Lunes 7.2.2022
/Última actualización 13:18
El cineasta ruso Andrei Tarkovski eligió la novela de Stanislaw Lem “Solaris” para realizar su tercera película (antes había realizado algunos trabajos como estudiante) y logró una obra mayúscula de la ciencia ficción, una película de culto que influyó en buena parte de la producción posterior del género. El film, que cumple 50 años desde su estreno en Moscú, fue descrito por Salman Rushdie como “una obra maestra de ciencia ficción” y en 2002 tuvo una remake a cargo de Steven Soderbergh, con George Clooney como protagonista.
Aunque fue rodada algunos años más tarde y en otro contexto, “Solaris” puede ser comprendida, en algún punto, como la respuesta soviética frente a “2001, Odisea del espacio”, que Stanley Kubrick había estrenado en 1968 con base en el libro de Arthur C. Clarke. Tiene muchos puntos en común con aquella (sobre todo en lo concerniente a las reflexiones científicas, filosóficas y antropológicas) pero difiere en la sobria y escasa utilización que hace Tarkovski de los efectos especiales, en las antípodas del uso excesivo que hace Kubrick, que convierte a sus película en un festín visual a veces desmesurado.
La simple trama de Solaris (un científico es enviado a evaluar la utilidad de una estación espacial que orbita alrededor de un planeta remoto llamado Solaris donde las ilusiones que él mismo crea son reales en el plano material, y tienen por lo tanto necesidades emocionales) es apenas el punto de partida para el desarrollo de una compleja meditación. Que responde a los cánones de la ciencia ficción (hay una estación espacial y un remoto planeta cubierto de agua) pero se acerca al mismo tiempo al drama psicológico. Más que en la descripción del viaje espacial, se ocupa del mundo interior del protagonista.
Mosfilm D.RTarkovski examina las características que configuran las relaciones entre individuos en un marco en el cual se materializan las pulsiones y fantasías más íntimas frente a la vista de los demás y también analiza la vocación, a veces peligrosa, del ser humano de desentrañar lo desconocido. Como plantea el ensayista y escritor Garret Chaffin-Quiray, “Solaris” es “un argumento contra la ambivalencia de la realidad y a favor de la satisfacción sin límites de la fantasía”.
Andrei Tarkovsky fue ícono de una nueva generación de cineastas en el corazón mismo de la Unión Soviética. Su propia formación estuvo impregnada por la tradición y las bases culturales de la Rusia comunista. Aunque obtuvo un amplio reconocimiento internacional, bajo un régimen como el soviético ni siquiera un cineasta sacralizado como él podía sortear la censura. Es por eso que su vuelco a la ciencia ficción en “Solaris” puede leerse como un intento de eludir las limitaciones: en su país, el género estaba considerado como cine para adolescentes, marginal.
Incluso, es hasta llamativo que un filme de las características como “Solaris” no haya recibido reparos de parte de las autoridades soviéticas. Es que, a pesar de ser un trabajo de ciencia ficción donde interviene una misión espacial, poco se preocupa de hacer referencia a los progresos de la Unión Soviética en materia de astronáutica. Este argumento se refuerza si se considera que más tarde, tras enfrentar problemas con la censura, Tarkovsky decidió exiliarse.
Mosfilm D.RLo cierto es que, a medio siglo de su primera llegada a los cines (el arribo a la Argentina se retrasaría dos años, hasta enero de 1974) la película continúa siendo un ejercicio estimulante para cualquier espectador dispuesto a afrontar sus casi tres horas de duración y rendirse ante sus bellas tomas. Tal como señaló la revista estadounidense The New Yorker, “la visión especulativa de Tarkovsky engloba los misterios de la muerte y el renacimiento, del paraíso perdido de la infancia, del poder del arte para definir la identidad”.