Roberto Schneider
Roberto Schneider
El viernes 22 de julio de 2011 publicamos un informe crítico sobre la edición de ese año del Festival de Rafaela, en el que dos propuestas lograron concitar el interés de la crítica especializada y del público. Se trataba de “Vestuario de hombres” y “Vestuario de mujeres” que “integran un díptico (“Proyecto vestuarios”) que Javier Daulte elaboró para plasmar en escena la historia de un grupo de mujeres y de hombres inmersos en la cotidianeidad y los comportamientos en los vestuarios. Sobre la escena, la simultaneidad de códigos y la emocionalidad estuvieron a flor de piel. Ambos espectáculos permitieron a los espectadores presenciar montajes en los que el tema ideológico prevalece sobre los bellos cuerpos desnudos. El ser argentino y qué significa ganar en la vida, más la soledad del éxito personal y grupal a partir del riesgo son la síntesis más lacerante, que se resume en la frase del entrenador del grupo masculino, cuando sostiene con vehemencia “Róbense todo”, que marca la idea daultiana acerca de “cómo somos”.
¿Qué cambió en nueve años en nuestro país? La violencia es la nota distintiva en nuestra cotidianeidad. Basta una leve ojeada por las páginas de cualquier diario para poder tomar conciencia de la gravedad de una situación que a todos nos compromete y de la que, también la violencia y el acoso que padecen las mujeres MeToo y NiUnaMenos, por citar sólo dos ejemplos son desgraciadamente muy frecuentes, motivo por el cual organizaciones nacionales y mundiales trabajan arduamente teniendo en cuenta la gravedad de la situación. Resulta bienvenido entonces el estreno en la coqueta Sala Nicasio Oroño, de Rosario, de la producción de la Cooperativa La Cigarra Limitada y Diario El Ciudadano, con dirección de Romina Tamburello y asistencia de Simonel Piancatelli, de “Proyecto vestuarios”.
Cuando el espectador ingresa, una magnífica y elocuente escenografía hiperrealista indudable protagonista del montaje de Lucas Comparetto de Artificio Rosario es el marco impresionante para que las dos historias cuenten una suerte de ensayo o tratado escénico sumamente contemporáneo, con un ritmo incesante entre todos los personajes, los femeninos y los masculinos, en el que no faltan golpes, insultos y situaciones de agresión por momentos agobiantes. La versión de Tamburello, sumamente inteligente, precisa, crítica y riesgosa, no elude ciertas dosis de humor, por momentos negro, al que le saca brillo su misma dirección. Porque, entre otras cosas, este trabajo en el que tuvo mucho que ver el crítico teatral Miguel Passarini como asesor hace hincapié también en señalar que las cosas han cambiado algo; hay un poco más de simetría, bajó mucho el umbral de tolerancia y subieron los anhelos de satisfacción. Las mujeres ya no intentan ser el reposo del guerrero, sino que se han vuelto ellas unas guerreras.
El compromiso de la propuesta con temas de plena vigencia es altamente comprometido y político, en el mejor sentido del término. Los feminismos, el tema del aborto, los géneros, la sexualidad, el deseo, la represión del deseo y también el amor se sienten, se palpitan, se respiran. Casi como una cachetada. Por la dureza de muchas imágenes, por la fuerza dramática del original y su versión, por la sincronización de ritmos, tiempos y palabras, hay que decirlo directamente, “Proyecto vestuarios” resulta excelente. Hay en la concepción escénica de la directora Romina Tamburello una profunda síntesis de primera actualidad. Porque deja en claro que el teatro no es sólo un texto literario. También es una poética destinada a los sentidos, una escritura escénica que se expresa a través de la luz, del vestuario, de la escenografía y de otros signos que configuran el lenguaje de la representación. El montaje habla de nosotros; de los temas que nos preocupan, de la violencia que nos circunda y de la que también somos protagonistas. Lo hace con verdad y, también, con emoción. Y en esa manera de crear forma (y es la forma lo que define el discurso estético) apunta a la reflexión del espectador. Ahí el riesgo, ahí lo político.
Los actores y las actrices son lo mejor del espectáculo. Todos y todas (van primero ellos porque es en el orden en el que se presentan las obras) haciendo lo que mejor saben hacer: actuar. En sus cuerpos y en sus voces está el riesgo esencial para el teatro.
Muestran la alegría, el dolor, la bronca sintetizando el sufrimiento y la grandeza. Son excelentes las interpretaciones de Emiliano Dasso, Juan Nemirovsky, Micael Genre Bert, Juan Pablo Yévolo y Mumo Oviedo, muy bien acompañados por Germán Basta, Raúl Calandra, Juan Biselli y Manu Raimondi. En el elenco femenino se destacan las soberbias actuaciones de María Belén Ocampo, Macu Mascia, María Celia Ferrero y Belén López Medina, también muy bien acompañadas por Lala Brillos, Sofía Dibidino, Leila Esquivel y Lorena Rey.
Todos los integrantes de este espectáculo coadyuvan para los mejores resultados, para demostrarnos una vez más que existen pocas cosas tan bellas como el buen teatro. Aunque, como en este caso, sean lacerantes. E inapresables, como la vida misma. La violencia nos molesta. “Proyecto vestuarios” es un espejo no deformado que nos muestra que la violencia está en nosotros. Chapeau.