Por Enrique Butti
Por Enrique Butti
La protagonista de "Mórbida", la novela de Candelaria Frías (Buenos Aires, 1978) que acaba de publicar Híbrida Editora, tras una infancia de flacura, forja de repente un cuerpo de ballena. Así como el joven Gregorio Samsa aparece una mañana metamorfoseado en bicho, Titania (a quien los compañeritos llamarán "Titanic") confiesa que de un día para el otro amaneció gorda.
Y empiezan los hostigamientos que la acompañarán durante toda la adolescencia, y la juventud, y la primera madurez. Mamá y papá, los primeros y principales contrincantes. Un día llegan a visitarlos una pareja con un hijo gordo como Titania. Evidentemente los mayores buscan ligarlos en un romance y los obligan a salir a caminar, y ahí el muchacho le confiesa: "¿Sabés de dónde se conocen nuestros padres? Se conocieron en una terapia para familiares de gordos. Yo prometí no decir nada, así que vos no le cuentes que te dije".
En verdad, Titania ya tiene una pareja a quien sin embargo no puede llamar novio, un joven que la visita una vez al mes, y cuyos encuentros eróticos terminan así: "Después, me invitaba a tomar un helado, era una heladería oculta en el subsuelo de una galería. Yo sabía que era para que nadie lo viese conmigo. Hablaba de cada una de sus novias, las describía, me contaba cada detalle, ninguna era gorda (…) En relación con sus amantes, yo estaba en otra categoría. Para él, yo era una oreja tan inmensa como mi cuerpo. Leonardo era una persona que necesitaba hablar, sobre todo de sí mismo; como un narcisista que necesita un espejo para alimentarse de su imagen, él me necesitaba para escucharse". Este festejante nunca le habla de su familia, y en una de las clínicas para adelgazar que frecuentará Titania encuentra a alguien con una cara conocida; es el gemelo de Leonardo, pero obeso, a quien ella perseguirá y él rechazará.
Las terapias para adelgazar a las que recurre nuestra heroína constituyen una serie de episodios espeluznantes que, suponiendo que al lector le dé el cuero, resultan desopilantes. Verbigracia, el detalle que alguien anotará a partir de las confesiones de Titania: "Clínica de obesos, un fiasco, dice que un narcotraficante usaba a los gordos para camuflar la droga. La madre fue el día de su cumpleaños y le regaló un pantalón como cuatro talles más chico que su tamaño".
Titania trabaja en una funeraria titulada "La despedida", y cuando decide renunciar para internarse en una de las dichosas clínicas (una de ellas tapizada con láminas de Botero), la directora de la empresa le grita desde la puerta: "La gordura no tiene cura y vos no te vas a curar jamás. Los vicios no tienen arreglo. Vos no tenés arreglo". Y la persigue con un pedazo de torta para hacerla desistir de su propósito. Esas pompas fúnebres, y su directora, titulada la Jaqueca, y el empleado "restaurador" de cadáveres, titulado el Forense, conforman otro de los cuadros claves e inolvidables de la novela.
Y están los sueños de Titania, donde ella se figura como un objeto de exposición circense, aunque a diferencia del artista ayunador de Kafka, lo que se cultiva es un producto argentinísimo que sólo devora choripanes, asados y dulce de leche, una genuina obesa nacional.
El inicio de la salvación de Titania, un pasaje crucial de la novela, constituye uno de los momentos más conmovedores de la novela. Momentos de este tenor: en una sala de maternidad, y con un bebé en brazos, la devoradora se transforma en alimento para otro y se descubre un ser deseado, y deja de ser "la eterna demandante de comida, la eterna chupadora de la teta del mundo".
"Mórbida" abunda con pericia en el que quizás sea el mejor humor que inspira o permite nuestro tiempo, el humor que se solaza en iluminar -con un fósforo, un flash, un relámpago o una luz mala en medio del campo- las variadísimas (y variopintas y vergonzosas) escenas que nos procura la oscuridad del extravío y del desasosiego, y de las exaltaciones e impiedad en la que nos movemos.