo militar y lo rockero. “Pelado, Pelado”, le cantaron al vocalista Ivan Moody, con una mano roja estampada en la cara. Voces literamente guturales (compartidas con el bajista Chris Kael), bases machaconas y ráfagas de doble bombo, con algunos segmentos algo rapeados (en el linaje del nü metal) son parte de esta propuesta salida de Las Vegas. “Este es el primer show en cinco meses y es maravilloso estar aquí. Les pondré un nombre: ‘Bad Company’”, dijo Moody antes de hacer ese tema. “Burn MF” tuvo a la gente haciendo pogo en círculos antes de que empiece, para dar un giro acústico con “Remember Everything”, el final fue con The Bleeding”, y se alejaron poniendo un disco de su versión de “The House of the Rising Sun”.
Viejos héroes
Lo de Slayer fue un viaje a cierta nostalgia, porque los pioneros del thrash californiano propusieron un viaje en el tiempo, sosteniendo el espíritu original y acelerado del estilo. De hecho arrancaron con temas como “Repentless”, “Disciple” o “Postmortem”, bien al palo, y fueron sumando otros con más variantes, con las intros arpegiadas y cambios de ritmo, para terminar con “Raining Blood”, “Black Magic” y la festejada “Angel of Death” (que habla de Josef Mengele).
Las guitarras del emblemático Kerry King (pelado, barba trenzada y guitarras Dean, como Dimebag Darrell) y de Gary Holt se sumaron ajustadas, pero Tom Araya (con barba canosa, algo parecido al Robert Plant de ahora) estaba un poco disperso y con la voz cascada. Así, el show pasó sin demasiados altibajos.
Protesta enérgica
Todo lo contrario se dio a continuación, con la subida de Prophets of Rage, el supergrupo estadounidense formado en 2016, integrado por el guitarrista Tom Morello (el virtuoso de la pedalera), el bajista Tim Commerford, y el baterista Brad Wilk de Rage Against the Machine, con los ex Public Enemy, Chuck D y DJ Lord y B-Real, una de las voces de de Cypress Hill (tocado con turbante árabe).
Arrancaron con la canción que les da nombre, de Public Enemy, para repasar temas del grupo liderado por Morello (su nombre se coreó todo el tiempo) como “Testify”, “Take the Power Back” y “Guerrilla Radio”. También otros igual de contestatarios como “How I Could Just Kill a Man” (Cypress Hill) o “Fight the Power” (de Public Enemy: cuando el guitarrista tocó con los dientes, mostró del otro lado del instrumento un cartel que decía “para las madres de los desaparecidos”).
Los hiphoperos quedaron solos para hacer un medley de canciones de sus bandas, que incluyó “Hand on the Pump”, “Can’t Truss It”, “Insane in the Brain” y “Bring the Noise” y los llevó a las vallas. Volvieron los RATM con “Sleep Now in the Fire”, “Bullet in the Head” y “Know Your Enemy”, antes de estrenar un tema creado para un primer disco de esta formación: “Unfuck The World” (algo así como “desjoder el mundo”). Un momento caliente se vivió cuando encararon una versión de “Seven Nation Army” de The White Stripes, con duelo entre el scratch de DJ Lord y la guitarra efecteada de Tom. El final explotó con “Bulls on Parade” y la esperada “Killing in the Name”.
In the End
El cierre, bien arriba, allá por las 21.30, estuvo a cargo de Linkin Park: aquella banda que explotó con los discos “Hybrid Theory” y “Meteora”, en los dorados días del nü metal, combinando los elementos que hacían al estilo: el cruce entre la voz melódica postgrunge de Chester Bennington y los pasajes rapeados de Mike Shinoda; el cruce entre la base eléctrica de Brad Delson (el de los auriculares vistosos), Dave Farrel y Rob Bourdon con las secuencias, teclados y scratch de Joe Hahn.
De ahí llegamos a la actualidad de “One More Light”, con un sonido mucho más pop y electrónico, con Shinoda (vestido como el chico bueno del curso) se afianza en teclados, con Bennington vestido con un look más rapero (“como Justin Bieber”, dijo uno por ahí) y la guitarra de Delson menos determinante. Así, el público se divide entre los que sostienen el camino de evolución de la banda y quienes añoran el sonido con el que se criaron.
Este fue el primer show de la gira, luego de mucho tiempo haciendo presentaciones en medios de comunicación, tocando “Heavy” (piano y voz) y “Battle Symphony”, que acá debutaron en vivo junto con “Talking to Myself”, otro corte de la nueva placa. Del otro lado, con Mike tocando la guitarra, también hubo lugar para “In the End” (apenas sonó la intro hicieron una pausa y la gente cantó sola toda la primera vuelta, antes de que arrancaran) y “Numb”, éxitos imbatibles. También pasaron temas como “The Catalyst”, “Breaking the Habit”, “Crawling”, y el final con “Papercut” y “Bleed It Out”.
En ese momento, tras los saludos finales de los jovencitos eternos, llegó la hora de la retirada: la General Paz y la Avenida de los Constituyentes esperaban a los agotados participantes, más o menos metaleros, pero todos cargados de acordes fuertes y melodías inolvidables.